Humberto Valdés lleva cinco años viviendo en Kiev, la capital de Ucrania
Testimonio de un cubano en Kiev
1 / marzo / 2022
«Hablemos aquí, desde el baño. Las ventanas del baño no dan a la calle, así no pueden ver las luces desde fuera. Las luces te convierten en un blanco fácil o, cuando menos, envían el mensaje de que hay gente en casa. En una guerra es mejor no mandar ese mensaje, porque en una guerra hay de todo: el misil que te cae encima, el enemigo que te quiere herir o el ladrón que se quiere apropiar de lo poco que tienes».
El sótano
Cuando puede subir a su casa, Humberto Valdés se encierra en el baño para hablar con los suyos. Lleva varios días en el sótano de su edificio en Kiev, ciudad en la que vive hace 5 años. Voló de Cuba a Rusia, aprovechando el libre de visado, pero como este país no le convenció, continuó trotando por la región, hasta que se estableció en Ucrania. En ese momento Kiev no era la ciudad fantasma de ahora. «Ver sus calles tan vacías fue algo que nunca imaginé», comenta.
Ya conoce cada rincón del sótano. Allí se han refugiado dos familias, unas 7 personas contándolos a él y a su esposa. El resto de los vecinos se han marchado, excepto algunas personas muy mayores, que no se han movido de sus casas. Su edificio, de unos 120 apartamentos, ha quedado casi desierto.
El sótano tiene poco más de 200 metros cuadrados. Cada familia se ha adueñado de un pedacito, donde tienen sus provisiones y algún mueble para descansar.
«De cuando en cuando alguien se queja de las ratas, pero realmente estas son ahora el menor motivo de preocupación».
«Hemos llevado algunas sillas, y la otra familia incluso ha instalado un colchón para dormir aquí. Yo no duermo en la noche. Prefiero hacerlo durante el día, cuando todo está más calmado. Trataré de disfrutar mi cama mientras pueda».
«Las circunstancias nos han llevado a acercarnos más a los vecinos. En estos edificios tan grandes, y con el ajetreo diario, uno suele conocer poca gente. Desde que estamos aquí hablamos, nos ayudamos y hasta bromeamos para paliar el estrés. La niña de los vecinos juega con nuestras mascotas, porque ellas no se separan de nosotros, y juntos compartimos y protegemos lo que tenemos. A veces le damos vueltas a algunos ancianos que están solos en el edificio. Esos sí no se han querido mover de sus casas, han pasado toda su vida aquí y dicen que no se irán. Algunos no pueden hacerlo aunque quisieran, hay varios de ellos en cama, delicados de salud ¿qué tan lejos llegarían?».
«Constantemente recibo llamadas de mis amigos. Algunos de ellos están en Rusia. Hay uno que era fanático de la política y siempre estaba hablando en favor del gobierno. Ahora no habla del tema. Siente pena aunque no sea su culpa. También yo me siento avergonzado por la posición que ha tomado Cuba en este asunto, pero tampoco es mi culpa. El sótano me ha enseñado que en estos momentos no caben reproches. Ninguno de nosotros quería esta guerra».
Las provisiones
«De día, cuando no dormimos, hacemos cola. Hay muchas colas. y mucho desabastecimiento. A cada rato esto me recuerda a Cuba: uno se para donde ve un tumulto de gente, y ya ni preguntas qué hay. No hay muchas opciones. Hay que agarrar lo que aparezca».
«Conseguir suministros se ha vuelto muy complicado. Algo tan sencillo como el pan se ha convertido en un producto “de ricos''. Como la comida enlatada escasea, los productos frescos han subido mucho de precio».
«A esto sumémosle que los bancos están cerrados, y la mayoría de los cajeros no permiten extraer dinero. Por la incertidumbre de lo que pasará con los bancos, muy pocos de los negocios que quedan abiertos están aceptando pagos en tarjeta. Así que la gente como yo, que de un día a otro nos vimos sin cash ni forma de extraerlo, tenemos que andar de aquí para allá como locos para encontrar un lugar con comida, donde además nos acepten la dichosa tarjeta».
«Las colas pueden durar varias horas. Esperas mucho y no consigues casi nada. Hoy gastamos aproximadamente 70 dólares y no nos dio ni para llenar una bolsa pequeña. Un paquete de seis salchichas ayer me costó 200 grivnas, que equivale más o menos a 7 dólares. Esa era la comida más barata que podías encontrar antes. No llegaba a un dólar, y mira ahora... ».
«Por otra parte, tenemos que irnos dosificando, pues no sabemos cuánto va a durar esta guerra. Por un lado tenemos la presión de guardar la comida que aparezca, pero por otro debemos velar por no almacenar demasiado. No sabemos si tendremos que desplazarnos, o si nos roban, o si cae un bombazo y perdemos todo lo que tenemos, más el dinero invertido en ello. Desde fuera se puede oír como una exageración, pero cuando caminas por un barrio y ves un edificio impactado por un misil, te das cuenta de que ninguna posibilidad es descartable, que también le puede pasar al tuyo».
«De momento, la comida fresca que encontramos la podemos almacenar en el refrigerador. Por suerte no nos han cortado la luz, ni el agua. Una o dos veces al día subimos desde el sótano hasta la casa y preparamos algo de comer. Deben ser cosas rápidas, sin mucha complicación, por si de repente suenan las alarmas antiaéreas. Casi siempre comemos sándwich, espaguetis o un plato de sopa, para que te caiga algo caliente en el cuerpo. La sopa es lo que más se agradece, pues estamos a 1 grado y en el sótano hace un poco de frío».
«El agua es lo que más nos preocupa. La del grifo no se puede tomar, y ya nos queda poca agua embotellada. En algunos lugares supuestamente la dan gratis, pero acaba pronto. Ayer salimos a buscar y no encontramos. Si no tenemos suerte mañana y se acaba la que hay, tendré que hervir el agua y filtrarla. Rezaré para que no me afecte el estómago. Espero que no, porque uno viene de Cuba, coño, se supone que mi estómago debe estar adaptado, jajaja».
Las estrategias
«El tiempo que podemos estar fuera de casa es limitado. A las 8 pm hay un toque de queda que se extiende hasta las 8 am. Si agarran a alguien en la calle fuera de horario se lo llevan preso. Por una parte lo entiendo: una persona de noche en la calle, en este contexto, puede estar planeando un sabotaje, un robo, o ser un militar ruso infiltrado».
«De todas maneras casi nadie espera a las ocho para regresar a casa. Sobre las 5 y las 6 pm empiezan a sonar alarmas antiaéreas, y casi todos salimos corriendo a refugiarnos».
«Con amigos de diferentes regiones hemos creado un grupo de WhatsApp. Cada uno, a su vez, ha incluído a gente de confianza, y allí nos alertamos sobre los lugares donde están atacando, o nos damos ánimo unos a otros. La única condición que impusimos es que la información debe estar verificada: hay muchas fake news, a la gente le da morbo la guerra, comparten imágenes falsas y de repente te haces la idea de que estás en una ciudad completamente destruida, cuando no es tan así. A Kiev, hasta ahora, el ejército ruso no ha podido entrar. La propia parte ucraniana ha volado puentes y accesos, para impedirles el paso. Los principales estragos han sido aéreos, o causados por los separatistas que están dentro de la ciudad. De esos también nos cuidamos, porque muchos sabotean lugares, maltratan a los civiles o roban en inmuebles vacíos».
«El grupo de WhatsApp es la mejor estrategia que hemos encontrado para estar al día, y también nos sirve para cuestiones más sencillas como, por ejemplo, avisarnos dónde hay agua o comida gratuita. “Quien llegue primero que me marque, bromeo yo, como si estuviera en Cuba”. Pero la verdad es que estamos muy dispersos. Unos escriben desde las estaciones de metro, otros desde refugios en otras ciudades. Decimos que cuando acabe esta mierda vamos a hacer una fiesta para conocernos todos en persona».
Los miedos
«Yo recuerdo que en Cuba uno escuchaba un avión y miraba para arriba, y sentía ilusión por viajar, por montarse en uno. Yo nunca pensé que ese sonido iba a convertirse en un motivo de temor. Nunca pensé que iba a correr ante ese sonido, ni que me iba a asustar con el arranque de un carro, ni con ningún otro sonido fuerte. Los sonidos fuertes nos despiertan los nervios. Cuando te das cuenta de que no es nada, te calmas, y hasta te ríes, pero esa sensación de miedo no se te quita».
«Es triste tener el corazón sobresaltado constantemente».
«Ante cada uno de esos episodios de miedo a uno le pasan mil cosas por la mente: tu familia, lo que has logrado hasta el momento. ¿Te imaginas volver a empezar de cero?»
«Una de las razones por las que no me he ido de Kiev, como han hecho muchos, es porque me rehúso a empezar de cero otra vez. Después de 5 años en este país, de haber vivido como emigrante ilegal, de tener empleos que nunca imaginé y pasar trabajos que nunca imaginé, no es justo que tenga que dejar atrás lo que tanto me ha costado alcanzar».
«Aquí tengo una vida. Cuando salga de aquí estaré solo, sin nadie que se preocupe por mí en esos nuevos países. No cuento con ninguna garantía como ciudadano ucraniano, porque aún estoy tramitando mis papeles, y como ciudadano cubano, nuestra embajada ha dejado mucho que desear. Constantemente veo noticias de cómo las embajadas han resguardado a su personal, y de cómo velan por los suyos que están cruzando fronteras. La nuestra, nada de eso. Por lo menos yo, por esa parte, me siento desprotegido».
«Tampoco dejaría atrás a mi esposa, que a su vez tiene padres mayores, hijos, una familia que ya tenía aquí su vida hecha. Ella no podría irse aunque quisiera. Sus hijos tienen 14 y 23 años, y no los dejarían marcharse. A los varones mayores de edad los están reclutando para el ejército, para combatir por Ucrania. De momento los tenemos escondidos, no queremos que vayan a una guerra donde hay más probabilidades de morir que de ganar. Esta es la guerra de una hormiga contra un elefante, y ellos son niños aún».
«Yo solo espero que todos estos miedos acaben pronto. Que ya no tenga que preocuparme por las sirenas, ni por nuestros familiares, ni por mis perritas Mika y Chika, ni por los animales de los zoológicos privados que se están muriendo de hambre cerca de Kiev. No quiero preocuparme por los amigos de los refugios ni por los que están cruzando fronteras por Polonia o por Rumanía. Cada día miro a mis santos, y les pido por nosotros y por todos los demás. Mis santos vinieron conmigo desde Cuba, pasamos juntos por varios países y provocaron también que me pararan en fronteras y aeropuertos porque decían que esos hierros y clavos eran material peligroso. Yo sin ellos no me moví, y espero que si me acompañaron hasta aquí, me protejan ahora. Tengo fé en que lo harán».
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