“Todo el mundo se asombró cuando se los dije; mi familia, mis amigos, nadie creía que yo iba a ir a La Plaza a rendir tributos al hombre historia. Pero aquí estoy. Nadie me mandó, no me convidaron en el trabajo, nadie me dijo que tomarían asistencia. Vine porque, para mí, Fidel merece respeto”.
Por: Leydis Luisa Mitjans y Leidys Hernández Lima
José Antonio Palma fue uno de los pocos que no recibió la noticia por segundas voces. Estaba despierto cuando fue interrumpida la programación y se dio paso a las palabras del presidente cubano.
“Mami, ven para acá que algo grave sucedió” –le dije a mi madre esa noche-. “Y, en realidad, más que algo grave, sucedió lo que pocos imaginaban. Se murió el inmortal”.
José Antonio tiene 26 años. Es de los jóvenes que todavía no ha encontrado su satisfacción total en el modelo cubano, de hecho, ha recorrido su camino intentando buscar, como él dice, “una vida normal”.
“Soy de Matanzas, cuando terminé la secundaria quise estudiar técnico medio para hacer prácticas laborales en Varadero y ganar dinero rápido, pero mi madre no me dejó. Por ella estudié en la Vocacional de la provincia y, también por ella me hice Licenciado”.
Está en la cola enorme de quienes decidieron decir adiós al hombre que por casi medio siglo estuvo en el poder. Camina sin prisa y se ríe de las cosas que escucha decir a los otros. Porque aunque es una fecha solemne, en el tumulto, lejos de las cámaras y de los periodistas, la gente intenta hacer más llevadera la espera, hablando y hasta contando chistes.
¿Y dónde están las cenizas? -pregunta casi insultado al salir del Memorial José Martí-. Al parecer, es uno de los pocos que no notó, a través de las pantallas de la televisión nacional, que las cenizas de Fidel Castro no estaban allí.
“Yo lo vi una vez, en una de sus tantas visitas a Matanzas cuando la época del niño Elián. Me impresionó, justo como ahora me impresiona la idea de ver a ese gigante reducido a polvo; pero supongo que esa es la ley de la vida, que al final era un hombre como todos”.
En su frustración, José Antonio busca el camino de regreso, decepcionado de haber hecho una peregrinación para ver un cuadro, acompañado de hermosas flores.
A su lado, una señora mayor, impedida física, también reclama por las cenizas. José Antonio se siente acompañado en su indignación.
Junto a él transita gente llorando, muchachos hablando y hasta cantando, hombres y mujeres en silencio; pero a él no le importaba más nada en ese momento salvo que hasta en cenizas, el hombre que tanto respeta, era inalcanzable.
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