1. Existe, entre cubanos, mucha crítica a la «polarización». Esta no tiene causas en algún atavismo nacional, tipo «el cubano siempre dice que tú estás completamente equivocado». Responde, más bien, a la desigualdad en el acceso a lo político. La polarización favorece al que más poder tiene para controlar la voz. Una cultura democrática se preocupa por las voces inaudibles y por la distribución de poder. La política cubana hoy experimenta graves desigualdades entre sus actores.
2. El triunfo de 1959 caló del modo en que lo hizo por hacer viable un horizonte de igualdad y justicia social, que fue un referente firme en la cultura política cubana, tanto entre adeptos como entre críticos a su modelo. Los 1990 marcaron un antes y un después, una frontera respecto a ese ideal y sus concreciones, posiblemente del tamaño de la referencia que había sido 1959 respecto a su propio pasado.
3. Es plausible que estemos viviendo actualmente el nacimiento de otra frontera, en momentos de una nueva crisis de los valores de igualdad y justicia social. De ser así, la idea según la cual toda contestación al sistema político cubano busca «la restauración del capitalismo» y el regreso a la «república necolonial», omite que existen problemas, desencantos, vacíos y disputas legítimas respecto al propio curso de la revolución en el poder, con sus realizaciones, deudas, y derrotas. El campo de la cuestión racial es un ejemplo ostensible de ello.
4. La moralización de la política atrinchera a los contendientes. Abundan reclamos de superioridad moral sobre el otro: sea contra el «mercenario», o contra el «comunista», contra el «anticubano» o contra el que «no denuncia a la dictadura». La cultura de la moralización es un impedimento fuerte contra el pluralismo. La elaboración de un otro como ser no moral es el camino para su exclusión, y al, extremo, para su liquidación.
5. La represión estatal frente a la contestación social, y la naturalización de la injerencia estadunidense en Cuba, son ilegitimidades, no recursos morales.
6. La violentación del Derecho y la arbitrariedad estatal no tiene solo víctimas directas, afecta al conjunto de una vida política que se pretenda democrática y a la ética universalista que debe sostenerla.
7. Los derechos no son para los revolucionarios, sea el espacio público o la salud. Los derechos son para los ciudadanos y las personas. No han estado, y no pueden estar, condicionados por ningún motivo.
8. La injerencia estadunidense en Cuba, y la política de bloqueo, tiene también víctimas individuales y colectivas. Es una interferencia arbitraria en una comunidad nacional soberana. Su justificación tiene lugar solo desde fuera de cualquier argumentación democrática.
9. Ciertos enfoques pro-oficiales parecen hoy más enfrascados en justificar la exclusión, que la inclusión. Esa pretensión ha llegado hasta a José Martí, que habría dicho que «todos» no era realmente todos. Nociones reaccionarias sobre la idea del «enemigo» se pretenden ahora también revolucionarias.
10. En política, el enemigo existe, y es campo de lucha social, política y cultural. Sin embargo, el lenguaje del «enemigo», como el de la «guerra contra las drogas» en México, es pre político, es incivil. Convierte el conflicto en amenaza y la diferencia en ofensa. Asegura la existencia del que tiene el poder de definir al enemigo, lo expulsa de la sociedad política y desciviliza la sociedad.
11. El estado no tiene obligaciones solo con quienes acaten su orden, sino con la comunidad completa de ciudadanos. La construcción colectiva del orden es un derecho. La defensa de tal orden colectivo es un deber. El orden constitucional es un imperativo para todos. El principio de igualdad ante la ley no va sobre que «unos sean más iguales que otros», o que alguno se arrogue el uso selectivo de la norma que le conviene. El orden constitucional es un paquete, sí, pero en forma de correlación entre derechos y deberes para todos.
12. Ciertos enfoques pro-opositores parecen creer que el país existe a su imagen y semejanza, que el «ya se acabó», de la canción de moda, no es una profecía, sino un epitafio. Sus reclamos de «tumbar la dictadura» desconocen que junto con ella tendrían que tumbar a parte —sea del tamaño que crean que sea— del mismo pueblo que prometen liberar. Malinterpretan las bases del Estado cubano, que juzgan sostenido solo sobre la represión. Exigen que toda crítica que se pronuncie sobre el estado de cosas en Cuba se haga en sus propias palabras, cadencia y sintaxis, so pena de ser un «cobarde», o un «cómplice de la dictadura». Su horizonte de «tumbar la dictadura» ni siquiera menciona escenarios posibles, y buscados activamente por una zona opositora, de caos y sangre, que no son invención febril del NTV.
13. Recuerdo que la promesa más grande de las revoluciones en Cuba fue la conquista de la democracia y la integración popular de la nación. Y que tuvo siempre como lenguaje la inclusión. El pan y la libertad, o se salvan juntos, o se condenan los dos, decía José Martí.
Este artículo fue publicado originalmente en el blog La Cosa y se reproduce con autorización expresa de su autor.
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