Un guantanamero construye el Kremlin

Fotos: Carlos Alejandro Rodríguez

Un guantanamero construye el Kremlin

8 / febrero / 2017

“Conocí el Kremlin por mi abuelo, Pedro Ruiz González, que era poeta. Tenía libros de Moscú, y me dijo, mira, toma, ahí tienes. Así empecé a soñar con el Kremlin. Me dije, quiero hacer eso, tengo que hacerlo. La gente decía, pero tú estás obsesionado con eso, niño. Había gente preocupada. A otros les gustaba. Tenían contradicciones. Para mí como artista, el Kremlin es una meta. Siento que me pone a prueba.”

Puso la mesa ahí, entre los artesanos, aunque nadie le reconozca su mano de escultor que doblando el alambre. “Busco el alambre en las cosas desechadas. Husmeo en la basura.”

Entre las menudencias expuestas por sus vecinos, Ezequiel colocó sus estatuas y edificios célebres. Europa en un rincón del parque de Guantánamo: Grecia, Francia, Rusia. “Me gustan las fachadas rusas porque tienen detalles, muchos detalles.” La Fama, el símbolo guantanamero del palacio Salcines, se tambalea en este repertorio, sin ningún privilegio, al borde de la mesa.

“Hago dioses, héroes. Mira, el Che Guevara. Hoy vendí a la diosa Artemisa y a Spiderman.”

—Este es un superhéroe, ¿no?

—El capitán América.

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Fotos: Carlos Alejandro Rodríguez

“Todo empezó cuando vi a mi hermano mayor haciendo una figura humana con alambres. Era increíble. Le dije, quiero aprender, y me dijo, se hace así, así… Le seguí el paso. No me salió igual, pero con el tiempo perfeccioné mi arte.”

Dice, y busca la aprobación de María Reyes, la artesana de la mesa contigua, su madrina creativa.

“Ezequiel es un muchacho joven que lleva tiempo con nosotros, los artesanos. Tiene un gran talento. La venta es poca, porque aquí en Guantánamo hay mucha escasez de dinero. Pero todo el mundo se maravilla con su creación. Yo misma me maravillo, porque soy artesana y hago de todo, pero si me propongo tejer alambres, aunque él me enseñara, no podría hacerlo. Lo mío es la bisutería. Cada persona tiene un arte. Yo lo admiro y lo bendigo, porque tiene unas manos maravillosas.”

Y María se levanta, le toma las manos, le mira las palmas.

“Por aquí pasó un señor que estuvo en Francia, y se sorprendió. Vio la torre Eiffel y dijo, mira, estuve en este piso, en este otro. Se le notaba maravillado.”

Dice, y se sienta al fin en su propia mesa, para que Ezequiel atienda a sus clientes y siga vendiendo, trabajosamente, las torres moscovitas.

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Fotos: Carlos Alejandro Rodríguez

“A veces se vende, a veces no. Depende del gusto del cliente. Yo puedo hacer una buena obra, pero quizás el cliente no tiene ningún conocimiento. Entonces surge la pregunta, qué es esto, cómo lo haces. Hay mujeres que pasan por aquí y me halagan. Me piropean. Me critican. Yo lo acepto, aunque me deprima.”

Ezequiel, por fuerza, recibe pocas críticas. A la gente de Guantánamo le gusta Moscú, le gusta Francia, le gustan los dioses y los superhéroes. A los guantanameros les gusta el Che Guevara. Y ahí está todo el repertorio de Ezequiel. Por fuerza, recibe muchos elogios.

“De todos modos, hay quien dice, no me gusta mucho la técnica, si pudieras hacerlo como este, o como aquel… La gente que me celebra dice, ay, mira, la torre Eiffel, si mi mamá lo hubiera visto, ay, me imagino que estoy allá en París. Cosas así.”

Dice esto como si se alegrara.

“En noveno grado me presenté a la captación para la escuela de artes plásticas. Eran tres pruebas. La primera era de dibujo, y la aprobé. Cuando me hicieron la segunda, que era psicométrica, para ver el nivel intelectual, no llegué al setenta por ciento de respuestas correctas. Y me dijeron, tú tienes talento, pero vas a pasar mucho trabajo. En otras palabras, no te queremos aquí. Me dolió. Quedé frustrado, deprimido. También pensé, si eso es una escuela, si soy un novato, ¿por qué no me enseñan a aumentar mi intelecto?”.

Dice esto como si les reprochara.

“Trabajo siempre que tenga material y buen ánimo. Cuando estoy deprimido quiero hacer, y me cuesta. Adelanto y no adelanto. Un sube y baja.”

Dice esto como si se entristeciera, pero al momento vuelve a pensar en su obsesión, y se anima.

“Yo quisiera hacer el Kremlin de Moscú, completo, como una maqueta. Si tuviera internet buscaría fotos para copiar y hacer mis esculturas, pero como no puedo, me imagino cómo es, lo invento.”

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Fotos: Carlos Alejandro Rodríguez

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