Juan Carlos Valbuena, médico colombiano que estudió su carrera en Cuba. Foto: Jeremy Kundtz.
Un médico colombiano a lo cubano
9 / marzo / 2019
[Esta pieza fue producida en el marco de la 3era generación de la Red LATAM de Jóvenes Periodistas de Distintas Latitudes. Se publica en elTOQUE como parte de una alianza de medios cubanos y latinoamericanos]
“Yo llegué de 17 años a La Habana”, me dice Juan Carlos Valbuena —uno de los jóvenes colombianos que estudió Medicina en Cuba— mientras caminamos la séptima y buscamos un café que nos aísle de la bulla de la plaza Bolívar de Bogotá.
Juan Carlos es pequeño, escaneándolo rápidamente pareciera tener un poco más de 20 años. Su acento es de un típico “rolo” (como se les dice a los que viven en la fría capital) pero con cinco minutos de charla se empieza a notar esa influencia que le dejó la Isla. Comienza a hablar de arroz congrí y de la visión de medicina de familia que aprendió durante los seis años y medio de carrera.
Él fue uno de los 700 jóvenes que llegaron a Cuba recién saliditos del nido de sus padres para estudiar Medicina. El gobierno de Fidel Castro les pagaba alojamiento, comida, manutención e, incluso, uniformes. Todo con la idea de crear una red más fuerte de colaboración médica en el mundo.
Hoy Juan Carlos trabaja como internista y asesor de consulta externa en la Caja de Compensación con más afiliados en el país. Vive en una ciudad superpoblada que tiene casi el 80 por ciento de las personas que alberga toda Cuba. Por eso no es difícil elegir lo que más extraña de ese país: “la tranquilidad”, me lo dice mientras hablamos casi a gritos en el café que acabó siendo más ruidoso que la plaza.
Hace seis años terminó la carrera y empezó a ejercer su profesión en Colombia. Se metió de a lleno, con botas y abrigo, a trabajar en las zonas más apartadas del departamento de Cundinamarca. “Trabajé en lugares poco populares para los médicos, donde nadie aspira a llegar, como Supatá, Villagómez, Tres Caminos. Son pueblos aislados sin acceso a la salud, donde hay un médico por 3 mil habitantes”.
Luego trabajó en el programa Territorios Saludables, de la anterior alcaldía de Bogotá, visitando poblaciones vulnerables en zonas alejadas del casco urbano, como Usme.
Juan Carlos no tiene un currículo con cargos que muchos consideran como “importantes”. Y eso es quizá porque ser médico “a lo cubano” le dio otra perspectiva del asunto: trascender impactando socialmente a una comunidad.
Similar piensa Karen Chamorro, otra de las exbecarias, que ahora es especialista en Medicina de familia y docente en el área. “El modelo de Salud cubano está basado en una atención primaria y en formar médicos de familia. Se llama así por tener una familia adscrita a su cargo. El médico vive dentro de esa comunidad y es la puerta de entrada al sistema de salud”, cuenta Karen.
Lo difícil de estos médicos es llegar al país de origen y darse cuenta de que el sistema de salud colombiano es todo un mundo aparte.
El Ying y el Yang entre el sistema médico colombiano y el cubano
“Yo creo que todavía no me acoplo. Cuando uno ve que la gente se queja y no le puedes dar solución o te manejan el tiempo, te ponen sobrecupos y quieren que seas una máquina y no un médico como tal, ahí ves la diferencia”, me dice Juan Carlos.
Colombia se rige por un sistema salud de seguridad social que no es de cobertura universal y está ligado, esencialmente, a la actividad laboral. Mientras que el sistema público integrado de Cuba ofrece y financia cobertura universal sobre la base de los impuestos y por asignación de presupuestos globales.
Esa gran diferencia, unida a la poca información que llegaba de Cuba a Colombia, creó el rumor en la comunidad médica colombiana, de que el que estudia en la Isla no está preparado para el sistema de salud de Colombia. “No sé si la mejor palabra es discriminación, pero sí puedo decir que dentro del círculo médico siempre te van a estar preguntando de qué facultad saliste y cuando uno dice Cuba se abren muchos aspectos, a veces positivos y otras veces negativos, porque ponen en duda tus habilidades y conocimientos. Hasta empiezan a indagar sobre temas políticos”, me cuenta Karen Chamorro.
La Escuela Latinoamericana de Medicina
La idea de crear la red de médicos latinoamericanos nació a raíz de la devastación causada en 1998 en la región por los huracanes George y Mitch, catalogados como los más poderosos y mortales de la era moderna. Luego de la tragedia, en una intervención pública y emotiva, Fidel Castro anunció la creación de la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), como una universidad internacional capaz de reaccionar más rápidamente a este tipo de desastres.
En sus comienzos, la ELAM llegó a ofrecer becas a estudiantes de 70 países del mundo, desde Estados Unidos hasta Sudáfrica. Y Colombia fue uno de los lugares que más se benefició del tema. “Desde el 2000 Cuba otorgó entre 60 y 80 becas de Medicina por año a colombianos. Una parte de ellos tenían el estipendio de la Embajada de Cuba y otros desde el Instituto Colombiano de Crédito Educativo y Estudios Técnicos en el Exterior (ICETEX). Luego del 2012, el proyecto cumplió su objetivo de médicos graduados y dejó de ofertarlas”, cuenta Lina Murcia, directora de la Fundación de Egresados Colombianos de la ELAM (FEDELAM).
Gracias a esas becas, médicos colombianos prestaron sus servicios voluntariamente en brigadas en Haití en 2010; en Mocoa, luego de la avalancha de 2017; y en la Guajira, atendiendo casos de desnutrición.
Ahora estos subsidios solo están destinados a víctimas de la violencia en Colombia y excombatientes, como una forma del gobierno cubano de apoyar al proceso de posconflicto. Pero esa es otra historia.
Guajiros, pastusos, costeños, amazonenses y hasta “rolos”, como Juan Carlos, llegaron a La Habana con todas las ganas de estudiar Fisiología, Morfología, Biología y todas las demás ramas de la Medicina. Pero también llegaron con todos los prejuicios y estereotipos que se han creado sobre la Isla.
¡Pilas! que allá en Cuba no hay iglesias
Así le dijeron a Ebeliton, un guajiro del extremo norte de Colombia, que entró un año antes que Carlos al programa. “Cuidado que todos son ateos. Todos se tienen que vestir igual”, le decían antes de llegar a Cuba. Luego se daría cuenta de que no solo hay iglesias, sino que las personas visten de todos los colores y maneras que les dicte su bendita voluntad.
Con prejuicios semejantes llegaron los demás colombianos —chicos de 16, 17 años que nunca habían conocido la Isla y posiblemente ningún país diferente al de origen. “Lo único que pude ver antes del viaje fueron fotos muy bonitas de la universidad. Pero nada de eso evitó el choque tan grande que sentí el día que llegué”, me dice Juan Carlos, entre risas.
Valbuena pisó La Habana por primera vez en abril de 2006. Llegó de noche a los dormitorios destinados para los hombres. Solo podía ver siluetas de lo que las pocas luces amarillentas de los pasillos alcanzaban a iluminar.
A la entrada de la torre lo esperaba Sebastián, uno de los estudiantes antiguos. “Me dijo: Usted va a pasar dos años y medio acá. Necesita escoger una cama en el primer piso. Vamos de una vez”, recuerda.
Cuando llegó a los pasillos de los dormitorios, alcanzó a ver rejas y ropa colgada en las ventanas. Un ambiente carcelario que aterroriza a cualquiera que sabe que va a vivir ahí por dos años.
De un momento a otro, las personas de las habitaciones empezaron a pegarle fuertemente a las rejas. Acentos de diferentes países gritaban: “llegaron al infierno”.
Juan Carlos se puso frío. “¡¿A dónde llegué?!”, pensaba él mientras caminaba entre tanto ruido. “Sebas me calmó y me dijo: esa es la bienvenida que les dan a los recién llegados. La llamada primiparada”. Yo le dije: “me parece algo traumático”. Pero a los ocho días, cuando llegaban nuevos estudiantes, yo estaba ahí, en el primer piso, golpeando lo que luego sabría que eran persianas de aluminio, y diciendo las mismas sandeces”.
Al día siguiente de haber llegado, el instructor de la torre de los hombres, José Fonseca, arregló el pánico de los “primímaros”. Los hizo sentir con respaldo y les aseguró que esta experiencia iba a marcarles la vida. “Y así fue”, me cuenta.
La familia adoptiva
Los primeros seis meses en La Habana los estudiantes pasan por algo que se llama premédico, que es un proceso de adaptación académica y de la estructura social del país. Luego de eso estudian por dos años los aspectos básicos de la Medicina. Al terminar esta etapa son dirigidos a las diferentes provincias para compartir aula, por primera vez, con estudiantes cubanos.
A Juan le designaron la provincia de Sancti Spíritus, a cuatro horas de la capital cubana. “La universidad te da todo, pero yo quise salir del campus y alojarme en arriendo con una familia. Ese arriendo al final terminó siendo algo simbólico”, recuerda.
Fue cuestión de poco tiempo para que los arrendadores se convirtieran en la familia adoptiva de Juan. Ese calor de hogar fue lo que lo ayudó a sobrellevar las imposibilidades de comunicación con su familia natural, que por ese entonces eran más fuertes debido a las escasas posibilidades de conexión en Cuba.
Lurdes y Ernesto se llaman ellos y aún, después de seis años, siguen en contacto con Juan Carlos, pendientes de sus pasos y esperando con ansias que los vuelva a visitar.
“Después de varios años de haber salido de la Isla tienen todavía un cuarto para mí. Y cada vez que voy a visitarlos me reciben con la misma felicidad que da el ver a un familiar que llega del extranjero”.
Al vivir en Cuba por más de seis años los estudiantes establecieron una conexión con el país para toda la vida. Incluso, hay casos de estudiantes que luego de graduarse regresaron con pareja. Otros que se quedaron a optar por una segunda beca y hacer la especialidad.
Juan Carlos, por su parte, decidió volver y enfrentarse con el modelo de Salud colombiano: con su régimen contributivo, las Ips, Eps y demás términos que eran para él como si le hablaran chino.
Cuando le pregunto por las cosas malas que pudo vivir en la isla caribeña él responde con frases diplomáticas. “Yo no digo que Cuba es el paraíso. Es cierto que faltan avances tecnológicos y conexión, pero yo cambiaría todo eso por la tranquilidad”.
Huevos pericos con puerco asado
Cuba se agarró de la maleta de Juan Carlos desde que se fue y no ha querido soltarlo.
Cuando regresó a Colombia empezó a identificar espacialmente los lugares donde se puede sentir en Cuba, aunque sea levemente. Va de vez en cuando a almorzar en el restaurante Ilhé- Habana, atendido por un cubano que lo hace sentir con sus comidas como si estuviera con doña Lurdes en Sancti Spíritus. No se pierde ningún evento que tenga que ver con Silvio Rodríguez y acompaña siempre sus huevos pericos (huevos con cebolla y tomate) con arroz congrí y puerco asado.
comentarios
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Perla Rosa
También tuve en mi casa un estudiante al q llevo en mi corazón y comparto sus éxitos.
En horabuena!
Eduardo Alberto
nuestras vidas, dificultades y logros para unidos hacer todo lo que nos falta. Sin dudas estos médicos hacen realidad: Cuba se extraña…Gracias por esta publicación.
El Masón
Javier Antuña