Una profesión para arrogantes masoquistas

Una profesión para arrogantes masoquistas

22 / agosto / 2016

Creemos que los periodistas tenemos las verdades, pero solo somos lo suficientemente soberbios como para decir las nuestras.

El editor pide el texto y uno va a la cuartilla con la pretensión del que va al lienzo o a la partitura, pero el resultado muchas veces es menos grave que el arte. Muchas veces uno embarra el texto con la tinta vulgar de los discursos fatuos.

Piensa uno que cada letra es oro, que cada idea es un teorema, que cada palabra sobre un asunto es, sobre ese asunto, la incuestionable última palabra. Uno lo calla, pero confía en que cada página será la trascendente e ineludible brizna de una antología.

Al cabo de varios años uno se percata de que este es un oficio de arrogantes y masoquistas. Podemos pensar en nuestra función social, en la elusiva verdad, en los camaleónicos valores universales, pero lo que une a todos los periodistas es que tenemos algo que decir y creemos que es lo suficientemente valioso como para ser escuchado por mucha gente.

Y mientras uno ceba sus entendederas con lecturas sobre estilo, ética, arte, política, o cualquier cosa, lo único que hace realmente, es afinar la hebra que sostiene la espada de Damocles que, tan festinadamente, puso sobre su cabeza.

 Y uno es un masoquista porque disfruta tanto la censura como la loa

Así se enfrenta uno a la cuartilla, intentando ser espectacular y honesto, poético y claro, firme y mesurado, polémico e incuestionable. En las tardes de autocomplacencia uno se cree que es artista, pero no es más que la sombra de otra cosa.

Uno no es más que un novelista demasiado ceñido a los hechos, un cineasta demasiado indisciplinado, un político demasiado humano. Uno tiene demasiadas ansias de demostrar erudición como para ser entretenido, demasiados datos como para ser categórico, demasiados principios como para sacrificar el equilibrio por cuestiones de estilo.

El texto periodístico no es más que la creación seriada de artistas de mentira para aquellos que todavía se interesan por la realidad.

Y uno es tan arrogante que cree que puede asumir sin pensar la tarea de decir algo bien y bueno una vez a la semana, y uno es tan masoquista que disfruta la agonía de crear el texto periodístico.

El editor llama y allí va uno a rellenar el espacio. Si está en una semana feliz, escribe algo que sabrá popular, si la semana es oscura, escribe algo que disguste al jefe. Y uno es un masoquista porque disfruta tanto la censura como la loa.

Pero en el fondo de todos esos momentos en que se siente útil porque habló cuando no era lo más sensato, o importante porque miles leyeron tu artículo, o percibido porque fue censurado, lo único que se encuentra son las dudas sobre uno mismo.

Porque a esta edad ya debería tener escrita una novela, porque sabe que no será el mejor de su generación, ni siquiera, de los que se sientan a tomar cerveza los jueves en la tarde en la mesa de un bar húmedo, caluroso y oscuro.

Piensa en un médico que salva vidas en África, en un tipo que va al espacio, en un medallista olímpico, en una actriz porno de impresionantes habilidades y se cuestiona cuáles son sus credenciales para escribir más que el hecho de creer que puede hacerlo. Pero eso, claro está, es solo en muy poco momentos.

La mayoría del tiempo uno es arrogante y masoquista, y cree que no puede vivir sin los textos que ya escribió, y que es responsable de abrir los ojos a alguien, y que debe ofrecer una nueva perspectiva sobre algún tema agotado, y que es su cruz rutilante luchar contra los censores.

Solo a veces uno tiene la duda. Solo cuando el editor llama y pide el texto, uno se cuestiona si, esta vez, escribirá con la vulgar tinta de los discursos fatuos o si enfrentará la cuartilla como si fuera un lienzo o una partitura.

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víctor

y quién es esta persona (!!!¿¿¿periodista???!!!) tan segura de lo que cree y dice…???!!!

y será de verdad un periodista…???

cuando garcía márquez dijo, por propia experiencia práctica, que periodista es “el mejor oficio del mundo” hablaba con sobrada nostalgia de esa condición que parece haber sido sustituida por criterios de otras personas distintas en el oficio por su cinismo “arrogante y masoquista”, como el que aquí se lee, a quienes el gabo parece referirse cuando menciona a “muchachos que salen ilusionados de las academias, con la vida por delante,(y)parecen desvinculados de la realidad y de sus problemas vitales, y prima un afán de protagonismo sobre la vocación y las aptitudes congénitas. Y en especial sobre las dos condiciones más importantes: la creatividad y la práctica”.

tal vez sea lo único cierto o al menos válido para estos tiempos, como no pocos sospechan, que así se lo enseñaron a los del oficio actual o al menos los aprendices contemporáneos del mismo creen haberlo aprendido, pero estaría bueno que hasta ellos mismos se ocuparan de que el periodismo, como, en igual caso, la ingeniería de naves espaciales, sirviera para algo más que para probar su bajeza, sino que el ser humano es un animal razonablemente pensante, digno de la nobleza y merecedor del perfeccionamiento de su propia obra…

por supuesto, la apocalíptica ineptitud galopante para complacer al reclamo cuando “el editor pide el texto” antes que a la propia conciencia, justifica la creencia en la soberbia y el masoquismo del oficio…

Voy a citar de nuevo un fragmento sobre el tema del autor de relato de un náufrago, sólo porque me gustaría creer que el autor del artículo que nos motiva se merece la provocación para que lo lea completo.

“Yo creo que sí: el mal periodista piensa que su fuente es su vida misma –sobre todo si es oficial– y por eso la sacraliza, la consiente, la protege, y termina por establecer con ella una peligrosa relación de complicidad, que lo lleva inclusive a menospreciar la decencia de la segunda fuente.”

la segunda fuente es la cabecidura realidad, que merece más respeto…

al periodista, más que autoflagelarse más le vale, de nuevo con el gabo, saber que “la ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón”.

y bueno…!!!

víctor

Anónimo

cito íntegro este artículo porque me parece el mejor arumento, en contraste con el que motiva el gesto, para que se advierta la distinta posición que tiene una auténtica periodista de quien no firma su queja…

No Gabo, el periodismo no es el mejor oficio del mundo

7 de junio de 2016. Día del Periodista en Argentina. Reflexiones desde el ejercicio, el vivir el día a día y la pasión de ser periodista.

por tais gadea lara
http://taisgadealara.com/2016/06/no-gabo-el-periodismo-no-es-el-mejor-oficio-del-mundo/

He tenido la oportunidad, el placer y el orgullo de formarme en comunicación en una universidad pública y gratuita y, por ello, siempre sentí una necesidad de devolver algo a esa misma institución, a esa misma comunidad educativa de la que uno forma parte desde el día uno en que se inscribe en una materia. Años (unos cuantos) más tarde de ese primer momento de nervios y expectativas, fue esa misma institución la que me convocó para la desafiante tarea de asistir, pero ya no como alumna, sino del otro lado del escritorio, junto al pizarrón (o ya hoy más apropiado decir pantalla o proyección digital) para enseñar eso que parece tan fácil hacer por muchos, eso que muchos vivimos como algo tan delicado, particular y responsable de realizar.

Comienzo y concluyo cada uno de mis cursos en periodismo con aquel discurso que a mí una vez me compartió un profesor, aquel texto que me hizo reafirmar aún más la decisión que había tomado de ser lo que soy, aquellas palabras a las cuales vuelvo una y otra vez cuando las expectativas parecen desmoronarse y cuando la realidad laboral te cachetea una y otra vez en la cara. “El mejor oficio del mundo”, aquel titular que pasó a la historia, para definir las palabras pronunciadas por el escritor, pero también periodista, colombiano Gabriel García Márquez, un 7 de octubre de 1996.

Analizo con los alumnos cada uno de los elementos que allí se expresan sobre las características puntuales del ser periodista y los aspectos diferenciales que deben poner en juego a diario en el ejercicio de su labor. Siempre, una y otra vez, en mis clases he repetido esta idea de que lo que nos diferencia a los periodistas de cualquier otra especialización y formación es justamente ese hecho de ser un oficio, de ser algo que implica un más allá de la formación, ese algo especial que todos sentimos dentro cuando desde pequeños comenzamos a observar atentos las noticias, cuando mirábamos un partido de fútbol y luego escribíamos una crónica, o jugábamos a tener una radio y contar lo que para nosotros eran las noticias del día. Ese “no se qué” que no te enseña ninguna universidad, pero que todos sabemos debemos poner en práctica al momento de escribir un artículo.

Pero fue en ese día a día trabajando que entendí que el oficio sí era lo más diferencial que podíamos tener, pero que hacía falta algo más para un reconocimiento pleno. Pronto entendí que las palabras de Gabo quizás fueron las mejores para describir al periodismo en un determinado momento histórico, pero que hoy necesitan de una redefinición por su contexto más inmediato.

¿Por qué cuando cualquier otra persona recibe el título universitario, percibe luego un aumento de sueldo en el trabajo, y el periodismo no? ¿Por qué he escuchado hablar a periodistas de grandes medios del país decir que “esto no se estudia”, cuando uno se pasa años leyendo sobre semiótica, historia, economía, filosofía y tecnología? ¿Por qué el periodista queda solo, sin amparo de nadie, cuando empresarios ponen medios con fines políticos y luego los cierran o declaran en quiebra a su antojo? ¿Quién protege al periodista? ¿Por qué parece no importar no ponerle la firma de uno a su propia nota, cuando es la máxima demostración del trabajo realizado por uno, con la responsabilidad que ello implica? ¿Por qué el periodismo parece seguir siendo, aún en 2016, un simple y mero oficio?

La realidad se hace apenas un poco (o mucho) más compleja cuando, lejos de trabajar en las tradicionales redacciones -aquellas que Gabo describía con tanta pasión- uno crea un ambiente de redacción en su propio hogar como independiente o, técnicamente, “freelance”. Cuando el ámbito de trabajo puede ser cualquiera, allí donde uno lleve su computadora, su grabador y su, claro, infaltable anotador. Cuando el título de un artículo se piensa mientras uno se da una ducha y la nota se cierra a cualquier hora de la madrugada si es necesario. Llegar a fin de mes en esta condición se convierte en el máximo aprendizaje que un periodista puede tener. Hacer malabares parece ser la principal aptitud a poner en un currículum, y pelear por un precio justo por un artículo, la principal hazaña de la que, pocas veces, uno sale victorioso.

El año pasado, ante los atentados ocurridos en París, el colega Alejo Schapire dio cuenta de algunos de los obstáculos a los que se enfrenta a diario esta falta de reconocimiento. Argentino, radicado en la ciudad francesa, fue uno de los primeros consultados por los medios de Argentina para saber qué ocurría allí. En un primer momento accedió sin inconvenientes por la urgencia misma de los hechos, por esa necesidad y responsabilidad que todos sabemos tenemos de dar a conocer lo que ocurre, de contar lo que sucede, de informar a la sociedad. Pero al segundo, tercer, cuarto día de ocurridos los atentados, el seguir pretender consultarlo de manera gratuita parecía una burla hacia la misma historia de los corresponsales. ¿Acaso informar lo que ocurría allí no era su trabajo?

Gracias a ser periodista tengo la oportunidad de viajar y cubrir acontecimientos en otros territorios distintos del de mi querido país. La realidad con la que me encontré no dista mucho de mi lugar de origen. En México, al decir que era periodista, una adolescente me preguntó si no tenía miedo en serlo, pues allí desaparecían y asesinaban a colegas que denunciaban actos de corrupción y/o narcotráfico. En Chile, conocí a una periodista unos 30/40 años mayor que yo que aún hoy, luego de una larga trayectoria, continúa haciendo trabajos de manera gratuita por ese famoso discurso de “nos sirve en visibilidad, nos da prestigio”.

Cuando Gabo pronunció su discurso yo apenas tenía ocho años. Edad en la que, aún sin saber por qué, ya le había dicho a mi mamá que de grande quería ser periodista. Hoy, 20 años después, no cambio por nada aquello que fue un impulso, una decisión, una voluntad que surgió justamente de “ese no se qué” que llevamos dentro como parte inherente de lo que es el oficio mismo. Hoy, 20 años después, mi querido Gabo, no creo estar ejerciendo, no creo estar haciendo, no creo estar siendo el mejor oficio del mundo… sino la mejor profesión del mundo. Aquella que te permite conocer las realidades más extremas, aquella que te exige asumir la responsabilidad por cada una de las palabras que uno escribe, aquella que permite denunciar y dar voz a quienes no la tienen, aquella que te enfrenta al desafío de comunicar cosas tan técnicas como las emisiones de gases de efecto invernadero y traducirlas al lenguaje de mi abuela, aquella con la cual elegí especializarme en ambiente y sustentabilidad para, a través de cada uno de los caracteres que escribo, generar, al menos un poco, de conciencia y promover un cambio de acción en el mundo. Ese mismo mundo que hoy, 20 años después de tus bellas y aún tan persistentes palabras, nos sigue viendo y tratando como un mero oficio, cuando sí, no todos tienen la misma suerte que nosotros en realizar una tarea que se vive y se disfruta con una pasión inigualable; pero que sí también se trata de una profesión.

Amo, vivo, sufro, disfruto cada segundo de mi vida con esto que no lo puedo llamar un “hacer de vida” sino una forma de ser que uno elige, pues el periodismo no conoce de horarios de oficina, ni de momentos puntuales de trabajo. El periodismo uno lo lleva adentro con cada interés despertado en lo que ocurre, por eso que lo lleva a encender la cámara, a sacar una foto, a grabar incluso cuando uno se pueda llegar a encontrar de vacaciones, por eso que lo motiva a uno a generar iniciativas nuevas todo el tiempo para comunicar de la mejor manera posible, con investigación, con responsabilidad, con ética. El periodismo es la mejor profesión del mundo, hagamos que sea reconocida como tal. ¡Salud colegas!

“Pues el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente”

Gabriel García Márquez

Anónimo

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