—¿Yo solo? ¿Cómo puedes hacerme eso? ¿Tú sabes lo que es soltarme por esos parajes, a expensas de los matarifes que pululan en las sabanas?
—No exageres. Tengo derecho a coger vacaciones. Te prestaré tres guardaespaldas, el resto se va conmigo a la playa. Pero las visitas a provincias deben continuar.
—Que dejemos de caerle a los municipios por unos días no va a dejarse ver.
—¿Qué dices? ¿Cómo puede un organizador del Partido hablar así? ¿Imaginas el grado de desamparo que sentirán en la base al no poder anotar en sus agendas las orientaciones siempre pertinentes que les impartimos?
—Orientaciones que, por suerte, no revisan nunca. De hacerlo se darían cuenta de la cantidad de años que venimos diciendo lo mismo.
—¿Qué quieres? He ahí la continuidad. Nos aparecemos un día con ideas diferentes y tú sabes cómo es el cubano: enseguida piensa que las cosas empezarán a cambiar, se embulla, y cuando viene a ver cree que la prosperidad es vivir a todo tren y tener la oportunidad de irse con la familia a una casa en la playa cada vez que desee. Y eso no podemos aceptarlo, nos complicaría mucho más la situación con el transporte.
—Esas contundentes ideas tuyas son las que me siento imposibilitado de compartir con los cuadros de abajo.
—No solo para saber el itinerario de tus próximas visitas estás aquí, sino para oír mis orientaciones. Anota ahí algunos conceptos que no puedes dejar de expresar. Este es el primero: «En la medida en que produzcamos más, necesitaremos importar menos alimentos, y el dinero que hoy destinamos a ese fin lo podremos poner en otros sectores».
—Qué vergüenza. Es tan obvio…
—No hay por qué abochornarse. El propio socialismo es una obviedad. Para la gente debe quedar claro que esto que construimos es por naturaleza mejor, no importa si se demuestra o no. Si no tienen más comida, que se acuesten no solo con el estómago vacío, sino con la culpa de que no saben hacer las cosas como nosotros las indicamos.
—Si les digo que «además bajarán los precios y se elevará el poder adquisitivo de los cubanos y las cubanas»…
—Es otra obviedad, pero no está mal. Yo sustituiría lo de «poder adquisitivo» por alguna otra frase. El único poder adquisitivo que podemos aceptar es el que heredé del compañero Raúl, y que asumí a mucha honra y con total humildad.
—A pesar de las dudas.
—¿Las tuviste tú?
—No, qué va. El General de Ejército se limpió con la política de cuadros, con las elecciones y todo eso, y demostró que era posible aparentar que dejaba la batuta. De ahí la frase «sí se puede».
—No te quejes. Gracias a eso estamos aquí.
—No lo hago. Solo me preocupa asumir las visitas a provincia en una total orfandad.
—¿Orfandad y hasta te lo mastico todo? ¿Es tan difícil expresar que «deben generalizarse las buenas experiencias»?
—Que no se generalice esta. Me hubiera gustado acompañarte en las vacaciones.
—Ya llegarán las tuyas. No quería perderme las Olimpiadas.
—Me deprime ver perder a los cubanos.
—Ya que no puedes ver perder a nuestros atletas de alto rendimiento, no pierdas entonces la posibilidad de visitar a campesinos ídem. Diles siempre que son un ejemplo. Hay gente «empeñada en transformar el escenario productivo con más trabajo, una fórmula que siempre da resultados».
—No siempre. Míranos a nosotros.
—Hay que beber de la base. En el plan de visitas te puse la Empresa Pecuaria Genética del Este, donde se recuperan seis vaquerías. «El proyecto de desarrollo ganadero incluye la siembra de cien hectáreas de café».
—¿Y qué tiene que ver la infusión con las vacas?
—Me dirás tú. Quién quita que si por la noche las dejamos sueltas se coman los granos, se desvelen, y ellas solitas se cuiden.
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