Videos virales y chocolate: la receta infalible de una madre cubana en Estados Unidos

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Liliana Rodríguez no llegó a Estados Unidos con un libro de recetas bajo el brazo. Tampoco se despertó, de pronto, con una idea brillante. El negocio que hoy conecta con miles de usuarios fue resultado del desvelo. Su trabajo más estable en Estados Unidos comenzaba a las 4 de la mañana, en una factoría de lapiceros. Pero, a pocos meses de tener a su hija, decidió emprender algo nuevo. «A veces iba en el carro pensando que no quería seguir allí después de dar a luz». Es por eso que buscó una alternativa para estar más tiempo en la casa y lo que encontró fue chocolate.

Desde la pequeña cocina de una comunidad de casas móviles en San Petersburgo, muy cerca de Tampa, la cubana diseña confituras, graba videos y amplía su audiencia como creadora de contenidos, mientras cuida a su hija de cinco meses. Ambas son protagonistas de los reels que ya superan los 30 millones de reproducciones y que le han permitido construir una comunidad de más de 200 000 seguidores en Facebook, Instagram y TikTok, en muy pocos meses. Liliana conversa en exclusiva con elTOQUE para compartir su historia. 

Cuenta que tenía 23 años cuando dejó atrás su hogar en la provincia de Artemisa para hacer «la ruta de los volcanes». El libre visado a Nicaragua le abrió las puertas al sueño americano. Fue exactamente en el año 2022 y tras su llegada a la frontera con Estados Unidos tuvo la suerte de recibir un parole. «Eso era como una ruleta. En el mismo día había personas a las que les daban I-220A o parole, por puro azar. Era algo extremadamente loco. La suerte me tocó». 

Lo de emprender viene de atrás. En Cuba, estudió Contabilidad y Finanzas y, a pocos meses de graduarse, inició un negocio de golosinas y chucherías en el pueblo. «Yo vengo con esa mentalidad, lo que más vende es la comida». Por eso, cuando vio las posibilidades que le ofrecían los moldes de silicona, no pensó en «hacer velas como todo el mundo», sino en recetas con dulces. 

«No se trataba solo de ingresos, era la necesidad de estar, de criar, de ser parte de la vida de mi hija», precisa la joven madre. El empujón definitivo para su nuevo emprendimiento vino con el cheque de la devolución de impuestos. Gracias al dinero de los taxes compró los primeros productos que necesitaba. «Yo me dije, no voy a dejar que estos ingresos se vayan como agua», recuerda Liliana. 

El comienzo no fue ideal. Probó primero con unas galletas Oreo bañadas en chocolate. Sin cursos, sin recetas profesionales, sus profesores fueron YouTube y ChatGPT. Grabó los primeros videos con un trípode roto y un teléfono. «Nadie sabe esa parte. Tuve que apuntalarlo con un globo lleno de agua para que no se cayera». Primero no salía con la niña en cámara, pero debía interrumpir constantemente la grabación para atenderla. «Yo me dije, no lo voy a hacer más. Si estoy con la niña, lo voy a grabar igual. Es mi vida y es el proceso real». 

Una niña en brazos, una cámara encendida

Angélica tiene cinco meses. Sonríe, llora, se mueve, se duerme en brazos mientras su madre baña galletas, funde chocolate y graba contenido para TikTok, Facebook o YouTube. «Yo quise estar en la casa con ella. Si la tengo que cargar para hacer los chocolates, la cargo. No importa». 

Liliana organiza su día entre tomas, ediciones y biberones. Cocina temprano, graba al mediodía, edita por la noche, hace los audios a medianoche. «A veces hago los audios con ella cargada aquí», dice señalando el pecho. Si hay ruido o llanto, corta, repite, insiste. «Es un trabajo complicado, pero siempre se logra en algún espacio». 

La casa donde vive —un tráiler, como dice ella— tiene paredes finas, piso que tiembla al caminar, cocina pequeña y falta de espacio. «Casi no tengo una pared limpia para grabar. Todo está muy cargado» dijo a elTOQUE. Sin embargo, esas limitaciones no la detienen. «Si el piso vibra y se mueve el video; bueno, después lo edito».

Liliana no se ve a sí misma como influencer. Dice que aún le da timidez hablar directamente a la cámara. Graba las manos, las recetas, su cuerpo sosteniendo a la niña. Luego agrega la voz en off. Sabe que el crecimiento acelerado de su comunidad le exige incorporar nuevas formas de conectar con el público. «Todavía no me siento cómoda haciendo un live. La niña es pequeña. Se puede poner incómoda y el video sale mal».

Los ingredientes de una comunidad

La conocimos primero a través del video viral de un oso hecho con galletas. La clave de su éxito, dice, no es vender. Es compartir. «Yo siempre he defendido que no importa si tú tienes una mesa al lado mío ofertando lo mismo. Tú tienes tus clientes, yo tengo los míos. Puedo aprender y te puedo enseñar». Es por eso que en cada video ofrece el paso a paso y siempre deja dos opciones. «Lo puedes hacer o me lo puedes comprar». 

Por ahora, no quiere dar cursos pagados. «Yo empecé sola. Una vez di 50 USD por unas clases y lo que me enseñaron ya lo sabía. Sentí que me estaban vendiendo algo vacío y no quiero caer en eso. Si alguien siente que puedo aportar un conocimiento, lo invito a mi canal de YouTube, donde hago videos más largos». 

La audiencia de Liliana Rodríguez está conformada por cubanos dentro y fuera de la isla. Le escriben desde España y desde otros lugares de Estados Unidos. «Hay quienes me dicen: “te escribo aunque sé que no me vas a responder”, y yo les respondo. Recuerdo que una vez una influencer que admiro me escribió y eso me hizo feliz. Yo quiero hacer lo mismo con los demás». 

Pero no todo es dulce en su trabajo. A veces recibe comentarios ofensivos. «Hubo alguien que dijo que yo usaba a la niña para dar lástima». Pero precisa que no responde a comentarios de odio. «Si hay cien comentarios buenos, prefiero centrarme en esos». En cada mensaje que responde, reafirma su propósito. Inspirar. «Muchas personas me dicen que les he dado fuerzas. Eso es lo más bonito que me ha pasado».

Su comunidad crece cada día y casi siempre llega algún encargo gracias a las redes. Todavía no es mucho dinero, asegura Liliana, pero sí es suficiente para quedarse en casa, criar a su hija y ayudar con los gastos. «No tengo que pedir permiso a nadie para ir al parque con ella. Eso es lo que yo quería». 

Aprender a hacer con lo que hay

Liliana no posee una cocina sofisticada ni recursos muy profesionales para grabar. Pero tiene algo que muchos emprendedores tardan años en encontrar, la autenticidad. «Nadie empieza con todo. Y si empiezas con todo, no tienes la práctica, no tienes el conocimiento». Asegura que no hay un manual perfecto para emprender. 

En ese recorrido también ha sufrido tropiezos. «La primera luz profesional que compré encandiló tanto la grabación que TikTok penalizó el video por mala calidad. Eso nunca me había pasado» cuenta Liliana y añade: «lo superé, me reí y lo conté en otro video». Ahora adquirió una impresora nueva de alimentos, más moldes y un mejor trípode. 

«Lo importante es tenerlo en mente y echar pa’lante», dice Liliana. Su esposo la ayuda cuando puede. «Pero esta es mi idea. Yo lo pensé. Yo lo hago». Para crecer, no ha hecho colaboraciones ni ha pagado publicidad. Todo ha sido orgánico. «Yo decía, o gano dinero con los chocolates o con los videos», enfatiza. Hoy recibe ingresos por ambos trabajos. Lo justo para seguir soñando. «No me visualizo famosa. Solo quiero seguir como estoy. Bien. Tranquila. Con mi niña». 

Para Liliana, cada chocolate es una forma de afirmarse en un nuevo país. Una manera de decir: estoy aquí, hago lo que puedo, y lo hago bien. Además, asegura que no planifica a largo plazo. «Yo soy muy de vivir el día a día», confiesa. «No me preocupo mucho por el mañana. Eso se va dando poco a poco». Tampoco sueña con tener una dulcería. O sí. Pero no ahora. «Me siento muy agradecida con lo que estoy logrando. Lo principal era quedarme en casa con mi bebé. Eso ya lo logré». No quiere cursos ni proyectos que le roben ese tiempo.

Su vida diaria no es sencilla. «Hoy mismo eran las cinco de la mañana y yo seguía despierta. Pero me puse a hacer chocolates porque tengo un encargo. Me maquillé un poco las ojeras y pa’lante. Mañana se duerme». Si algo la define, es esa mezcla de ternura y tenacidad, de humor y trabajo silencioso. Un chocolate, una cámara, una niña en brazos. Así se está contando la historia de esta cubana en la Florida. «A veces me frustro, claro. Pero soy de las que ven el vaso medio lleno. Siempre digo, eso va a salir. Hay que tener paciencia». 

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