El 28 de febrero de 2013 sucedió un hecho poco habitual en la historia de la Iglesia católica en la modernidad: el papa Benedicto XVI anunciaba en latín y ante la consternación de los presentes su renuncia al Gobierno institucional de la Iglesia. Nueve años después, el 31 de diciembre de 2022, fallecía Benedicto XVI a los 95 años de edad.
¿Quién fue el jerarca de origen alemán que marcó un precedente en la historia eclesial del siglo XXI? ¿Cuál fue la influencia de Benedicto XVI sobre la Iglesia católica en Cuba?
Joseph Aloisius Ratzinger, nombre secular del papa Benedicto XVI, nació el 16 de abril de 1927 en el ambiente de una familia católica germana. Especializado en Teología y Filosofía, después de su ordenación sacerdotal en 1951 ejerció la docencia en la Academia de Frisinga y en la Universidad de Múnich. Durante el Concilio Vaticano II fue asesor teológico del cardenal Josef Frings, y destacó por sus criterios aperturistas en la cita eclesial (Concilio Vaticano).
En 1969, Ratzinger regresó a la docencia en la universidad alemana de Ratisbona, aunque las manifestaciones de 1968 en el país europeo influyeron en la mentalidad del sacerdote, quien entonces tenía posturas más conservadoras.
En 1977 fue nombrado arzobispo de Múnich y en junio de ese año, cardenal.
En los inicios del Gobierno de Juan Pablo II, Ratzinger fue convocado al Vaticano para ocupar la Congregación para la Doctrina de la Fe (dependencia eclesial destinada al control doctrinal y moral). Esa época constituye uno de los períodos más polémicos del cardenal Ratzinger, pues actuó como censor de teólogos y académicos progresistas, entre ellos Hans Küng y Leonardo Boff.
En mayo de 2005, durante el cónclave convocado tras la muerte del papa Wojtyla, Ratzinger fue elegido sumo pontífice número 265 de la Iglesia católica y tomó el nombre de Benedicto XVI.
Durante su pontificado se restauraron ritos preconciliares, ornamentos en desuso y se publicaron mutuos propios (documento emanado del papa por su iniciativa y autoridad) destinados a readmitir a obispos integristas, deteriorando el diálogo ecuménico e interreligioso. Su labor pastoral se destacó por una amplia producción intelectual reflejada en encíclicas (cartas enviadas a fieles) y libros.
Su ministerio petrino estuvo atravesado por la denuncia de varios casos de abusos sexuales de sacerdotes en diferentes partes del mundo, así como por la filtración de documentos que realizara su mayordomo Paolo Gabriele, denominados Vatileaks.
En medio de una crisis institucional, el octogenario pontífice anunció su renuncia al Gobierno de la Iglesia católica. El suceso tenía su precedente inmediato en 1294, cuando Celestino V renunció al pontificado para regresar a su anterior vida monacal. Benedicto XVI abría así la Iglesia católica a una nueva realidad y sentaba un precedente moderno, reconfigurando el ejercicio del poder papal.
El pontificado de Benedicto XVI pasará a la historia como un período atravesado por una crisis institucional que obligó a buscar reformas internas. Con un alto perfil académico, Ratzinger inició con su renuncia un ciclo de aggiornamento eclesial (actualización), que ha devuelto a la Iglesia católica a la realidad posconciliar, aunque en un mundo más globalizado e interconectado.
El aggiornamento eclesial ha obligado a la institución a asumir políticas de transparencia y adecuación a la norma jurídica de los Estados en los que desarrolla su labor religiosa.
Benedicto XVI y su visita a Cuba
A diferencia de su predecesor Juan Pablo II, Ratzinger no fue un papa viajero. Con un perfil académico y una relación tímida con las multitudes, sus veinticuatro giras pastorales fuera de Italia destacaron por sus gestos concretos y apoyo a las realidades eclesiales de las regiones adonde viajó, actitud también asumida por su sucesor Francisco.
En la visita a Cuba de Ratzinger en marzo de 2012, destacan dos móviles: el primero, de corte pastoral, se fundamentó en la celebración de los 400 años del hallazgo de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre; mientras que el segundo se basó en respaldar los diálogos eclesiales con el Gobierno de Raúl Castro, aunque la diplomacia vaticana manejó el motivo con suma cautela.
Las negociaciones encabezadas por el cardenal Jaime Ortega eran el resultado del clima de diálogo iniciado con la visita de Juan Pablo II en 1998, pero que se habían dificultado por la presencia en el episcopado cubano de clérigos críticos al régimen político, entre ellos Pedro Meurice y José Siro González. El entendimiento final tuvo dos resultados visibles para la Iglesia local: la liberación de los 75 presos de la Primavera Negra y el fortalecimiento en el país de la incidencia pública de la Iglesia católica.
Aunque haciendo uso de sus amplios dotes intelectuales, el papa Ratzinger lanzó críticas directas a la ideología de Estado imperante en Cuba, su invitación principal fue la de lograr cambios en la isla mediante la reconciliación, acorde con lo que propone la Doctrina Social de la Iglesia.
Uno de los momentos más álgidos antes de la llegada a Cuba de Ratzinger fue cuando, desde su avión destino a México (primera parada de la gira), el pontífice sentenció: «Hoy estamos en una época en la que la ideología marxista (...) ya no responde a la realidad y si no es posible construir cierto tipo de sociedad, entonces se necesita encontrar nuevos modelos, de forma paciente y constructiva». Las declaraciones generaron malestar en el Gobierno cubano, lo que llevó al canciller Bruno Rodríguez Parrilla a expresar su desacuerdo público en la conferencia inaugural de recibimiento en la sala de prensa internacional.
Durante la misa en la Plaza Antonio Maceo en Santiago de Cuba, Benedicto XVI expresó la principal apuesta de la institución que conducía en la isla: «Queridos hermanos, ante la mirada de la Virgen de la Caridad del Cobre, deseo hacer un llamado para que den nuevo vigor a su fe, para que vivan de Cristo y para Cristo, y con las armas de la paz, el perdón y la comprensión, luchen para construir una sociedad abierta y renovada, una sociedad mejor, más digna del hombre».
Con un lenguaje a tono con su formación intelectual, el pontífice advirtió la necesidad de una sociedad abierta a los cambios y que se centrara en la persona humana, lo que contradecía el discurso de masas del marxismo estalinista imperante en Cuba. En su discurso de despedida, el papa reforzó su mensaje y solicitó, además, un cambio y apertura en la nación.
Antes de abordar el avión a su próximo destino, el pontífice precisó frente a las máximas autoridades políticas del país: «[continuaré] rezando fervientemente para que ustedes sigan adelante y Cuba sea la casa de todos y para todos los cubanos, donde convivan la justicia y la libertad, en un clima de serena fraternidad. El respeto y cultivo de la libertad que late en el corazón de todo hombre es imprescindible para responder adecuadamente a las exigencias fundamentales de su dignidad, y construir así una sociedad en la que cada uno se sienta protagonista indispensable del futuro de su vida, su familia y su patria».
«Las eventuales discrepancias y dificultades se han de solucionar buscando incansablemente lo que une a todos, con diálogo paciente y sincero, comprensión recíproca y una leal voluntad de escucha que acepte metas portadoras de nuevas esperanzas», añadió.
El papa Benedicto XVI condenó el embargo estadounidense y pidió que se construyeran nexos de cooperación en los cuales la dignidad de la persona humana fuera el centro del diálogo.
La visita tuvo varios aspectos polémicos. El primero de ellos fue el encuentro del pontífice con Fidel Castro y la ausencia de un encuentro con la disidencia política. Otro elemento fue el empleo de una liturgia recargada, que no facilitó a muchos de los asistentes (se registraron reportes de personas obligadas por el Gobierno a asistir a los actos religiosos) el entendimiento de los ritos que, en casos como la misa en La Habana, se enunciaron en latín.
La visita del jerarca a Cuba consolidó la incidencia pública de la Iglesia local, antes purgada y diezmada por el Gobierno. Su máxima expresión de acercamiento fue durante la época del deshielo político entre Estados Unidos y Cuba, mediado por la Santa Sede y que sería imposible entender sin el apoyo del difunto Benedicto XVI.
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