China y Cuba en la arena global: dos partidos, un sistema

Foto: elTOQUE.

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Aseverar que la República Popular China (RPC) y Cuba no son tan diferentes puede parecer, a simple vista, una afirmación engañosa. De hecho, resulta casi contradictoria si se consideran los niveles de desarrollo y crecimiento económico alcanzados por ambos países a lo largo del último siglo.

Desde la era de Deng Xiaoping, China ha experimentado etapas de avance sostenido que impulsaron procesos de industrialización y urbanización envidiables dentro del llamado «Sur Global», consolidando, además, su ascenso en la jerarquía del sistema internacional —pese a sus actuales tensiones internas—. Cuba, por el contrario, parece haberse quedado anclada, después del colapso de la ayuda soviética, en un ciclo persistente de crisis multidimensional, represión sistemática y aumento de los flujos migratorios que se siguen diseminando por el hemisferio.

Similitudes y asimetrías

Si tomamos en cuenta la naturaleza de ambos regímenes políticos, así como su proyección global, la afirmación mencionada puede cobrar sentido. Más allá de las profundas diferencias económicas y estructurales entre la RPC y Cuba, ambas naciones comparten la condición de regímenes autoritarios de partido único, cerrados a la competencia política y fundados sobre la ideología del marxismo-leninismo.

En lo referente a la proyección internacional, ambos regímenes coinciden en un interés estratégico por consolidar su influencia dentro de organismos multilaterales y avanzar en diferentes agendas: desde promover la reforma multipolar del sistema-mundo, hasta reclamar la soberanía de Pekín sobre Taiwán y el Mar del Sur de China; o bien denunciar el fin del «bloqueo» estadounidense a La Habana.

Además, pese a la marcada asimetría de recursos materiales, tanto China como Cuba poseen capacidades para desplegar estrategias de poder blando, sustentadas en un importante capital simbólico. Aunque el régimen cubano es incapaz de sostener proyectos de diplomacia económica como la Iniciativa Franja y la Ruta, ha logrado asegurar un notable apoyo internacional gracias a mecanismos como la diplomacia de cumbres, la cooperación entre partidos políticos y los intercambios entre pueblos. Todos ellos, elementos centrales en la política exterior china desde tiempos de Mao.

Esta comparación pretende llamar la atención sobre un fenómeno poco explorado por la academia y, en general, ignorado por la opinión pública: la capacidad de influencia internacional del régimen cubano. Mientras que existe una abundante literatura que estudia los mecanismos de internacionalización antes mencionados para el caso de China, esfuerzos equivalentes sobre Cuba son escasos.

Una excepción notable es el trabajo de Gobierno y Análisis Político A. C., que analiza, precisamente, las asimetrías entre la difusión del sharp power cubano y las capacidades materiales del régimen insular. Lo anterior, podría complementarse con lo que propongo en este breve ensayo como similitudes entre los modelos de proyección global de Pekín y La Habana, a través de la diplomacia de cumbres, la cooperación entre partidos políticos y los intercambios entre pueblos.

Cumbres, partidos y pueblos

La diplomacia de cumbres debe entenderse no solo como reuniones entre jefes de Estado, sino como espacios de articulación simbólica y producción de relato político. Cuba ha avanzado en esta clase de diplomacia, una vez más, gracias al capital simbólico de la Revolución y el antiimperialismo. Un ejemplo destacado es el Coloquio Internacional «Patria», cuya versión más reciente fue celebrada en marzo de 2025 en La Habana, reuniendo a más de 400 delegados de 47 países, incluidos periodistas, académicos y activistas.

El foro no buscó acuerdos económicos ni tratados multilaterales; su objetivo fue fortalecer un frente discursivo del Sur Global que denuncia el «bloqueo tecnológico» contra Cuba, expresa solidaridad con causas como Palestina y propone una «guerra cognitiva» contra los medios occidentales. Este tipo de diplomacia apunta a consolidar redes ideológicas, más que inversiones, y a posicionar a Cuba como un actor clave en el ecosistema de resistencia global.

China ha impulsado encuentros de similar naturaleza, tales como el Foro de Medios de Comunicación y Think Tanks del Sur Global, que se celebró recientemente en Brasil y congregó a representantes de decenas países con el fin de articular un discurso colectivo sobre la reforma del orden internacional.

Impulsado por el Partido Comunista Chino (PCCh), universidades públicas chinas y medios estatales como Xinhua, el foro ha servido, por ejemplo, para consolidar la Global South Think Tanks Alliance, una red de centros de pensamiento alineados con el discurso chino de «multilateralismo inclusivo» y «gobernanza con características chinas». Al igual que Cuba, China entiende que la batalla global por la legitimidad se libra también en el terreno de las ideas y que los periodistas e intelectuales son aliados clave en esa contienda.

Otro eje central de estas estrategias es la cooperación entre partidos políticos, una forma de diplomacia paralela que opera por fuera de los canales tradicionales. En el caso de China, el Departamento Internacional del Comité Central del PCCh mantiene relaciones con cientos de partidos políticos alrededor del mundo.

Esta red permite intercambios de cuadros, visitas institucionales y seminarios ideológicos en los que se promueve el modelo de partido único, la centralidad del Estado y el desarrollo sin democracia liberal, como han observado diversos académicos y centros de pensamiento. Esta diplomacia partidaria, poco visible para la opinión pública, construye una comunidad internacional de afinidad autoritaria, en la que se socializan valores, tácticas y discursos antidemocráticos.

Cuba, aunque quizá con menos alcance, ha desarrollado vínculos similares con diferentes partidos de izquierda —incluido el Partido Comunista Chino—, especialmente en América Latina. La visita de Carolina Rangel Gracida, secretaria general de Morena (México), a La Habana en mayo de 2025 ejemplifica esta dinámica.

El acuerdo de cooperación firmado entre Morena y el Partido Comunista de Cuba refuerza no solo una relación bilateral, sino también una red regional de agrupaciones partidistas que respaldan mutuamente sus modelos políticos y se legitiman en el plano ideológico. Estos vínculos permiten a Cuba compensar su debilidad estructural con un capital simbólico de alto valor: la Revolución, el internacionalismo y la resistencia.

Por último, tanto Cuba como China han hecho de los intercambios entre pueblos —sobre todo en educación y formación técnica— un asunto clave de su poder blando. China ofrece miles de becas a estudiantes del Sur Global, promueve sus Institutos Confucio y ha establecido campus universitarios en el extranjero —como la Universidad de Pekín en Oxford—, todo ello acompañado de programas que enseñan la «perspectiva china» del desarrollo estatal y la gobernanza autoritaria como modelos no solo válidos, sino deseables.

En paralelo, Cuba ha consolidado iniciativas como la formación médica para jóvenes latinoamericanos, entre ellos, médicos mexicanos que estudian en la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), en un entorno donde la formación técnica convive con valores revolucionarios y antiimperialistas. Además, a través de eventos como el Congreso Internacional de Educación Superior «Universidad», Cuba ha logrado firmar convenios con universidades extranjeras de países democráticos y no democráticos, reforzando su red de adoctrinamiento a escala global.

En conjunto, estas tres dimensiones —cumbres, partidos y pueblos— tienden a entrelazarse, revelando una lógica compartida en la estrategia global de Cuba y la RPC: el uso del poder blando como herramienta para afianzar su modelo político, disputar el sentido común global y debilitar la opinión pública democrática. La diferencia entre ambos regímenes no es de intención, sino de escala. China intenta rediseñar el orden mundial desde el centro; Cuba, resistirlo desde los márgenes. Pero en ambos casos subyace una misma premisa: las ideas siguen siendo territorio de poder en el siglo XXI.

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