Un cadáver que muchos pensamos sepultado entre lo peor de la historia reciente ha sido visto en las últimas semanas —con muy buena salud— enfangando las calles de Cuba. Su nombre común es «acto de repudio», pero entre sus acólitos también se conoce por múltiples alias o etiquetas, ahora serían hashtag, para ponernos en onda: «abajo la gusanera», «que se vayan pa´ Miami», «lacayos del imperio», «las calles son de los revolucionarios» y otras lindezas.
El occiso, bien lo sabemos, tiene una brillante hoja de servicios durante las décadas pasadas, especialmente en los años 70 y 80 del siglo xx en el archipiélago cubano. En esos momentos cumbre pasó con esmerada chusmería y diligente inquina de las ofensas y gritos a la tiradera de huevos, piedras y palos, para establecer delicadamente sus puntos de vista sobre quienes pensaban y actuaban diferente.
Y ahora, que regresa triunfal, cualquiera podría preguntarse: ¿Por qué? Las respuestas, seguramente, partirían de admitir que el interfecto es una resurrección a la que estaremos condenados, una y otra vez, mientras la salud de su enterrador, el Diálogo, siga en tan penosas condiciones.
La Revolución no dialoga con mercenarios. La Revolución no dialoga con gusanos. La Revolución no dialoga con vendepatrias. La Revolución no dialoga con enemigos… Y así, por esa barranca, cambiando solamente, con el mismo fervor de turba enardecida, el epíteto de los no merecedores de una conversa.
Pero sucede que la historia y la realidad son más tercas que las consignas, y suelen mostrar lo que las enrojecidas gargantas omiten. La Revolución —o para ser más precisos, el Gobierno regente en nombre de aquella— sí ha dialogado con personajes que, en la óptica al uso, encajarían en cualquiera de los perfiles peyorativos descritos, desde los simples gatillos hasta los jefazos y magnates que los empujan. Y diría más, ha dialogado con bastante aplomo y hasta concretos resultados.
Pocas semanas después del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y EE. UU., en 2015, aterrizó en La Habana un avión no identificado del Gobierno estadounidense que traía en su interior a John Brennan, director de la temible CIA, agencia que pudiera ganar el premio a la villana favorita del discurso oficial cubano. Brennan acudía a reunirse con el coronel Alejandro Castro Espín para discutir cuestiones de cooperación de inteligencia entre ambas naciones, según han contado los laureados periodistas Adam Entous y Jon Lee Anderson para The New Yorker.
Tras las conversaciones, que se llevaron a cabo en una casa de huéspedes del Gobierno, el día de intercambios formales fue seguido por un banquete con cerdo asado, narraron los reporteros.
Meses más tarde, durante 2016, recorrió el mundo la imagen del general presidente Raúl Castro, sosteniendo en el aire el brazo del «hermano Obama», en un gesto solo antes reservado para los compañeros de militancia. No fueron pocos los revolucionarios ortodoxos que sintieron removerse algo de su dogma tutelar tras aquella escena.
Por supuesto, el paseo del «jefe del Imperio» por la Isla, y hasta la posibilidad que le dieron de discursar sin limitaciones era el resultado de un largo camino de negociaciones, que arrancan casi en la génesis de lo que fue la Revolución cubana, y que se mantuvieron ocultas, zigzagueantes, poco documentadas, pero latentes.
Así lo demostraron los estudiosos William LeoGrande y Peter Kornbluhen su libro Back Channel to Cuba: The Hidden History of Negotiations between Washington and Havana. En entrevista concedida a Cubadebate, afirmaba Kornbluh: «no es algo nuevo para los presidentes de EE. UU. “hablar con los Castro”. […] Todos lo han hecho». Y en un pasaje del riguroso volumen, según cita el académico Piero Gleijeses, afirman los autores: «Cada vez que un nuevo presidente asumió el cargo en Washington, [Fidel] Castro le tendió una rama de olivo para ver si la administración —no importa qué tan conservadora o antagónica— podría estar abierta a mejores relaciones».
Las primeras páginas del libro incluyen una frase de Raúl Castro: «Nuestras relaciones son como un puente en tiempo de guerra. No es un puente que se puede reconstruir fácilmente, ni tan rápidamente como fue destruido. Toma tiempo, y si ambos reconstruimos ambas partes del puente, cada cual su propia parte del puente, podremos darnos la mano, sin ganadores ni perdedores». Kornbluh acota: «La sorpresa es que Raúl dijo esto en una reunión privada en La Habana con los senadores George McGovern y James Abourezk, en 1977».
No obstante, el capítulo más asombroso de los diálogos con esos enemigos que la propaganda estatal se encarga de recordarnos a cada segundo, fue el que aconteció en 1961, cuando el entonces primer ministro intercambió nada más y nada menos que con los atacantes de Playa Girón, según recordó recientemente el catedrático Michael J. Bustamante.
«En la Ciudad Deportiva de La Habana, el 26 de abril, Fidel dio una muestra de democracia sin límites, al reunirse con los mercenarios capturados en Playa Girón. Hecho sin precedente hasta nuestros días, pues han sido los primeros prisioneros del mundo que, en su totalidad, tuvieron el privilegio de discutir con el jefe del Gobierno que intentaron derrocar», narraron en Granma Eugenio Suárez Pérez y Acela Caner Román.
«En el diálogo con los vencidos, transmitido en vivo por la radio y la televisión cubanas, Fidel […] hizo preguntas a los prisioneros y respondió a sus interrogantes sobre las reformas agraria y urbana, el régimen de propiedad privada, la nacionalización, la industrialización, la discriminación racial y el papel del Estado bajo la Revolución», añadieron los investigadores.
Entonces, si realmente somos continuidad, ¿se puede dar muestras de una «democracia sin límites» al conversar con quienes habían matado cubanos y pretendido invadir el país y —años más tarde, a título del mismo proceso revolucionario— sabotear por todas las vías posibles el intercambio con artistas, intelectuales, ciudadanos en general que pacíficamente difieren del poder establecido?
¿Se puede, incluso, como evocaba el crítico de arte David Horta, abogar en todos los foros y espacios posibles por salidas pacíficas a los más sangrientos y enconados conflictos —recuérdese que La Habana medió en los diálogos de paz para Colombia; recibió a tres papas católicos y fue escenario del abrazo postergado por siglos entre esta iglesia y la ortodoxa rusa?— y torpedear a quienes desean construir, desde la real diversidad, una nación con todos los derechos para todas las personas?
«Compartir la misma visión política o ideológica no puede ser una condición sine qua non para el diálogo», meditaba el director de cine Ernesto Daranas. Y añadía: «El Gobierno no es la Patria, pensar diferente al Gobierno no es ser un traidor a Cuba, y ceder frente a la intimidación es someterse a los intransigentes que han frenado los cambios que el socialismo cubano ha demandado. Ellos también pueden ser vistos como contrarrevolucionarios, autores de un interminable “golpe blando”. Son también responsables de esta crisis».
Estado de derecho, democracia, convivencia, justicia… no han de ser solo palabras para adornar papeles o discursos. Son, si se asumen y defienden desde las instancias que deben garantizarlas, pilares de la dignidad humana que el Cubano Universal pretendía conquistar para esta Isla.
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comentarios
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Fernando Rojas
Este texto, mediocre por la escasez de fuentes y su interpretación, y manipulador por su sentido político oportunista, no considera en lo más mínimo los valores de la soberanía y la independencia. Como los que piden diálogo desde todas las tendencias, insisten en esos valores, confío en que esta no sea su plataforma. A propósito, no tengo más remedio que señalar, desde la perspectiva de la soberanía y la independencia, que el toque recibe financiamiento extranjero
Fernando Rojas
Fernando Rojas
Ángel
Fernando Rojas
Fernando Rojas
Fernando Rojas
Abraham
Pero si hablamos de cara dura, hay que tenerla durísima para salir en la televisión nacional y no decir practicamente nada del diálogo que ud mantuvo con los 32 jóvenes el 27N.
Fernando Rojas
Fernando Rojas
Atahualpa
Pocoyó
“La verdad nos hace libres”
Y aprendan a escuchar y respetar los criterios de los demás, para que se dignen un día de decir que en Cuba existe algo de democracia.