La cola, el turismo y el país

Feria Internacional de Turismo 2014, Hotel Iberostar Los cayos, Santa Clara. Foto: Sadiel Mederos

La cola, el turismo y el país

10 / diciembre / 2020

Cuba es una cola prolongada y permanente. Esta es un modus vivendi. Más allá, es un recurso para sobrevivir. La cola es un dato que pareciera constitutivo de nuestra naturaleza social. Su presencia por décadas y en sucesivas crisis genera identidades y culturas específicas.

Esta, por tanto tiempo presente, produce tensión entre el ideal de distribución justa y la injusticia que anida en la escasez crónica. Devela y profundiza la desigualdad, el individualismo y el darwinismo social. En su condición de perpetuidad, es antítesis de la democracia, del empoderamiento ciudadano, de la participación en la gestión pública, de la eficiencia productiva, de la sociedad deseable, del proyecto de bienestar.

Superar su permanencia en nuestra realidad es deseo para el sentido común. Debería ser, también, punto primero de cualquier programa político. Desterrarla del imaginario y práctica cotidiana es contenido para consignar un socialismo próspero, sostenible y sin colas. O mejor, socialismo desde abajo, a la izquierda, popular, democrático y sin colas.

Distribuir pocos bienes y servicios entre muchas y diversas demandas nunca encontrará fórmulas estables y justas. El esfuerzo por hacer sostenible un orden con base en la carencia no rendirá frutos más allá de las narices y las buenas intenciones de quienes lo pretendan. Por tanto, naturalizar las colas como recurso administrativo (político) para cualquier escenario es craso error.

No es lo mismo, por ejemplo, el esfuerzo porque llegue un mínimo de arroz (de mala calidad, pero arroz al fin), algo de granos, cárnicos, huevos y aseo a cada persona, que organizar paquetes turísticos en clave, también, de escasez. Una cola para comprar víveres subvencionados en tiempo de crisis (agudizada por demasiado tiempo) se comprende, aunque cada vez se acepte menos. Las colas, como medio para consumir paquetes turísticos con altos precios, no.

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La economía cubana tiene en el turismo un pilar casi angustioso. Su falla como renglón para la captación de recursos mueve todo a su alrededor. Lo mueve para mal. Este período de pandemia es el ejemplo extremo de esta realidad. Sería bueno tomar nota del lugar del sector turístico en la matriz productiva cubana y proyectar su modificación.

Con la llamada nueva normalidad, el sector turístico abre opciones, destinos, paquetes, convenios y ofertas que estimulen, en algún porciento, su deprimida ocupación. El mundo, poco a poco, comienza a moverse con prudencia tras un letargo de varios meses. Las y los turistas dan señales de eso.

Un dato importante para Cuba es la afluencia de gente del patio a las instalaciones hoteleras. Solo en el primer mes de apertura en el verano accedieron a las instalaciones de Varadero, el principal destino de sol y playa en la Isla, cerca de 62 mil cubanas y cubanos.

Tras controlarse el rebrote de la COVID-19 en el país, especialmente en La Habana, este nicho de mercado vuelve a la carga. Incluso, algunas agencias de viaje tienen ofertas agotadas hasta el mes de diciembre. Es de suponer que las autoridades del sector toman nota de esta realidad al mantener, para algunos destinos, precios de temporada baja en medio del período de temporada alta (ahora limitada). Es decir, hay un reconocimiento fáctico del lugar de los y las nacionales en la explotación turística.

De manera contradictoria, y esto es un secreto a voces, las cubanas y cubanos residentes en la isla son turistas de segunda categoría en las instalaciones nacionales. Incluso con ofertas de “alto estándar”, lo que significa, más que todo, altos precios.

Este hecho es complejo porque, obviamente, no es política del Ministerio de Turismo que así sea. Al menos no de manera pública. Sin embargo, en el imaginario de servicio, en la definición de precios, en los diseños y ordenamientos de algunas instalaciones, este es un hecho verificable de manera permanente.

En el actual escenario de pandemia, pospandemia y nueva normalidad, esta distorsión se hace más evidente, más punzante. Hoy se combinan, en algunas instalaciones hoteleras, factores nada halagüeños para el ocio: los protocolos de salud, la escasez de productos y el carácter segundón de las y los turistas del terruño.

La manifestación más elocuente de esa combinación es la llegada de la cola, también, a las instalaciones hoteleras. Hay una fila para el chequeo médico. Hay una fila para registrarse (check in). Hay una fila para desayunar, almorzar, comer. La hay para consumir en una cafetería, también para reservar algún servicio específico. Es curioso que solo no la hay para salir del hotel.

Cuando se habla de cola hay una referencia directa al tiempo. También a la incertidumbre. Incluso refiere al hastío. ¿Qué relación guardan esos tres asuntos con el ocio, el disfrute, el descanso?

Lo interesante de este escenario es que los precios no se modifican en relación proporcional a las molestias que producen las colas, también, en las instalaciones de descanso. Los precios no se modifican, a la baja, por el desmedro que causa esta dinámica en la calidad del servicio que se oferta.

Frente a la presente coyuntura económica y la contracción del sector turístico, la solución, al parecer, ha sido concentrar más clientes nacionales en menos instalaciones. Esta fórmula puede tener sentido en un lógica de comercialización, pero no en una lógica de proveer bienestar, mucho menos cuando es un bienestar mercantilizado.

¿Dónde, cómo y quién decide que así sea? Que no existan ajustes que acerquen calidad y precio para estas ofertas es una decisión política, aun y cuando parezca económica. También lo es no buscar fórmulas organizativas que faciliten mejor servicio y calidad de las ofertas, sin colas.

La pandemia es, sin dudas, un dato concreto que lo ha movido todo de lugar. Pero no es todo el dato. Ella exacerba, complejiza y lleva al extremo prácticas que la anteceden. En realidad, las hace más evidentes. El servicio de mala calidad, los precios no proporcionales, el trato de segunda al turismo nacional son problemas añejos que hoy, además, incluyen las colas.

Usted, al leer estas líneas, puede afirmar que este es un problema menor, periférico, de interés para un reducido porciento de la población que accede a estos privilegios, incluso con colas. Al mismo tiempo, puede advertir la ausencia del análisis de ese fenómeno sociológico que se enuncia como los cubanos en los hoteles. Un problema más serio y complejo que ser contenido para memes. Y tiene toda la razón. Son matices importantes, sin lugar a dudas.

No obstante, este es un botón de muestra de que hay problemas estructurales que deben cambiar de raíz, como la sedimentación de la ineficiencia, la desidia, el carácter administrativo de determinadas decisiones. Todo lo que se manifiesta, entre otros asuntos, en la naturalización, expansión y manifestaciones diversas de ese compleja y preocupante dinámica social que son las colas.

El desafío no debe ser a qué precio y a qué costo recaudar más recursos en este escenario de crisis. Por el contrario, se debe pensar en cuál sería, en las actuales circunstancias, toda la calidad posible para los productos turísticos, incluso para clientes nacionales.

Dicho a tono con esta reflexión, el desafío sería cómo diseñar una oferta turística que permita, al menos a un reducido sector privilegiado de la sociedad, escapar del peso denso y prolongado de las colas. Sería un buen intento, además, para pensar un país más confortable, lo que incluiría un país sin colas.

 

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