Foto: Claudio Pelaez Sordo.

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Daymé Arocena: «Cantar fue mi escudo»

22 / diciembre / 2020

A Daymé Arocena hay que contarla, dibujarla y sobre todo escucharla con atención. Y diría también con libertad, porque su carrera es consecuencia de su libre expresión como ser humano y como artista. Libre para experimentar y derribar barreras entre los géneros musicales y estereotipos que van más allá del pentagrama.

Daymé lleva las prisas buenas de la vida, las que susurran improvisaciones virtuosas que luego huyen por su garganta. El escenario contemporáneo del arte en Cuba no puede prescindir de esta mujer. Primero por su música, que es valiente como ella. Y luego por lo que representa ser, mujer, negra, bajita y tartamuda.

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Foto: Claudio Pelaez Sordo.

El choque de los mundos

La música siempre ha sido el puente a todas mis cosas. Yo me enamoré del tambor a los 17 pero me coroné a los 22, me tomó cinco años ser practicante [de la religión yoruba]. De hecho, la coronación fue lo que vino de último. Me enamoré antes de la música folclórica. Conocí a mi esposo cantando. La música ha sido siempre la respuesta a todas mis cosas. Igual que me enamoré del tambor, estaba enamorada de la música coral, que fue lo que estudié. Empecé a combinarlos. Adoraba escribir música para coros y cuando descubrí el tambor batá, fue el choque entre mis dos mundos. La música afrocubana y la música clásica. El es el espacio donde estas dos cosas tienen sentido y se asientan. El jazz hace que se unifiquen estas dos expresiones que pueden ser tan distintas. Eso es lo que significa mi música.

Múltiples colaboraciones musicales, tres discos, una banda de chicas jazzistas y un repaso al mundo después; Daymé fusiona nueve años de estudio estricto de la música coral clásica con la música cubana. Pero también se escuchan los sonidos de la vida, de su casa «de los muchos» y las ventanas rotas de tanta clave: «Ahí está el populacho de mi tierra, de mis negros tocando rumba».

Cuando yo digo que vengo de la casa de los muchos, es porque los muchos cantaban y tocaban rumba cada vez que se iba la luz en la casa. Yo nací en el 92, o sea, la luz más bien venía, no se iba. Así crecí yo. Sin embargo, en mi casa no había llanto. Se iba la luz y automáticamente: bambambam… bambam… VAMOS. Así, a cantar. Y se cantaba y se tocaba con las cucharas, en la puerta, en las ventanas. Los muebles estaban rotos de tanto tocar. Soy todo eso y el jazz, que es literalmente libertad de expresión. Sería yo muy inconsecuente llamándome jazzista y no siendo libre al expresarme.

Precisamente su opinión en redes sociales la ha llevado hasta lo que llamo una minibiografía rotunda y sincera, en la cual aclara puntos de vista, dialoga y se planta, tal y como asegura: «Hace tiempo decidí no callarme más… decir lo que siento, lo que me afecta a mí. Y a raíz de lo que sucedió el 26 de noviembre con el Movimiento San Isidro, hice una publicación»

Hablaba de sensaciones y diálogo. Comenzaba diciendo: «La palabra del Apóstol es de todos…». Las reacciones fueron diversas, le hablaron de su valentía, y me dice que «no debería considerarse un acto valiente decir que la palabra del Apóstol es de todos». Las reacciones a su pronunciamiento la hicieron sentirse difamada, insultada y apoyada a la vez: «No podía entender algunos comentarios sobre la base de un criterio tan honesto, un criterio tan sano. Lo dije porque lo sentí. No entendí esas reacciones varias… Si existiera un diálogo real, llegaríamos a la conclusión de que todo el mundo quiere una Cuba mejor».

Pero así funcionan las redes sociales. Quedamos expuestos, Daymé lo sabe. Aun así, volvió a toparse con mentiras antiguas y de cierto chantaje: «Tuve que leer mucho esa idea manida de que “una negrita cubana, pobre y tartamuda, jamás hubiese sido artista en ninguna otra nación del mundo”. Tuve que leerlo una y otra vez. Y me decía: ¡qué sociedad ésta para estar mal informados!». Por eso, se llama a sí misma arrogante cuando lo hace, pero no deja de mencionar que ha viajado por más de veinte países y reafirma: «No me vengan a enseñar. He mirado con mis ojos distintas sociedades. Dejen ya de decir que yo en otro país no hubiera accedido a la formación musical. Eso es negar la historia hasta de la música mundial. Es excluyente, es injusto, es racista. Ese pensamiento es racista con todas sus letras. Dejen de repetir eso tan feo. Por eso hice un post hablando de quien soy, de la casa donde yo nací. Yo he hablado de frente, con toda la libertad que llevo en mi alma»

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Foto: Claudio Pelaez Sordo.

El desamor de tu gente

Ser diferente no es un camino de rosas. Construir la autoestima siguiendo el planteamiento de los estereotipos ya es difícil. Así que si no encajas en un molde, tu vida puede ser una verdadera carrera de obstáculos.

«Yo te puedo decir que no me valoraba, yo no me amaba, yo me sentía fea. Los que me conocen saben que soy muy bajita y soy gordita. Tengo el mismo peso y la misma estatura desde los 12 años. Tenía unos pechos demasiado grandes para mi edad. Tuvieron que hacerme una reducción, fue tremendo…». Probablemente la música, otra vez, la salvó: «Era una niña que veía un grupo de muchachos en la esquina y cruzaba la calle. Me sentía tan fea, tan mal, que huía de la gente. Me escondía. Tenía un miedo brutal. De hecho, cantar fue mi escudo. La gente me veía de otra forma y así rompía barreras»

Daymé no llega a los 30 años, pero repasa su adolescencia con distancia y soledad, al evocar cómo su amor propio perdía la batalla una y otra vez: «Tuve un novio durante siete años por lo insegura que estaba de mí misma. No es que fuera mal muchacho, pero yo sentía desde mucho antes que no quería continuar, y al mismo tiempo decía: ¿quién va a cargar conmigo? Imagínate. Es la verdad, lo digo con toda la sinceridad y la transparencia del mundo y con toda la convicción de que es importante hablar estas cosas, porque hay muchas niñas que se sienten como me sentí yo. Porque la gente no les habló o no les habla de sus experiencias de vida. Y porque las madres no crian varoncitos un poco más consecuentes con lo que sienten. Porque conocí quien sentía cosas por mí, pero no se acercaba porque le importaba lo que pensara la gente. ¿Andar yo con ella? ¡Qué va! Conviví con todo eso durante diecinueve años»

A sus 20 años no entendía por qué la invitaban a bailar en una discoteca en Canadá: «¿Esto es real? ¿Se están burlando de mí? Pero di el berro… mi papá me decía que yo estaba viviendo una adolescencia tardía. Es que empecé a sentirme bella a esa edad». Era la exótica cantante cubana que todos querían conocer. «Todo el mundo quería salir con la cantante…». Pero lo más importante de este recorrido no ha sido cómo la ven los otros, sino cómo se ve ella misma, cómo se ama ella misma. El testimonio de desamor de Daymé Arocena podría ser el de tantísimas otras jóvenes en el mundo.

Pero el desamor traspasaba al amor romántico: no fue sencillo entrar a la empresa artística en Cuba, y sin ella no podía presentarse con su grupo de amigas. Juntas fundaron Alami, una de las pocas agrupaciones de jazz constituida por mujeres en Cuba. Tres veces asistieron a las audiciones para pertenecer a la empresa, y tres veces le dijeron «no» a la misma agrupación que poco después se convertiría en el jazz collective Maqueque.

«Empezamos a trabajar gracias a un tipo de autorización temporal. Me costó unas vacaciones enteras llorando el dichoso documento para poder trabajar. A partir de ahí empezamos a hacer presentaciones y aparecieron oportunidades para mí fuera de Cuba». Entonces, como dice ella, Daymé empezó a dar guerra por el mundo.

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Foto: Claudio Pelaez Sordo.

¿Por qué Alami y por qué mujeres?

Luchó por crear la agrupación Alami desde que se graduó. Este nombre relacionado directamente con Yemayá, orisha del panteón yoruba, lo había escogido la abuela para una nieta que estaba por nacer en la familia. Pero llegó un varón. Así es que el nombre se lo quedó Daymé para su banda. «En esa época no era santera, pero me resultaba muy bonita toda esta mitología. Alami estaba referido a las piedras en el fondo del mar, piedras que hacían sonidos, cantos de sirena… me gustaba tanto!».

Para entonces, alrededor de 2012, en el circuito del jazz dentro y fuera de Cuba no había suficientes mujeres, sobre todo instrumentistas. Todavía no hay. Daymé se preguntaba «por qué siempre eran hombres. ¿Dónde están las mujeres intérpretes de este género, qué pasa? Y por tanto me metí en la cabeza hacer un grupo de mujeres jazzistas. La representación aún no es equitativa. Hoy puedo hablar de un movimiento que está un poco mejor que antes. Pero no es igualitario».

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Foto: Claudio Pelaez Sordo.

¿Género musical machista o mujeres autocensuradas?

«Es de todo un poco. Tengo una teoría: las mujeres intentamos estar siempre en territorio seguro. Los hombres van por la vida con más libertad. Y el jazz, que tiene parte de su esencia en la improvisación, te hace estar en territorio incierto. Te subes a tocar, a abrir el corazón y a soltar lo que salga. Pero no sabes a ciencia cierta qué es lo que va a pasar. La improvisación en sentido general se daba más en la manera de ver la vida de los hombres que de las mujeres».

Para llegar a una madurez en la improvisación Daymé cuenta que debió romper la barrera personal y decir: «Yo no lo sé hacer bien, pero voy a ver qué sale. Se da al intentarlo muchas veces. Y eso es lo lindo del jazz, que ningún concierto es igual… puedes hacer el mismo programa mil veces que los conciertos nunca van a ser iguales»

De Alami al jazz collective Maqueque e inmediatamente a su primer álbum en solitario Nueva Era, uno de los mejores 50 álbumes de 2015 según la National Public Radio de Estados Unidos (NPR). Le siguieron One Takes (2016) y Cubafonía en 2017, una explosión de carácter. Cuba en el mundo y viceversa. Sonocardiogram es uno de sus trabajos más recientes, de 2019; según ella, el disco más sincero que ha hecho hasta el momento. 

Todas son producciones musicales de una maquinaria incansable de creatividad. Daymé ha aprendido con todas ellas la obligación del artista de respetar al otro. La decencia de no apropiarse de lo ajeno: «A Alami nunca le hizo falta una Jane Bunnet. Si nos hizo falta la colaboración con figuras internacionales fue por isleñas, por tercermundistas, por cubanas, por el aislamiento. Ahí siento una injusticia social globalizada, porque Cuba tiene música para repartirle al mundo. Sin embargo, si no llega una persona de otro país a legitimar lo que uno venía haciendo, nadie lo ve».

Mujer, artista, cubana, yoruba, jazzista. Una dentro de la otra. No consigue aislarse de lo que considera trascendental. Este momento generador de un debate activo sobre igualdad de género la motiva: «Creo que es una discusión que está en apogeo. Hay que saberla llevar bien; hay que seguir hablando y luchando. Yo estaré siempre al lado de las causas justas. Por supuesto, hay que dar el berro y abrir más espacios para las mujeres. Es un momento de grandes discusiones y espero que dé grandes resultados. Soy la misma que opina sobre San Isidro, o que canta en México a favor del aborto».

Su santo es Yamayá Mayelewó: «vive en el centro del mar. No en el fondo, no en las orillas. Desde allí lo mira todo. Desde ahí mira al mundo y puede repartir con justicia. Lo que yo digo, ya lo miré y lo analicé. Nada de lo que yo diga en público es por seguir ninguna moda».

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Foto: Claudio Pelaez Sordo.

Siempre descalza

Cuando empezó a tocar y cantar, le decían: «Vístete de negro; móntate en tacones; tienes que alisarte el pelo»

«Recuerdo que subía a cantar y temblaba con los zapatos aquellos. Estaba más concentrada en eso que en cantar. ¿Tacón, Daymé? Sufría mucho. Me achicharraron con aquello. Hasta un día que me encabroné y me quité los zapatos y ese día fui muy feliz. Si me ponía zapatos planos lo mismo, así que decidí: pues ahora voy a cantar siempre descalza. Ahora van a tener que aguantarme».

El fantasma de los estereotipos en el mercado del arte no es diferente a otros moldes preestablecidos. Todos van en la misma coctelera: machismo, poder, autoestima, violencias todas. Pero esta cubana ha luchado con todos, les ha mirado a los ojos.

«No tengo por qué inventarme un discurso, que si la conexión con la tierra… No, la conexión con la tierra está siempre. O sea, la conexión con la tierra la tengo yo siendo consecuente con quien soy. La conexión con la tierra está cuando estás conectado con tu espíritu. Lo que pasa es que yo lo que no puedo es cantar incómoda. Ahora me tienes que aguantar así, porque no hay zapatos más cómodos que los propios pies».

En menos de una década Daymé Arocena ha experimentado la libertad de expresarse, de crear y de amarse a sí misma. Busca respuestas en la gente que va a sus conciertos, y también en la que la invade en redes sociales. Entiende de diálogos y de fe sincera. Confía en la música que siempre responde sus preguntas.

¿Por qué tengo que estar pensando en ropas y zapatos, si lo importante es la música? Yo, aunque me presente desnuda, te voy a ofrecer mi alma cuando canto. Ya, quédate con eso. Cuando me muera mañana, que mi espíritu se eleve con la tranquilidad de que fui consecuente con lo que sentía.

 

 

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Yoa9

Orgullo cubano!
Que bueno poder leer estos artículos, conocer más sobre nuestras mujeres triunfadoras.
Tremenda voz y originalidad tiene esta artista.
Gracias por compartir su historia.
Yoa9

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