—Mira que te lo dije: no pidas la palabra. ¿A quién se le ocurre, en medio de una reunión del Partido, soltar que tú deseabas «un año nuevo sin políticos cínicos, autoridades arrogantes, funcionarios corruptos y aduladores de toda especie»?
—Lo leí en Cubadebate, escrito por un tal Frei Betto.
—Hubieras empezado por ahí. Es el cura brasileño que nos enseña a comer. Seguramente se refirió a su país. Si nosotros, que llevamos sesenta y seis años, estamos en un proceso de transición, qué esperar de ellos, que despuntan como quien dice en pañales. Imposible que de allá puedan surgir dirigentes con la madurez y la capacidad de Canel.
—No me dejaron terminar. Yo hubiera agregado que, gracias a la capacidad de Canel, Coppelia lleva meses cerrado. Es de esperar que todo el helado que allí se vendía se redistribuya hacia los carritos que prometió regresar a los barrios.
—El que tendrá que esperar para que le repongan sus derechos como militante eres tú. Me han pedido un informe de las acciones que has realizado para reivindicarte ante tus compañeros.
—El primer día del año me fui a hacer el bien. En el contenedor de basura de la esquina me encontré con un vecino que es ingeniero, trabajó como científico y hace tres años se jubiló. Le dio pena confesarme que buceaba. Embarajó con que había leído que entre los más importantes descubrimientos del pasado año se encontraba «la fascinante investigación sobre el cerebro de una mosca que arrojará luz sobre el proceso de pensamiento humano». Enseguida pensó en nuestro presidente.
—Otro que quiere que lo sancionen.
—No seas malpensado. Evocó al primer secretario por sus constantes llamados a la innovación. Si se ha logrado, se dijo mi vecino, «un mapa completo que identifica la posición, la forma y las conexiones de cada una de las ciento treinta mil neuronas y cincuenta millones de conexiones que posee una mosca», ¿cuánto no podremos hacer por controlar a las cincuenta millones que hay en cada esquina de La Habana?
—Pretendía desviar tu atención. Capaz de que le echara la culpa de su afán de descubrimiento pútrido a la Dirección de Comunales. Perdiste la oportunidad de hacer con él, como ha pedido el Partido Provincial, un «análisis más profundo de las causas que conducen a estas personas a buscar desechos en los contenedores de basura».
—Lo hice. Me acordé de las declaraciones de la gobernadora de la capital y le lancé a mi vecino que la función que él practica lo convierte en propagador de epidemias. No quise llevarlo hasta la tabla, pues me regaló una para taponear la ventana que tengo rota desde que pasó el tornado. Siempre le dije que «al año nuevo con nuevas ganas, inteligencia y manos propias».
—Lo mataste.
—Ahí me preguntó si «manos propias» no serán las que utilizó Gil para hacer lo que todavía no sabemos que hizo.
—Yo le hubiera respondido que más importante que los «errores» que cometen ciertos dirigentes es sopesar que el 2025 es «una nueva convocatoria al empuje y al entusiasmo, para que esa palabra que celebramos estos días: triunfo, sea horizonte y realidad en la aspiración constante de ser nación en progreso, independiente, socialista, libre y feliz».
—Ya era bastante la basura que él recogía.
—Si las alusiones políticas te parecen tóxicas para una conversación frente a un vertedero, podrías haberle preguntado si cumplió con los ocho rituales que aconsejó Cubadebate «para recibir el 2025 con el pie derecho».
—Claro que indagué. Nos pareció sospechoso que Abel Prieto, «uno de los más lúcidos expositores de la ideología revolucionaria», distinguido recientemente como Doctor Honoris Causa en Ciencias Sociales por su «caudal cognitivo y la profundidad de los conceptos que defiende», no despotricara contra la pretensión colonizadora de pedir al pueblo cubano fijarse «en el color de la ropa interior, en estrenar indumentaria, sacar las maletas y (oye esto) tirar agua, comer lentejas y regalar borreguitos», salvo que con «borregos» se refieran no al «cordero de uno a dos años», sino a la «persona que se somete gregaria o dócilmente a la voluntad ajena». Eso sí abunda en la Isla.
—Estás al perder el carnet. Me quedo con la definición de cubano que leí en Trabajadores: «criatura insular; de corazón poético, sufrido, romántico, ingobernable, inquieto, inventor, descubridor, científico por excelencia. Lleva consigo la fibra del creador, del que sabe hacer los mejores caramelos, helados, zapatos o fórmulas químicas. Desde que se adivinó a sí mismo no ha protagonizado elección más sincera que estar dispuesto a morir si de vivir se trata».
—Cuando se buscan cosas en medio de la «hediondad» es porque se está dispuesto a todo. No es la «desiderata» o «conjunto de cosas que se echan de menos» que propone Cubadebate, sino la «desiderátum» o «aspiración a algo que aún no se ha cumplido».
—Tú deber era sacarlo de la inmundicia.
—Lo hice. Le dije que el basurero de la otra cuadra estaba mejor.
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Alex