Todo ocurrió un 1 de mayo del año 1990 en la ciudad de Cienfuegos, cuando la madre de Lázaro, comenzó a sentir los dolores de parto en el propio desfile por el Día de los Trabajadores. Dos días más tarde, ingresó grave en el Hospital Materno y tras un ultrasonido de reconocimiento, diagnosticaron la muerte del feto que llevaba en su vientre tan solo cinco meses.
“Una vez me sacaron del vientre, me llevaron como objeto de estudio hacia Patología, donde una enfermera olvidó su bolso y al regreso encontró un pañuelo verde moviéndose”.
Los médicos no daban crédito a lo sucedido: Lázaro Oscar Tió Saurit murió antes de nacer, y ahora lloraba desconsoladamente. Apenas pesaba una libra, y de inmediato fue llevado a una incubadora donde permaneció 4 meses hasta que se completó el período de gestación “natural”.
Gracias al oxígeno que le proporcionaron, todos sus órganos terminaron de madurar aunque no le diagnosticaron una larga vida.
“Contra todo tipo de diagnóstico crecí como cualquier otro niño, solo que el prolongado tiempo en la incubadora me provocó una ceguera total que lentamente quemó mi retina.”
Para mí nada ha sido fácil pero tampoco imposible.
“Cursé la primaria en una Escuela Especial para ciegos y débiles visuales donde aprendí a leer con el sistema Braille, recibí orientación y movilidad en el espacio y desarrollé una sensibilidad especial en el tacto”.
Nunca encontró impedimentos para su desarrollo académico y por eso pudo ingresar en una escuela normal para la enseñanza media.
“En la secundaria Rafael Espinosa aprendí a ser independiente pues era el único estudiante ciego. Fue un cambio muy brusco aunque pronto adapté a los profesores y alumnos a cómo tratar con una persona invidente.”
“Los resultados académicos fueron una prueba de mi buena integración al aula. Hacía las pruebas de forma oral, los maestros me dictaban las preguntas y las respondía de a poco, y en ello también me ayudaron mis compañeros al explicarme sus resúmenes para las pruebas y lo esencial de cada asignatura.”
La vida de Oscar Tió Saurit volvía a tomar colores, no encontró freno en su búsqueda por integrarse a las tareas que realizaban personas sin ninguna discapacidad. Hasta llegó a incursionar en el atletismo y el goalball durante el preuniversitario.
“Goalball es parecido al fútbol sala, creado para personas invidentesy ahí alcancé buenos resultados a nivel provincial.”
Pero al llegar a la universidad…
“Derecho es una carrera que conlleva mucho estudio y no pude seguirle el paso a esa dinámica. Los compañeros de aula estudiaban solos y pocos me tendieron una mano. El aprendizaje casi siempre era por libros digitales y tampoco podían dictarme todo el contenido.”
“El grupo donde ingresé en la universidad nunca había convivido con una persona ciega, y se me hizo complejo hacerles entender cómo podrían apoyarme. Tuve que dejar la carrera, por mis bajos rendimientos académicos.”
Cuatro años pasaron y Oscar no encontraba trabajo…
“Me dirigí al Gobierno Provincial, al Partido y a la Oficina de Trabajo y Seguridad Social y todos me decían que no habían plazas idóneas para personas invidentes, que mi familia estaba en la obligación de mantenerme”.
“Pero yo deseaba independizarme económica y socialmente y ayudar a mi madre. Me dirigí entonces a formular una queja al Partido Provincial y allí un funcionario escuchó de soslayo mi caso y enseguida me citó para verlo al día siguiente, de no ser por esta casualidad creo que no hubiese encontrado trabajo”.
En 48 horas ocurrió el milagro.
“El entonces director del Hospital Gustavo Aldereguía Lima vio en mí la capacidad de llevar la secretaría de la dirección del hospital, y me dijo que personas como yo eran las que hacían falta en esta sociedad, que la invidencia no impedía trabajar y podía ser útil en cualquier puesto”.
“Desde el primer día trabajé y meses más tarde ya era idóneo para esa plaza, donde hace tres años recojo documentos pendientes a firmar, copio citaciones y solicitudes de despacho”.
“Aún no me siento realizado porque pienso que me faltan muchas cosas por hacer, y en parte estoy satisfecho por tener un empleo que pocos como yo lo han logrado, pues todavía existen tabúes acerca de que no somos lo suficientemente útiles”.
“Un hombre puede perder cualquiera de sus sentidos, pero lo que nunca puede perder es el sentido de la vida.”
Lee otros temas del Especial: Discapacidad
comentarios
En este sitio moderamos los comentarios. Si quiere conocer más detalles, lea nuestra Política de Privacidad.
Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *
Enrique
Mercedes Zerquera Rizo