¿Qué está pasando en Moa? Denuncian altos niveles de contaminación en el centro del níquel cubano

Montaje: elTOQUE.

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«Lo que sale de tu garganta es negro. Es como si respiráramos veneno. Esta gente nos está matando lentamente». La denuncia, publicada por el periodista Mario Pentón en redes sociales, ilustra el nivel de desesperación de los habitantes de Moa, en la provincia de Holguín. En días recientes, varios reportes ciudadanos mostraron el aumento alarmante de la contaminación ambiental en esta localidad industrial del oriente cubano, donde operan las principales plantas procesadoras de níquel y cobalto del país.

Un episodio reciente encendió las alarmas. En la Planta de Hornos de Reducción Ernesto Che Guevara, funcionaban simultáneamente diez hornos industriales, que expulsaban visibles cantidades de gases y polvos tóxicos. «Esto va directo a nuestros pulmones», escribió otro vecino en redes sociales.

Las denuncias sobre la contaminación en Moa no son nuevas. Desde hace décadas, los moenses han advertido sobre el deterioro ambiental del municipio y sus consecuencias en la salud. Medios de prensa independientes también han descrito cómo el hollín cubre las casas de la zona y la piel de la gente; y que Moa huele a rancio, a ácido y a azufre.

Un pueblo forjado por la minería y ahogado por ella

Moa debe su existencia a la industria extractiva. El municipio holguinero posee una de las mayores reservas niquelíferas del planeta y los yacimientos actualmente en explotación tienen asegurada su disponibilidad por al menos dos décadas. Además, se trata de una de las minas a cielo abierto más grandes del mundo, lo cual permite una extracción de bajo costo comparado con métodos subterráneos.

La zona fue transformada en ciudad industrial durante la segunda mitad del siglo XX. En la actualidad, alberga dos plantas activas: la Ernesto Che Guevara, de propiedad estatal; y la Pedro Sotto Alba, operada por la empresa mixta Moa Nickel S.A., conformada por el Gobierno cubano y la compañía canadiense Sherritt International, líder mundial en el sector.

La Pedro Sotto Alba ha sido calificada por el medio oficialista Radio Habana Cuba como «un modelo de negocio conjunto próspero y sostenible». Sin embargo, los estudios científicos, los testimonios ciudadanos y las condiciones de vida en el territorio contradicen esta narrativa.

Desde 1994, cuando el Gobierno aprobó el Decreto 194, se permitió a la empresa Moa Nickel operar durante una década sin cumplir las regulaciones ambientales entonces vigentes. Aunque formalmente el «período de gracia» concluyó en 2004, la práctica continuó. Ese año Sherritt informó que aún negociaba con el Gobierno cubano una «licencia con determinados estándares». Poco después, el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente aprobó la Resolución 139, que eximía a la empresa del cumplimiento inmediato de la legislación ambiental.

La contaminación documentada es severa. Un estudio del Instituto Nacional de Higiene, Epidemiología y Microbiología, publicado en 2011, reveló que las concentraciones de dióxido de azufre y sulfuro de hidrógeno en el aire de Moa superaban ampliamente los límites permitidos. Entre 2006 y 2009, las estaciones de monitoreo registraron picos de 278 µg/m³ de dióxido de azufre (5 veces el límite) y hasta 2 329 µg/m³ de sulfuro de hidrógeno (290 veces lo permitido). La media diaria del segundo contaminante fue de 50.8 µg/m³, cuando la norma cubana establece un máximo de 8.

Los niveles de polución explican la elevada incidencia de enfermedades respiratorias, cutáneas y oncológicas en la zona. En un reportaje de investigación de Connectas y Yucabyte, la oncóloga moense Yanelis Barrabia Cuenca estimó una mayor mortalidad en los pacientes con cáncer de pulmón en Moa que en otros territorios.

Al mismo tiempo, otro estudio científico de 2011, a cargo del Instituto Superior Minero Metalúrgico de Moa Dr. Antonio Núñez Jiménez, reconoció la alta incidencia en el territorio de enfermedades como bronconeumonía, alergias severas y accidentes laborales relacionados con escapes de sustancias tóxicas en la industria minera.

Entre la insalubridad y la miseria

Según el Observatorio de Complejidad Económica, entre 2019 y 2023 Cuba exportó níquel por valor de 2 320 millones de dólares, pero esa riqueza no se refleja en la calidad de vida de los moenses. La ciudad, con una población de 68 924 habitantes en 2023 —casi 7 000 menos que en el censo de 2012—, ha disminuido el número de residentes de forma constante. Solo en 2017, más de 4 000 personas emigraron del municipio. Las razones apuntan a la contaminación ambiental y a las condiciones precarias de vivienda y servicios.

Adela Rojas Preval, una residente que también decidió marcharse, resumió en Facebook las causas del éxodo: «Nunca las autoridades han permitido que se hagan estudios sobre el tema, pero en Moa están disparados los índices de cáncer de todo tipo y eso debido a la gran contaminación». Rojas escribió que la mayoría de quienes se quedan lo hacen porque «los salarios son relativamente más altos que en el resto del país y porque además a la población se les da de cierta manera “más atenciones” que en otros lugares en cuanto a la alimentación». Sin embargo, también advirtió que «esperar a que nuestro gobierno haga conciencia y actúe sobre esa situación es una utopía».

El 40 % de la población económicamente activa de Moa trabaja directa o indirectamente en la minería, pero los beneficios económicos que reporta al Estado no mejoran las condiciones de vida de sus pobladores. En Moa el medio de transporte principal es el coche llevado por caballos y en 2012 apenas había un ómnibus por cada 10 000 habitantes. Con la crisis económica y la escasez de combustibles el dilema del traslado para los residentes de la zona puede ser aún más grave. Además, muchas familias habitan en casas de madera carcomida, techos de tejas remendados con nylon, pisos de tierra y baños al aire libre. En un reportaje de Cubanet, los vecinos mostraron viviendas improvisadas, cocinas de leña y la imposibilidad de acceder a productos básicos como detergente o agua para limpiar los residuos industriales que cubren constantemente las superficies.

«Ese polvo es como una grasa que solo se quita con detergente y mucha agua, algo que ya no abunda», escribió en Facebook Yacelis Leyva, quien decidió abandonar el municipio junto a su familia debido a la contaminación.

Paradójicamente, la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) reportó que Holguín es la segunda provincia del país que más invierte en protección ambiental, con más de 382 mil millones de pesos cubanos (casi 16 mil millones de dólares) destinados a ese fin en 2023. Sin embargo, los vecinos denunciaron que las fábricas carecen, o no usan de forma adecuada, los electrofiltros, y que una nube de polvo tóxico que cambia de dirección con los vientos, empuja la polución hacia las zonas habitadas. 

En efecto, especialistas del Centro de Contaminación y Química de la Atmósfera (Cecont) apuntaron en 2024 que Moa es uno de los mayores emisores de dióxido de azufre (SO₂), dióxido de nitrógeno (NO₂) y monóxido de carbono (CO) en Cuba. Atribuyen este fenómeno al uso de tecnologías obsoletas y a la falta de sistemas de tratamiento ambiental adecuados. 

En 2015 (últimos datos disponibles), Holguín ocupó también el segundo lugar a nivel nacional en cuanto a carga contaminante dispuesta, con 18 401 toneladas anuales de DBO (Demanda Bioquímica de Oxígeno). Lo anterior significa que en la provincia se vierten al ecosistema grandes volúmenes de aguas residuales con alto contenido de materia orgánica, lo que reduce el oxígeno disponible en los ríos y puede dañar la vida acuática.

Los expertos coinciden en que el modelo de desarrollo de Moa es insostenible. Investigadores de la Universidad de La Habana recomiendan implementar una estrategia integral de desarrollo que incluya políticas tributarias diferenciadas, alianzas territoriales para el suministro de alimentos, incentivos a formas de propiedad no estatal y un rediseño del perfil laboral y educativo de la población local. También proponen una política ambiental estricta que promueva la participación ciudadana y el acceso a información sobre los riesgos. De lo contrario, Moa seguirá siendo un pueblo que respira veneno para sostener un Gobierno que lo abandona.

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