Composición: elTOQUE
El grito de libertad que sacudió Cuba: una crónica del 11J (+ Narración)
11 / julio / 2023
El día estaba cargado de una especie de vapor distinto. Llevábamos unos meses de molestias; el televisor se había llenado de la mayor cantidad de propaganda política y oficialista de los últimos años. Lo más irrisorio es que cada vez más la gente entendía lo que pasaba de una manera diferente, y los adeptos honestos al Gobierno eran menos. En vez de ganar credibilidad, cada programa televisivo desacreditando a activistas y artistas lograba lo contrario. Los primeros meses de 2021 fueron raros y el descontento social fue día a día en aumento.
Amén de que en junio los apagones se habían vuelto costumbre, la capacidad del cubano de encontrar el chiste a todo lo malo desapareció. Recuerdo días de seis y ocho horas de apagón, y casi siempre sin respetar los horarios que la propia Empresa Eléctrica había creado para que las personas se planificaran. La mañana del 11 de julio estábamos varios familiares en el patio de mi casa. A las 11 de la mañana se fue la luz, sin estar «calendariado». Raramente llegó muy rápido, menos de una hora. Me pareció extrañísimo hasta que empecé a ver videos en las redes sociales de una «marcha» en San Antonio de los Baños. Al fin se llenaban de valor unos cuantos y se manifestaban. Una algarabía recorrió mi cuerpo. Mi tío me dijo: «Se calentó Ariguanabo». La vecina gritó: «Palma Soriano y Alquízar, también». Por eso habían puesto la corriente tan rápido.
Era algo que se estaba volviendo masivo. Busqué los videos y cada vez eran más personas y más pueblos. Bauta no se quedaría atrás, era sabido. Me bañé y me vestí con la ropa que menos usaba. Le dije a mi abuela que me iría a ver la final de la Eurocopa para evitarle preocupaciones y salí hacia el centro del poblado. La sensación era muy rara. El pueblo estaba en un sopor, pero se sentía como el ojo del huracán. Un amigo pasaba cerca y me gritó: «Pal Poder Popular, ¡dale!».
Empecé a caminar por la calzada rumbo al lugar, pero la marea de gente venía caminando en mi dirección. Ni en las más honestas marchas por el Primero de Mayo vi tanta gente reunida en mi pueblo. Casi dos cuadras llenas de personas en una avenida muy ancha. Más de dos mil sin duda. Todos gritando: «¡Libertad! ¡No tenemos miedo! ¡Abajo la dictadura! ¡Patria y vida!». Del Poder Popular hacia el Partido. Caminamos de una punta a otra del pueblo. No hubo violencia durante todo el trayecto. No hubo siquiera policías en toda la manifestación, si acaso unos pocos jóvenes del Servicio Militar que deben haberlos mandado como observadores más que otra cosa.
En el Poder Popular ningún funcionario dio la cara, en la sede del Partido tampoco. La gente empezó a decir que irían a la tienda MLC (moneda libremente convertible) que habían construido recién en el punto más céntrico del pueblo: la calzada, donde está la piquera para coger máquinas hacia La Habana y donde radica el antiguo cine Suárez. Nos concentramos todos en la calle que conduce del parque central a esa tienda. Siguieron las consignas: «¡Libertad! ¡No tenemos miedo!». Ahora también: «¡Abajo las tiendas MLC!».
Nadie dio un golpe, amén de que las miradas de todos estaban fijadas sobre los policías que estaban en las cercanías de la tienda. De la nada apareció un camión cargado de Boinas Rojas (Tropas de Prevención de las Fuerzas Armadas Revolucionarias). La gente empezó a correr despavorida. Se dieron golpes, tonfazos, chorros de spray pimienta. Vi cómo golpearon en la cabeza a un hombre que estaba de espaldas. Quedé perplejo. Cuando volví en mí, empecé a caminar en dirección contraria al altercado que se volvió violentísimo en un abrir y cerrar de ojos. No corrí. Todo el que corrió fue perseguido por boinas rojas. Yo no estaba haciendo nada malo, no estaba huyendo, no corrí.
Al llegar a la esquina del paseo Sardinet, doblé izquierda y seguí sin mirar atrás. Un breve escalofrío recorrió mi espalda cuando escuché los gritos de un joven al que arrastraban dos policías. No se soltó de la cerca hasta que le dieron dos golpes en las costillas con las tonfas. Lloré de impotencia. Ellos fueron los que empezaron la violencia, no el pueblo.
Caminé varias cuadras hasta llegar a una casa donde una familia conocida miraba el televisor. Les pedí agua y me dejaron entrar a su sala. Fue en ese momento que el presidente dio un discurso rápido y desastroso. La orden de combate estaba dada, según sus palabras. Todos en esa casa nos quedamos boquiabiertos. El pueblo contra el pueblo, eso fue lo que dijo. Un disparate. Una falta de respeto. Una negligencia.
Hoy continúan encarcelados varios de los que estuvieron allí, presos injustamente. Otros han sido liberados con sanciones innecesarias. El 11 jota simbolizó la protesta más grande del país en contra del Gobierno desde el inicio de la época «revolucionaria» en enero de 1959. Se demostró el coraje de toda una nación cansada de injusticias, de malas gestiones y de irrespetos.
Muchas personas desarrollaron un miedo a posteriori, otras se convencieron de que «esto» no aguanta más. Varios, y ahí incluyo amigos cercanos, decidieron marcharse para siempre, usando las vías más caóticas y poco expeditas imaginadas. El 11 de julio quedará plasmado en la memoria de todos. Será parte de la historia. Nadie que conoció, vio los videos o investigó puede sentirse ajeno a la manifestación. Dar una opinión también es ser parte del hecho. Y sí, fue espontánea, verdadera. Por eso fue tan grande, tan sublime.
*Una primera versión de este texto fue publicada en 2022 en la antología A un año del grito de Libertad: Reflexiones a propósito de las manifestaciones del 11J en Cuba. elTOQUE reproduce el testimonio con la autorización de su autor.
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Guillermo Álvarez