No imagino a Pablo de la Torriente pidiendo perdón o permiso por alguno de sus artículos, ni a Julius Fucik preocupado por la censura nazi mientras escribía su inmortal “Reportaje al pie de la horca”. El periodismo de izquierdas ha marcado el ritmo de las sociedades conservadoras, dándole a la Historia un giro sin retorno hacia la consecución de derechos mediante la lucha honesta contra la manipulación. No, no cabe en mi mente que Emilio Zola pensara en la sanción favorable o no de los poderosos, cuando publicó su famoso “Yo acuso”, sobre las infamias cometidas en el caso Dreyfus.
Hay quien piensa que la comunicación y su teoría son ciencias y prácticas que pertenecen al contexto capitalista, como si todo conocimiento humano no formara parte de un patrimonio común indispensable. Se aducen razones pueriles, como que se trata de mecanismos propios de las sociedades de consumo, que nuestra comunicación está por encima de eso puesto que por ley pertenece al pueblo. Razonamiento equivocado que intenta ver en lo legal una realidad ya hecha, sabemos que cualquier cuestión social supera por mucho lo que sancionemos en la Carta Magna. Por otro lado, se ve al periodismo como un elemento a domeñar, siempre propenso a la dependencia, cuyo discurso deberá ser predecible o no ser.
Se hace difícil entonces el periodismo de izquierdas y se cae en lo que he llamado eufemísticamente “comunicación institucional”, o sea aquella que sí responde a una verticalidad.
Varias personalidades han declarado la necesidad de tener entre nosotros algún medio que marque el ritmo nacional, yo creo que el medio pudiera estar en ciernes ya que contamos con excelentes profesionales. Pero la realidad pide a gritos una prensa capaz de pararse delante del New York Times y “cantarles las cuarenta”, sin pedir permiso ni mucho menos perdón. Es hora de saltarnos las cuestiones domésticas como el hueco de la calle o la falta de levadura en el pan, para escribir buenos editoriales, reportajes reveladores, artículos que trasciendan. Una prensa de izquierdas debe ir delante, marcarnos el camino de la opinión, tener autonomía.
A veces pienso que todo ocurre por falta de información en los decisores, pero allí están la asesoría académica, los libros, los consejeros siempre prestos a ayudar, los periodistas que saben mejor que nadie qué está mal y cómo enmendar. Contamos con organizaciones gremiales, donde compañeros de alta valía levantan siempre su voz para narrarnos las mil y una vicisitudes y por desgracia las historias caen al vacío, entran en la cadena rutinaria de los congresos y devienen en chistes de redacción.
No nos podemos cansar, pero nos cansamos, somos humanos. Otros sueñan, porque la vida es sueño y los sueños, sueños son, son esos soñadores quienes seguimos desde cualquier teclado empujando este carro de la historia (con minúsculas) hacia la izquierda, hacia el hombre. El periodismo de izquierdas es ahora más necesario y se nota más su ausencia.
Una comunicación institucional eficiente, como la que se pide, obviará aquello que no responda a las normas de la propaganda, evitará todo discurso plural que sea invasivo a la organización/institución representada, irá directo al grano en su intención de reflejar un solo punto de vista. Eso se distancia del mundo mejorado que queremos, evita la riqueza de la vida y se ciñe al guión de un poder. Construimos un consenso muy frágil e imprescindible para perderlo mediante prácticas torpes. Frágil porque deberá ser real, imprescindible porque pocos proyectos son tan icónicos como el nuestro.
Entonces no vale la pena decir que tenemos la prensa que queremos, ni que todos queremos la prensa que necesitamos, pues hay entre nosotros no pocos prejuiciados. Mucho menos contamos con la prensa que nos merecemos, Cuba ha hecho mucho, ha dicho mucho, para callarse la boca o silenciar sus prensas. Este experimento en medio del Caribe sentará lugar por los siglos no sólo ante academias, sino ante otros modelos.
El silencio no sirve, tampoco sirve buscar justificaciones, no se asalta el cielo con pretextos sino con textos bien argumentados y asentados en la praxis humana. Del estigma o el resentimiento sólo sale un proyecto falseado, de la verdad y el debate obtenemos la humanización que busca la prensa de izquierdas. Pareciera que Hamlet levantara el cráneo otra vez para preguntarse si somos o no somos.
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