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Foto: elTOQUE.

El represor que pude ser

18 / junio / 2024

Nunca me han gustado los uniformes; nunca me han quedado bien. Dos veces he estado cerca de volverme un represor. Las dos veces me encontraba uniformado. No quería estar pero estuve. De haber recibido la orden, quizá, hoy sería un represor.

***

Un tumulto de gente rodea el portón metálico que da entrada a la casa de Rogelio Tabío López, un hombre al que no conozco, pero odio. Es octubre de 2010. Dentro del inmueble ubicado en Carlos Manuel y el 6 norte, en Guantánamo, una decena de integrantes del Movimiento de Resistencia y Democracia sufre el asedio de la Seguridad del Estado, de la Policía y de cientos de civiles que, como yo, hemos sido movilizados de distintas escuelas y centros de trabajo para ser usados por el régimen para blanquear la represión. 

La circulación peatonal es interrumpida en las esquinas. Una patrulla. Oficiales motorizados. Agentes de civil que merodean los alrededores de la casa. A pocos metros resaltan decenas de uniformes de secundaria básica y de preuniversitario; menores de edad que, sin haber recibido explicaciones, fuimos conducidos a aquel sitio. Convertidos por nuestros profesores en protagonistas pasivos de un mitin de repudio.

Una mujer observa a través de una pequeña rendija. Parece asustada. Sigilosa ante la presión de una turba acrítica que grita consignas y ofensas cual si se tratara de enemigos acérrimos separados por la más lacerante de las traiciones.

Quizá, hace unos años, fue ella la doctora que atendió el parto de la criatura que hoy la tacha de gusana. Quizá fue otra madre soltera que ha criado sola a sus hijos y abandonada a la suerte, sin recibir ayuda del Gobierno, días antes discutió con algún burócrata en la oficina de Atención a la población a la que uno de sus verdugos ha acudido en un intento desesperado por solucionar su problema de vivienda. Quizá fue ella la maestra que, antes de ser expulsada de su centro de trabajo, enseñó sobre Martí a la joven que en par de horas verá a su padre afónico, tirado en el sofá, tras haber descargado su ira en un mitin de repudio.

Puede que entre los presentes se encuentre algún amigo de su familia; puede, incluso, haber entre ellos algún pariente desconocido de la señora que resguarda su integridad tras un portón oxidado y cargado de frases antigubernamentales.

Reproducir la violencia simbólica del régimen es común en Cuba, incluso de forma involuntaria. En el argot popular, poca diferencia existe entre disidente y gusano. Son las consecuencias del proceso de deshumanización del totalitarismo y que, en el caso de un represor, sirven de herramienta para normalizar la indiferencia ante la injusticia. Se puede golpear a alguien sin nombre. Es posible aplastar a un gusano por su estética repugnante. Se puede protagonizar un mitin de repudio porque lo merece el mercenario y no será el último que soportará. Con la porra a punto de impactar en el cuerpo ajeno, no se piensa que la víctima pudiera ser la posible maestra, madre, doctora, amiga o pariente. Es orden dada… y ejecutada. Trabajo cumplido.

De los hechos conservo intactos algunos recuerdos. Hasta hace poco intentaba achacarle la culpa a la inocencia de quien, siendo un adolescente, llegó a considerarlos intrascendentes y asumió que el tiempo se encargaría de formatear la memoria. Poco significativos para quien no golpeó, no cargó carteles, no gritó consignas… pero estuvo. No enfrentar el agravio, en cierta medida, te hace sentir partícipe. Es acercarse a la peligrosa línea roja de la desidia. Volverse espectador mudo ante una fase extrema del odio.

Ser incauto no redime de la culpa. Algún día se es consciente de la gravedad de los hechos y de sus consecuencias. Te sientes miserable por el absurdo intento de huir de las responsabilidades.

En los siguientes años no volví a escuchar del Movimiento de Resistencia y Democracia. De vez en cuando caminaba por el otro lado de la calle, agilizaba el paso para no captar la atención de quien monitoreaba a través de las cámaras instaladas por la Seguridad del Estado en las esquinas. Por unos segundos perdía la vista ante aquel portón metálico que, irregularmente, había sido pintado para esconder lo que habían escrito sus dueños. 

En ese entonces, consideraba un acto de rebeldía escuchar a máximo volumen los temas contestatarios de «Los Aldeanos» en la soledad de una casa vacía. Aún reaccionaba con intriga al esconder los libros de algún autor censurado que había intercambiado antes con los socios. Nunca había accedido a Internet. No era consciente de la naturaleza represiva del Estado cubano. Hablaba siempre de excesos, no de dictadura. Tenía enemigos. Desconocidos. Sin rostros. Gente que, en caso de pararse a mi lado, sería imposible identificar. Pero que eran diferentes. Tanto que desde mi autoimpuesta superioridad moral eran cuestionados debido a las historias que escuchaba sobre las traiciones a su pueblo.

Aun siendo menor de edad recibí la citación oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) en la que se notificaba la fecha del examen médico para el reclutamiento al Servicio Militar. Cursaba el 12 grado y aprobar los exámenes de ingreso para acceder a la universidad era la principal prioridad. Sin saberlo, en un inicio, había sido seleccionado por la Contrainteligencia Militar (CIM) para pasar «el verde» en Prevención —unidad de tropas especiales que cumple las funciones de Policía militar y que, en situaciones excepcionales, brinda apoyo al Ministerio del Interior—.

Uno de mis familiares comentó la posibilidad de conseguir mediante un contacto en la comisión médica, que me declararan no apto FAR, lo que automáticamente me liberaría de cumplir el Servicio Militar. Pero carecía de madurez suficiente para tomar una decisión de esa envergadura. Nunca había estado fuera de casa. Los socios estaban siendo reclutados. No quería ser la excepción. Es la edad en la que se romantiza la aventura, se minimiza el riesgo. Así pasé de casa a una unidad militar; de un aula a un campo de tiro; de un libro a un fusil Kalashnikov; de un uniforme a otro.

***

Bastaron pocos minutos tras el alistamiento para confirmar que aquel nunca sería mi sitio. Nada como la vida militar para asquearse de normativas y dogmas. Ahí sufren menos los dóciles y cumplidores, los pioneritos amantes de la pleitesía. Nunca fui de esos. Lo más frustrante es verse dirigido por gente, en muchos casos, prepotente e inepta, extasiada de poder. Que ordena lo inverosímil y resulta incapaz de aceptar sus errores. Más de una vez estuve a punto de terminar en prisión por casi irme a los golpes con algún jefe.

Si te niegas a cumplir, cárcel. Si protestas, cárcel. Si te atrapan en un intento de escapar, cárcel. Una unidad militar cubana es la representación, en menor escala, de la vida en el país —o viceversa—.

Cada día en la 1 177, Prevención–Guantánamo, era igual de monótono. De pie. Desayuno. Infantería. Limpieza. Almuerzo. Táctica y enfrentamiento. Defensa personal. Baño. Servicio en la vía pública. Órdenes seguidas de nuevas órdenes: ¡Firmes! ¡En su lugar, descansen! ¡Firmes! ¡Paso de camino, marchen! ¡Alto! ¡Firmes!

Es abril, 2014, y frente al pequeño parque que marca la entrada al bloque de oficinas de oficiales de la Contrainteligencia Militar (CIM) en Guantánamo se coloca un grupo de soldados en formación. Sudorosos. Hambrientos. Mientras, dos oficiales comentan sobre una misión, intervenir ante una revuelta popular en caso de ser necesario. Miradas esquivas. Un intento de disimular el disgusto que trae consigo vestir de policía en la calle. Marcarse de chivatos. Peor aún, verse obligados a hacer lo que mejor sabe un policía, reprimir. Faltaba la orden de la jefatura de la CIM. Un punto sin retorno.

No existía fórmula para salir exento de pena tras negarse a cumplir una orden de ese tipo. La Ley de los Delitos Militares de 1979, vigente en ese momento, establecía: «el que se niegue expresamente a cumplir una orden del jefe relacionada con el servicio o la disciplina militar, o la incumple intencionalmente, incurre en sanción de privación de libertad de seis meses a tres años». Señalaba la normativa, además, que en caso de haberse producido por un grupo, acarrearía consecuencias graves con la posibilidad de extender la posible sanción hasta los ocho años. Otro de los delitos, la reclamación colectiva —en número superior a tres militares— incurría en sanción de privación de libertad de seis meses a cinco años.

La decisión entre terminar en la cárcel o reprimir no era del interés de alguno de los presentes. Un dilema existencial. Golpear a gente «culpable» de alzar su voz contra un poder totalitario que se autoproclama dueño y señor de sus vidas o ser golpeado con la fuerza de un Tribunal militar.

Por buen comportamiento, quizá, se puede salir de una cárcel militar en unos meses, pero los intentos de lavado de cara de un represor nunca surtirán efecto. Achacarles la violencia a decisiones tomadas por un mando superior es apenas un intento desesperado de no ser consumido por la culpa, de exorcizar demonios. Una carga que se arrastra toda la vida.

El tiempo escenifica su ritmo más parsimonioso mientras una veintena de soldados armados son víctimas de la tensión de la espera. Las mentes perdidas, lejos de aquel maldito lugar. Sin chistes ni historias. Solamente un silencio sepulcral. Horas después fuimos notificados de que no entraríamos en acción. Una liberación instantánea. Aún hoy no soy consciente de lo que hubiese ocurrido en caso de haber recibido la orden. Intento no pensar en eso.

Tras terminar el Servicio Militar nunca volví a transitar por aquella calle. Luego me despedí de Guantánamo. Hasta hace pocos días no había vuelto a preguntar por los herejes a los que, en su momento, el adoctrinamiento me hizo odiar. Apenas hoy he visto en Internet el rostro de Rogelio Tabío. Me he informado sobre sus huelgas de hambre y la persecución que durante años ha sufrido la familia. Hoy empatizo. Desearía hacerle saber que ninguna importancia tiene para mí su ideología. Me excusaría por la impavidez. Le pediría un único favor, lea usted estas líneas.

Entonces imagino que la turba acrítica vuelve, que vocifera frente a aquel portón oxidado y lleno de frases antigubernamentales detrás del que se escuda la mujer temerosa a la que desconozco. En ese instante empiezo a conocer su vida. Escucho su nombre, si es maestra o doctora, si es madre o amiga. Por primera vez, pido que comparta su miedo. Su valor.


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José Román

Qué "linda" crónica que solo denota la ausencia de algo que muchos otros cubanos si tienen.
José Román

Evelyn Rubio Sardiñas

Simplemente genial viví muchos de esos momentos por suerte aunque mi núcleo familiar SUPER REVOLUCIONARIO" mi madre con toda la inteligencia emocional que tiene nos dijo que no ofendieramos a nadie ni se le tiraba huevos como nos llevaban de la secundaria básica, después pasó el tiempo y me tocó que mi hijo sintiera todo eso en el servicio militar
Evelyn Rubio Sardiñas

Dairo Dearriba

Es la triste realidad de Cuba, que quien no ha vivido la maldad de la dictadura, y vive en libertad no puede entender. Son juegos y chantajes, que solo se logra en el totalitarismo, en una sociedad manipulada de la A hasta la Z, con un antifaz muchas veces perceptible solo por quien lo sufre.
Dairo Dearriba

Nardi

Ahora después de las personas no creen en tus famosas sobre el valor de l divisa. Dolar euro y mlc Te dedicas a mentir y difamar de la revolución. Ered un asco de publicación social pagado por tus amos yankis.

Six

Encontramos al primer policía dolido
Six
Nardi

Juanito

Y quién les paga a ustedes?
Juanito

Jorge garcia

Q manera de hablar mierda
Jorge garcia

Julián

Desde Cuba bendiciones a esos represores en campos estudiantil en los Estados Unidos de norte américa que abusan y detienen a unos simples jóvenes estudiantes por decir ya Israel basta de asesinar inocentes Palestinos... Basta yá Estados Unidos de norte américa de reprimir al pueblo cubano con tus políticas de genocidios económico.. Será que en todo el mundo 🌎🌍 hay represores.
Julián

Amado Domínguez Quesada

Realmente, no tienen sentido de la ineptitud, porqué no se buscan otro oficio que no sea el de replicar recetas viejas creadas ya desde 1784, ustedes despreciables toqueros no son más serviles marionetas (tales que ni cuenta se dan de ello). No somos analfabetos.

Victor Manuel

Cuando Raúl Castro descubrió la de gente que habia dispuesta a gritar o matar por el cuento revolucionario se le adelantó 2 pistas al hermano: fue quitando libras de arroz a la libreta y se puso a contruir hoteles. Si total ya esos serían carneros de por vida, si botaban el dinero igual podían comer yerba.
Victor Manuel
Amado Domínguez Quesada

Haila

Lo viví también. Es interesante la reflexión que haces acerca del intento de no sentirte parte del "repudio", pero la culpa de haber estado allí no me abandona nunca. Yo era una recién graduada haciendo servicio social en la UCI. Justo de donde sé que vienen muchos de los comentarios sin sentido que te han dejado acá. Nos llevaron a un acto de repudio, yo era militante de la UJC y era bastante activa, también ingenua. Me creía todo lo que me decían. Y también me creí la épica de formar parte del "enfrentamiento" a los traidores de la revolución. Pero yo esperaba encontrarme a gente haciendo militancia, me los imaginaba con carteles, en la calle, tal vez gritando. No me pasó por la cabeza que iban a llevarnos a la puerta de una casa, un hogar a todas luces precario, con habitantes que estaban intentando hacer su vida. Qué "enfrentamiento" ni que mierdas? Aquello era acoso sin más. Acoso y abuso. Porque nosotros eramos muchos, íbamos con sistemas de sonido(!)para amplificar nuestra voz(WTF?). Estando allí recuerdo haber sentido verguenza, ridículo, pena por los habitantes de aquella casa, la sensación quemante estar siendo partícipe y cómplice de una injusticia. No se acosa a la gente en su casa. Punto. Tenía que haber otra manera de "enfrentar a los traidores enemigos", una que no fuera esa. Ese día terminé alejándome del lugar. Hoy sé exactamente por qué, pero en ese momento no lo tenía claro. Me sentía mal participando y eso era todo. De lo que sí me alegro es de haber tenido suficiente enojo como para en el regreso, decirle al entonces mi secretario, que NUNCA MÁS me volviera a convocar para una cosa cosa así. Que yo en esos "actos" no quería particpar. Recuerdo haber usado literalmente la frase "no me cojas más pa eso". Y por suerte me escuchó. Así que desde aquí te abrazo. Ojalá más luz y mejor política.
Haila

Miguel

Al parecer son cada vez menos los muchachos que quieren formar parte del sistema de las FAR. Mi hijo se animó a ingresar en los Camilitos por la novia. Y ahora después de terminar décimo grado, se encuentra con que el Ministro devlas FAR firmó una resolución en la que fuerza a los graduados de los Camilitos a optar solo por carreras militares, es decir, les quitan el acceso a carreras civiles que siempre tuvieron. El muchacho se desengañó y pidió la baja.
Miguel

Alfredo B

Muchos nos identificamos con estas líneas cuando, sin decirnos ni para qué, nos sacaban del aula para un acto de "reafirmación revolucionaria" Me vi en estas letras y sentí el mismo mal salbor del autor, unos años después.
Alfredo B

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