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Foto: Sadiel Mederos.

Embarazos adolescentes en Cuba ¿por qué las altas cifras?

19 / enero / 2023

En Cuba, más de un 17% de los nacimientos corresponden a mujeres menores de 20 años. Aun cuando el país se caracteriza por una baja natalidad, la tasa de fecundidad de las cubanas menores de 18 años ha visto un aumento en los últimos 15 años.

En 2019, el 12.4 % de las adolescentes entre 15 y 19 años habían tenido un hijo nacido vivo o estaban embarazadas de su primer hijo, según los resultados de la última Encuesta de Indicadores Múltiples por Conglomerados (MICS Cuba, 2019) realizada por el Ministerio de Salud Pública con el apoyo de Unicef en Cuba. Asimismo, uno de cada cuatro abortos corresponde a una mujer de 19 años o menos.

Si bien no se trata de un incremento sostenido, es igual de preocupante, pues apunta a una problemática social que necesita atención desde las políticas públicas y de estrategias integrales.

Datos y tendencias que activan las alarmas

Según los datos publicados en 2022 por el Ministerio de Salud Pública de Cuba en el Anuario Demográfico, en el período entre 2006 y 2021 hubo un incremento de aproximadamente 7 adolescentes entre 12 y 19 años que tuvieron hijos por cada mil jóvenes en ese rango de edad.

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Comportamiento en el tiempo de la fecundidad adolescente

Dentro de este grupo, «la fecundidad en menores de 15 años se mantiene casi constante con alrededor de 400 nacimientos anuales». Así lo informó en julio de 2021 el Ministerio de Salud Pública de Cuba (Minsap) en su sitio web, al referirse a la fecundidad en la adolescencia como un «desafío de la salud sexual y reproductiva» en el país.

Sin embargo, en los últimos anuarios publicados por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información de Cuba (ONEI), los datos referidos a la fecundidad en adolescentes de 14 años o menos fueron camuflados tras incluirse en el grupo de edad de 15 a 19 años.

En el país las tasas de fecundidad mantienen una tendencia al descenso. En el caso específico de las adolescentes, aunque el indicador ha mostrado una leve disminución, los especialistas consideran que no es significativa y por el contrario muestra «resistencia al descenso».

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Comportamiento de la fecundidad por grupo de edad

Al comparar datos, el comportamiento de la fecundidad en adolescentes y jóvenes, entre 12 y 19 años, es similar a la de las progenitoras que cumplieron entre 30 y 34 años.

Cuba presume de algunos índices similares a los de países con un desarrollo socioeconómico alto —como la esperanza de vida—, sin tener un nivel de desarrollo que los respalde. Sin embargo, los índices de fecundidad en la adolescencia la colocan al nivel de países más inestables económicamente y con mayores brechas sociales. Incluso en el contexto latinoamericano, las cifras superan las tasas de Colombia, Chile y Uruguay, por solo citar algunos ejemplos.

Además, para medir la magnitud del fenómeno no basta con reconocer únicamente los embarazos llevados a término; pues el aborto, voluntario o involuntario, es también un indicador de importancia. Aunque el Ministerio de Salud no brinda información del indicador según la edad de la paciente, un estudio realizado por la demógrafa Matilde de la Caridad Molina develó que «la tasa de interrupción de embarazo de las adolescentes es mayor que la del resto de los grupos de mujeres en edad fértil» y que «el número de interrupciones supera al número de nacidos vivos, para las mujeres menores de 20 años».

Según el Anuario Estadístico de Salud, en 2020 se realizaron 61 886 abortos, los cuales representaron alrededor de 22 abortos por cada mil mujeres entre 12 y 49 años. La cifra indica, además, que por cada cien gestantes se registraron cerca de 37 interrupciones voluntarias de embarazo.

Según Molina, los determinantes del patrón y el nivel de la fecundidad adolescente son la edad de inicio de la relación y consumación del primer encuentro sexual, el matrimonio, el uso o no de anticonceptivos y la interrupción de embarazo.

En cuanto a la edad de las progenitoras, Molina concluyó que 15.65 años es la edad promedio de las madres que tienen entre 10 y 19 años cumplidos. A ello se suma que en promedio la pareja de las muchachas tiene 8 años por encima y concluye que «a menor edad existe mayor diferencia generacional con las parejas».

El estudio también apunta que las provincias con mayor incidencia están ubicadas en el oriente del país. Otros diferenciales indican que los nacimientos corresponden principalmente a adolescentes no blancas, con siete o más grados de escolaridad, dedicadas mayormente a los quehaceres del hogar; lo que remite al problema de la deserción escolar, las cuales se declaran en su mayoría con un vínculo conyugal y provienen de zonas rurales.

Acceso limitado a servicios de salud sexual y reproductiva, entre otras causas

La fecundidad cubana, caracterizada por la baja natalidad, pudiera ser interpretada como un reflejo del ejercicio de los derechos reproductivos de las mujeres, al aplazar la maternidad ante otros proyectos de vida como la migración o el desarrollo profesional. No obstante, en el caso de las adolescentes, la maternidad puede reflejar falta de protección legal y familiar, bajo acceso a medios anticonceptivos, falta de educación sexual, o condiciones socioeconómicas que limitan las oportunidades y proyectos de vida.

«Existen barreras de acceso de los adolescentes a servicios de salud sexual y reproductiva. No solo se ubican los problemas de la disponibilidad y el conocimiento de los métodos anticonceptivos, sino también obstáculos asociados al ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos y los desafíos y brechas de género, unido a aspectos de carácter social, cultural, informativo y comunicacional», publicó el Minsap al respecto en su sitio web en julio de 2021.

A su vez, la marcada diferencia de edad en las parejas se pudiera incluso señalar como una cuestión cultural. Sin embargo, en el caso de las adolescentes tiene otra connotación. Las uniones estables en que se encuentran una de cada cuatro niñas o adolescentes cubanas resultan frecuentemente en embarazos tempranos; además de que aumenta el riesgo de que sufran diversas formas de violencia de género.

La socióloga Norma Fleitas, profesora titular de la Universidad de La Habana, reconoció ante la prensa acreditada en Cuba que el embarazo en la adolescencia es un tema de salud y un problema de bienestar, que debe ser estudiado con un enfoque de género desde un análisis que tome en cuenta las múltiples desigualdades sociales que pudieran mediar; tales como el género, la edad, el color de la piel, la zona de procedencia, el estatus económico de la familia y el nivel educativo.

A ello se suman los dogmas religiosos y la repetición de patrones reproductivos derivados de brechas socioeconómicas preexistentes. De ahí que tanto la familia como las instituciones educativas en las cuales se inserta la adolescente son actores decisivos en los índices de embarazo a estas edades.

La concepción en etapas tempranas acarrea múltiples consecuencias. En primera instancia, hay una interrupción de la vida social y educacional que, en varias ocasiones, provoca la deserción escolar definitiva. En el caso de la adolescente, durante el período de gestación debe suspender sus labores docentes y, en el caso de los muchachos, en muchos casos abandonan los estudios para buscar un oficio que les permita aportar económicamente en la manutención del bebé.

Asimismo, los conflictos y rupturas familiares constituyen una secuela común, pues en esas edades los futuros padres aún no son independientes económicamente. Esto se traduce en un aumento en los gastos en alimentación, calzado, ropa, aseo, medicamentos, además de la escasa disponibilidad habitacional de viviendas; motivo recurrente de disputas en la sociedad cubana actual.

Los embarazos tempranos implican, además, diversos riesgos para la salud de la gestante y del bebé, asociados a su poca madurez biológica. Pueden incluso derivar en la mortalidad materna o infantil. La gestación en la adolescencia se ha relacionado, por ejemplo, con un mayor riesgo de que el bebé presente bajo peso al nacer o se produzca un parto pretérmino. Ambos indicadores inciden de manera significativa en la mortalidad infantil.

Al cierre del 2022, el índice de bajo peso al nacer en Cuba fue de siete por cada mil nacidos vivos, y el índice de prematuridad se ha comportado alrededor del 5% en los últimos 10 años, acorde a la prensa estatal.

Desde el punto de vista psicológico las madres adolescentes también pueden verse afectadas, pues no poseen la madurez necesaria para enfrentar un cambio de esta índole en sus vidas, en muchos casos no deseado, que puede afectar su relación con personas de su misma edad o resultar en aislamiento social.

Educación integral de la sexualidad, el programa aplazado

El factor cultural es un elemento de peso en el comportamiento de la fecundidad cubana. Por ejemplo, la naturalización de las uniones tempranas —en estrecha relación con el comportamiento de los procesos reproductivos a estas edades— hasta septiembre de 2022 tenía respaldo en la legislación cubana.

Según el artículo 3 del antiguo Código de Familias, derogado en 2022, se reconocía el matrimonio con menores de 18 años, con al menos 14 años cumplidos en el caso de las adolescentes y 16 en los varones, siempre y cuando contaran con el consentimiento de ambos progenitores. La legislación hoy vigente establece la prohibición del matrimonio infantil, sin excepciones.

Por otro lado, estudios realizados por Daylín Cecilia Rodríguez Javique, investigadora del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana (Cedem), evidencian que el contexto influye decisivamente en el comportamiento de la fecundidad en lo que respecta a las leyes que protegen la integridad de las adolescentes.

En este sentido, el trabajo de Rodríguez Javique demuestra que las tasas de fecundidad de las adolescentes en Cuba es casi cinco veces mayor que las tasas de las inmigrantes cubanas menores de 19 años en Estados Unidos, lo cual indica que el factor cultural no es el único que determina el proceso reproductivo temprano.

¿Cómo se puede incidir para garantizar una mayor prevención? ¿Se ha hecho lo suficiente? Cambiar las tendencias de la fecundidad en la adolescencia demanda la implementación de programas de educación integral de la sexualidad y de políticas públicas efectivas que garanticen los derechos sexuales y reproductivos en estas edades.

Los dos puntos han sido señalados hasta la saciedad por especialistas. Sin embargo, el aplazamiento indefinido del Programa de Educación Integral en Sexualidad con Enfoque de Género y Derechos Sexuales y Reproductivos cuestiona el compromiso del Gobierno cubano con la atención a este problema social y de salud.

Pospuesto desde septiembre de 2021, dicho programa busca contribuir, desde la sinergia de espacios formativos como la familia, los centros educativos y los medios de comunicación, a la prevención de embarazos no deseados, enfermedades de transmisión sexual y casos de explotación sexual. A la vez, el programa pretende fortalecer la capacidad de decisión en la juventud cubana para asumir su sexualidad de forma libre, consciente y responsable. Sin embargo, su implementación fue aplazada hasta que «estén creadas las condiciones necesarias» utilizando como excusa la pandemia de COVID-19.

También se necesitan estrategias de protección a los derechos sexuales y reproductivos, que se identifiquen y consideren a los sectores más vulnerables y se garantice el acceso eficiente a métodos anticonceptivos de barrera y de emergencia para prevenir los casos de embarazos no deseados y disminuir los riesgos de transmisión de ITS. En este sentido, el desabastecimiento de condones en Cuba ha demostrado ser una crisis cíclica que en estos días muestra un nuevo pico.

Hablar sobre el embarazo temprano en Cuba es dialogar también sobre el futuro. Las jóvenes deberían iniciar su vida sexual con la información y los recursos necesarios para asumir su sexualidad de modo responsable y planificado, evitando así embarazos imprevistos y maternidades no deseadas.

A su vez, tanto el Estado, la familia, como el sistema educativo y de salud pública deben abogar por disminuir las brechas de desigualdad que persisten y se ensanchan en el presente; pues, como en todos los procesos sociales, son los sectores más vulnerables los que pagan por vacíos legales y disparidades sociales.

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