Foto: Alejandro A. Madorrán

Foto: Alejandro A. Madorrán

Amaury y Luciano

9 / diciembre / 2016

Con dos que se quieran II debería ser redescubierto. Pero bajo otra luz. Pienso en ello revisando la entrevista que le hiciera Amaury Pérez a ese sacerdote del cine que es Luciano Castillo. Sus opiniones, jaladas por Amaury, levantaron pequeñas ampollitas que considero exageradas.

Luciano es una especie de inquisidor del cine clásico. En un Festival de Cine de la Habana, lo vi exclamarle a un colega, como si ambos fueran párvulos: “Vi la película de Weerasetakul hasta el final. Por favor, ¿a eso le llaman cine?, ¡¡¡casivomito!!!”

Le contó a Amaury que durante más de 40 años, o sea desde niño, lleva un estricto registro de toda película que ve en una libreta escolar. Así que no es difícil imaginar cómo la cierra, y cómo acaso todavía la acaricia, y cómo tiene habilitado el lugar de honordonde descansa. Y que quizá ha tenido a bien restaurarla, o transcribirla cada cierto periodo de tiempo.

Sabe el número exacto de películas que ha visto, casi 8 mil, y cuál dejó de ver. En esa entrevista, sin que se lo preguntaran, mencionó el título de una a la que llegó tarde (y por qué llegó tarde), y el nombre de su director. No dudo que también sepa interioridades del rodaje.

Particularmente siempre me resultaron ridículos los cinéfilos o lectores que anotan los filmes o libros que consumen. Me molesta el gesto cuantitativo por engañoso, o por su similitud a tantos otros, como aquel escolar, en que te obligaban a memorizar fechas históricas, privando a esa disciplina acaso de su lado apasionante, el de reconocer patrones, analizar comportamientos, superponer figuras del pasado en la actualidad.

Pero en todo caso deberíamos besar la frente de la persona que aún se ilumina, -por infantil e inútil- al ver un título más en su lista de películas, libros o filatelias. En definitiva esa prolija memoria, afincada en Luciano además en su cargo como director de la cinemateca de Cuba, es la memoria de todos los hombres.

Por otro lado está Amaury. Bello personaje. No invita tanto a gente que quiere, o que lo quiere, sino a los que le interesan. Que su curiosidad individual sea corta o larga, sorprendente o pobre, construye la idea que tengo sobre él. A saber, que es un ser humano de pequeñas miserias, de bajo tono como tú y como yo. Gente que se deprime, que sabe que se va a morir, y que si le pica el bicho, intentará grandes cosas pensando que con ellas garantizará estar más vivo, o generar un tipo de vida eterna, lo cual son mentiras bastante hermosas. He apreciado a Amaury por esa pequeñez, por esa curiosidad que muchas veces parece viva, auténtica y no teledirigida.

Hablo de esa entrevista porque a unos amigos le insulto una opinión bastante fugaz de Luciano hacia la Muestra Joven. Lo que dijo, además, pareció un jalón de lengua. Pero aun cuando hablar de ese tema haya sido iniciativa del propio Luciano para sacárselo de adentro de una maldita vez, después de conocer su sacerdocio, su pulsión de coleccionar y llevar registro, tal opinión no puede ser tomada como la de una institución, sino como la de un sujeto que quizá en su último segundo de vida recordará ciertos amores, vergüenzas, frotamientos, momentos luminosos de películas memorables en blanco y negro.

¿Por qué la opinión de un hombre así, dicha por televisión, o en cualquier medio de prensa puede hacer peligrar la integridad de un proyecto o en otros casos la integridad de muchas personas? Es cierto que en un país enrarecido por ataques externos y reacciones internas como el nuestro, no debe extrañar que un debate se haga más oficial o terrible cuando se aproxima -toda una peripecia kafkiana- a determinadas horas del día. A ciertas horas del día las condenas suelen ser terribles. Y seguirán siéndolo por un tiempo. Pero en lo que no tenemos razón es en reproducirlas y legitimarlas con reacciones equivalentes.

¿Qué condiciona este -acaso tribal- comportamiento que yo mismo he reproducido? Creo que está vinculado en buena medida, al sacrificio y sentido de propiedad que toda empresa altamente dificultosa demanda. Este envenena y enceguece, como si el otro debiera estar igual de iluminado por nuestra pasión y objetivos últimos. Somos, en buena medida, una sociedad que ha padecido grandes figuras de sacrificio, y reaccionamos en consecuencia ante la crítica del otro. Del lado del que construye no está nunca la verdad, o toda la verdad, o toda la justicia.

Mientras tanto Luciano y Amaury son dos sujetos que se quieren y en público ventilan sus intereses y padecimientos privados.

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