En la librería Arenales, en Madrid, Julio Antonio Fernández Estrada presenta Pensar Cuba, un videopódcast de conversaciones con cubanas y cubanos para pensar en voz alta las posibilidades de una Cuba distinta. La invitada del primer capítulo es la actriz Claudia Álvarez, quien saltó a la fama a los 16 años con el personaje Paula y trabajó en cine y televisión en títulos como Aquí estamos, Bocacherías habaneras y Nido de mantis. Emigró a España en 2021. Junto a su pareja fundó una agencia de viajes en la que trabajan. Persistir, desde escenarios más o menos visibles, es —dice— su manera de pensar Cuba.
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Julio: Eres joven y ya viviste la migración —ese trauma y oportunidad a la vez—. Tenías una carrera artística en Cuba, la gente te conocía por la televisión y el cine. ¿Cómo se hace para, de un día para otro, cambiar o luchar por mantener esa carrera en otro lugar?
Claudia: Es un proceso doloroso y, a la vez, una oportunidad. Querer, no quería irme de Cuba. Mi padre sigue allí, mi familia está regada, y muchas veces pienso: «Si yo pudiera tener esta vida en Cuba…». Siento que la migración cubana, para la mayoría, es forzada. Aquí entendí cuán importante era mi profesión para mí. En Cuba vivía de actuar y daba clases en la Escuela Nacional de Teatro; en mi cabeza no había nada más. Al llegar a España, empecé de cero: hice teatro —Jacuzzi me devolvió la vida—, pero los dos primeros años fueron durísimos. Soy nostálgica; pasé de que me reconocieran en Coppelia a ser invisible. Y profesionalmente fue complejo adaptarme a rutinas que no eran arte.
Julio: Hablemos de Jacuzzi. ¿Cuánto tiempo la hiciste y qué te pasó con esa obra?
Claudia: Para nosotras fue una balsa, un oasis. Los martes, cuando la hacíamos, sentía que volvía al lugar donde pertenezco. La migración te toca la identidad y te obliga a reinventarte. También me enseñó algo duro: la actuación, aunque imprescindible para mí, es inestable y dependes de otros. Aquí lo entendí a la fuerza: quizá el camino no sea pelear a muerte por actuar, sino abrir otras vertientes que disfrute y no me tengan pendiente de si me escogen o no en un casting. De hecho, no he buscado representante en España; creo que es un trauma porque en Cuba todo se me dio relativamente rápido: la primera prueba grande, la aprobé; la escuela de arte, la pasé... Aquí, aunque me duela dejar de pensar tanto en Cuba, a la vez no busco otra cosa que Cuba. A mis 33 años, si me preguntas qué soy, digo: «soy cubana y estoy buscando mi lugar en el mundo».
Julio: Hay gente que, para sobrevivir y adaptarse, se desconecta de Cuba, deja de ver noticias; pero al final Cuba te llega por la familia, por los amigos, por todo lo cotidiano. ¿Cómo lidias con eso? Y ¿cómo vives la relación entre teatro y política?
Claudia: Con Jacuzzi nos pasaba algo lindo: venían españoles que no entendían todos los códigos, pero al final preguntaban: «¿Esto pasó de verdad?». Existe una foto congelada de lo que se cree que es Cuba. Aquí, en Europa, muchas personas no están al tanto. Aunque yo misma, si me paso más de un año sin ir a la isla, escucho cosas que me cuesta imaginar. La obra sembraba dudas y, para los cubanos aquí, era bálsamo: migrar duele, aunque sé que estar allí duele más, porque es dolor en niveles básicos —comida, sueño—. Te preguntas: «¿Hasta qué punto puedo quejarme del dolor espiritual de extrañar un país que ya no existe?». Y al mismo tiempo, para quien se siente culpable por «tomarse la Coca-Cola del olvido», la obra daba permiso para sentir.
Sobre política: me niego a interpretar a mi país a través de un Gobierno, y me niego a odiar a Cuba por su Gobierno. Entiendo la necesidad de la política y los cambios sociales, pero Cuba y su Gobierno no son lo mismo.
Julio: Me contabas que otra cosa que te ha marcado en España es como viven los ancianos. ¿Qué te gustaría que existiera en Cuba de lo que has visto aquí? ¿Y qué de Cuba extrañas para que existiera acá?
Claudia: En España me impresiona ver a las personas mayores dueñas de la calle, socializando, con políticas sociales que les permiten vivir bien. En Cuba, la población mayor crece y muchos están solos; no hay políticas que los protejan. Quisiera para mi papá —que ama Cuba— una vejez digna. La vida puede ser más sencilla de lo que aprendimos, aunque aquí tal vez tenga menos «sabor» para quienes nacimos allá. Duele descubrir que confiaste tu vida a algo que se desmorona.
De Cuba me llevo una infancia y adolescencia felices, una conexión profunda con lo que soy. No quiero desecharlo todo: nuestra cultura, nuestros afectos, Martí… Me niego a que la bandera o la idea de patria se contaminen para siempre. Para mí, patria es mi derecho a esa tierra, el orgullo por un pastelito de guayaba, por Benny Moré, por nuestra idiosincrasia, al margen de cualquier Gobierno.
Julio: También has tenido que reinventarte como migrante: creaste una agencia de viajes con tu pareja. ¿Cómo nació Manana? ¿Eso te llena? ¿Lo harías en Cuba?
Claudia: Tengo influencia de mi padre y de mi hermano. Tras un viaje familiar a Cuba por la enfermedad de mi mamá, estuvimos pensando y conversando sobre ello. Así nació Manana, con la idea de reconectar con la cubanía desde afuera: mostrar Europa a cubanos de EE. UU. u otras partes, compartir lo bonito que hemos encontrado aquí. En Cuba no habría dejado la actuación por una agencia.
Emprender es una tortura hermosa: anoche, a las dos de la mañana, estaba escribiendo guiones para promos. Es duro, pero me supera, me rompe miedos y tabúes.
Julio: Ese empuje es imprescindible en Cuba. El país necesita gente que siembre en todos los ámbitos, y en particular el emprendimiento —tan estigmatizado y criminalizado— puede ser clave. Tú, desde la agencia, ves migración cubana que viene a Europa. ¿Notas diferencias con la de EE. UU.?
Claudia: Sí. EE. UU. lleva mucho más tiempo recibiendo cubanos y eso solidificó al grupo social allí; la sociedad se reacomoda más fácil a esa ficha. En España, el espacio es diferente y te toca adaptarte tú. Allá la gente prospera económicamente más rápido; aquí los tiempos se parecen más a los de Cuba —guardando distancias— y se socializa de otra manera. También la sociedad te transforma.
Vi la obra Diez millones de Celdrán y comprendí dolores antiguos: cómo una sociedad puede empujar a tirar huevos a quien se va, y cómo hoy vemos la enfermedad de esa misma sociedad con otra perspectiva.
Julio: Has dicho que no te interesa la política… pero llevas rato haciendo política con tus palabras: la que no pretende dominar ni controlar a nadie, la que cuida la cultura —como la yuca con mojo o el danzón— y no la regala a quienes oprimen.
Claudia: Exacto. Cuba y su Gobierno no son lo mismo. Me niego a odiar a mi país. Quiero seguir pensando Cuba desde donde esté, construyendo —sea en un escenario, en una obra como Jacuzzi, o en una agencia como Manana—. Persistir es mi manera de amar y pensar a Cuba.
Julio: Gracias por este rato, Claudia.
Claudia: Gracias a ti. Nos vemos en la próxima.
***Nota: Este texto es una versión resumida de la entrevista original en video. Fue realizada con apoyo en IA y supervisada por el equipo editorial de elTOQUE.
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Pastor Ponce