Cerca de la 1:00 p. m. Mi mejor amigo me ha dejado tres llamadas perdidas. Lo llamo de vuelta.
—Oye, ¿tú tienes Internet?
—No.
—¿Sabes si pasó algo en el Ministerio de Cultura o algo más? Tampoco tengo Internet en el trabajo.
Una colega me ha enviado un SMS. También me pregunta si tengo datos móviles. En la computadora, conectada a mi teléfono, no carga Telegram y el ícono del VPN no deja de pestañear. Tampoco abre el sitio de Etecsa.
Llamo a tres números de la empresa. No hay respuesta. Me resigno y sigo viendo cómo la computadora intenta restablecer la comunicación cada 15, 30, 60 segundos.
Es un déjà vu. Los cubanos llevamos solo dos años conectados de manera privada a «la red de redes». Antes de eso, nos conectábamos en parques públicos con wifi; mucho antes, solo teníamos correo electrónico; a principios de los 2000, llamadas carísimas, correos a cuenta gotas y cartas.
Un corte de Internet vuelve intermitente esa existencia digital que queremos mantener a toda costa. Siempre hay quien no se inquieta: en Cuba se ha normalizado que la vida esté cargada de cortes bruscos, de recompensas desinfladas después de grandes esfuerzos. Solo que, ahora mismo, una falla de Internet puede tener otro significado.
—¿No sé estará cocinando algo por el ambiente? —me preguntará otro amigo por Messenger cuando regresa la conexión. Es que me tumbaron el Internet por 2 horas, y conozco al perro por su cagada.
En octubre pasado varios usuarios de Cuba reportaron problemas con el acceso a Telegram, VPN y otros servicios de Internet. Etecsa no explicó la causa, solo informó de la fallas y dijo que sus especialistas buscaban una solución.
El 26 de noviembre, antes de que artistas e intelectuales plantados en la sede del Movimiento San Isidro fueran desalojados, hubo cortes en el acceso a las redes sociales, también sin explicación. Lo mismo ocurrió los días siguientes al 27 de noviembre —día de la manifestación pacífica de cientos de artistas frente al Ministerio de Cultura—, y el 10 de diciembre, Día de los Derechos Humanos.
El mediodía del 27 de enero, los jóvenes que estaban frente al Ministerio de Cultura rechazaron la invitación a entrar, entre otras razones, porque debían dejar los móviles a un lado. Los móviles, dijeron después, eran lo único que les permitiría contar todos los detalles del encuentro. Un móvil fue lo que provocó un manotazo del ministro de Cultura, y fue lo primero que le retiraron al grupo en el momento de la detención. Gracias a los móviles, y a su conexión, se conocieron imágenes de lo que sucedió allí antes de que se bloqueara el acceso a Internet a los usuarios de la telefonía móvil prepago.
En ninguna de esas ocasiones la televisión nacional reportó averías o problemas técnicos. Tampoco detenciones, limitación de movimiento o actos de repudio que también ocurrieron. Los reportes estuvieron, de nuevo, en las redes sociales, fundamentalmente producidos y circulados por usuarios comunes.
La cagada, dice mi amigo.
Mientras el símbolo del VPN sigue parpadeando en mi computadora durante este nuevo apagón de los datos móviles, me levanto, apago y enciendo el teléfono. En dos años, los cubanos hemos acumulado un arsenal de técnicas para solucionar problemas de conexión: modo avión por unos segundos, reiniciar el dispositivo, salir de la casa… Cuando nada de eso funciona, preguntamos a alguien más si tiene Internet. Si la respuesta es positiva, pensamos que debemos cambiar el móvil o comprar más datos. Si es negativa, achacamos el problema a Etecsa: a su ineficiencia como único proveedor de un servicio tan caro o al misterio que sigue rodeando algunos de estos episodios de fallas en la conexión.
Lo peor de esta última caída del servicio es que algunos comenzamos a ver el bloqueo de Internet como algo natural, y lo imaginamos como reacción posible del Gobierno ante el disenso. Como ocurre con la censura a páginas y sitios web con los que las autoridades no están de acuerdo.
Una amiga me dice que alguien le preguntó si los trabajadores por cuenta propia se habían puesto a protestar. Se refiere a las inquietudes que ha generado el anuncio de actividades prohibidas dentro del sector privado, entre ellas la arquitectura y la ingeniería, la gestión de agencias de viajes y galerías de arte.
Regresa la conexión. Me cuentan que en el noticiero de televisión del mediodía leyeron una nota en la que Etecsa reconoce las afectaciones a solo minutos de darles solución. Un tuit de una corresponsal extranjera dice que el problema estuvo en el centro internacional de comunicaciones de la empresa. Llueven las publicaciones en Facebook: cubanos fuera de Cuba que se quedaron sin comunicación con sus familiares en la isla, cubanos en el país que se preguntan si esta vez fue una galleta dada por el ministro de Cultura lo que tumbó el Internet. Empiezan a aparecer los memes.
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