En 1989, los venezolanos marginalizados salieron a las calles para condenar una clase política que los dejaba a un lado. Fue un encuentro sangriento entre el pueblo y el Estado represivo que marcó una profunda fractura en la democracia representativa en Venezuela. El momento destacó las consecuencias de la exclusión y la marginalización social y reveló una clase política sorda al clamor del pueblo.
Unos años después, Hugo Chávez Frías orquestaría un golpe contra la misma clase política que había manchado las calles con la sangre de los venezolanos durante el Caracazo. Desde entonces, el líder representó la esperanza para la Venezuela marginada. Un hombre de orígenes humildes, un soldado y un golpista fue visto por muchos en la izquierda internacional como un hombre justo que venía a distribuir la riqueza y luchar contra la injusticia tanto en el país como más allá.
El vínculo entre Chávez y su pueblo parecía irrompible y su popularidad permaneció hasta el final de sus días. Cada domingo, lo veíamos recitar poesía, cantar y bromear mientras, pieza por pieza, devoraba el pastel de la democracia liberal en Venezuela. Adiós equilibrio de poder, libertad de prensa, libertad de asociación. Poco a poco, las restricciones al ejecutivo fueron borradas por los venezolanos que decidieron firmar un cheque en blanco al comandante.
Mientras tanto, quienes pensaban diferente eran encarcelados, como en el terrible caso de la jueza María Lourdes Afiuni. La gente abandonaba el país, la autocensura se volvió rampante y, a pesar de varias advertencias, las personas —en especial de grupos marginados reivindicados por el chavismo— se mantuvieron firmes con su comandante. Incluso, después de la muerte de Chávez, la gente siguió siéndole leal. Mientras la clase media protestaba contra él, los sectores rurales y de bajos ingresos se mantenían fieles a la llamada revolución.
Hace unas noches, vimos lo que el sucesor designado por el comandante estaba haciendo a las clases populares en Caracas y en el resto del país. La semejanza con la brutalidad vista en el Caracazo es evidente. El Valle, Petare y Catia, entre otras zonas populares firmes en su deseo de cambio y hambrientos de un nuevo liderazgo, fueron recibidos con violencia. Más de 1 000 personas han sido detenidas, incluidos jóvenes de zonas empobrecidas, cuyos padres probablemente votaron por Chávez hace una década y que ahora arriesgan sus vidas por el cambio, por la libertad y por la democracia. Niños que nunca han vivido en una verdadera democracia están ansiosos por probarla y bañan las calles con sudor y sangre. El mal llamado legado de Chávez está siendo exterminado por la brutalidad de un régimen que, al carecer de carisma, recurre a su único recurso restante, la violencia bruta.
La esperanza de millones de venezolanos que votaron por un cambio popular en 1998 y que permitieron a Chávez desmantelar las instituciones de la democracia liberal pieza por pieza fue arrebatada después del 28 de julio de 2024 en mi país. La única esperanza que queda es la que abrazan las personas en las calles que, hambrientas de justicia, rompieron el velo del miedo, como lo hicieron en 1989. Chávez era muy aficionado a Alí Primera, un cantante popular izquierdista que cantaba: «Los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos». La canción resuena hoy más que nunca porque la esperanza chavista se convirtió en oscuridad y reveló la verdadera naturaleza de su proyecto violento y déspota. Las últimas elecciones —que coincidieron deliberadamente con el cumpleaños del comandante— resultaron en fraude electoral y en cientos de presos políticos y docenas de jóvenes muertos. Mientras el comandante eterno continúa consumiendo al pueblo más allá de su tumba, una clase política corrupta y aislada avanza con su baño de sangre.
¡Feliz cumpleaños, comandante!
*Este texto es resultado del trabajo conjunto entre elTOQUE y Gobierno y Análisis Político (Gapac).
ELTOQUE ES UN ESPACIO DE CREACIÓN ABIERTO A DIFERENTES PUNTOS DE VISTA. ESTE MATERIAL RESPONDE A LA OPINIÓN DE SU AUTOR, LA CUAL NO NECESARIAMENTE REFLEJA LA POSTURA EDITORIAL DEL MEDIO.
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