Solo 12 kilómetros alejan la finca “La Pastora” de la agitada vida urbana. Sin embargo, allí el tiempo transcurre más lento y su gente vive de otra forma, o de la única forma que saben: sin prisas, porque las horas del día siempre sobran.
Como en una vida paralela a la nuestra, a los jóvenes de “La Pastora” no les interesa la moda, ni Internet, ni el teatro, ni las discotecas. Se aferran a su existencia básica, con los ojos cerrados, como para protegerse en su tranquilidad.
Santiago Cuellar, dueño de la finca, asegura empleo a jóvenes campesinos, quienes por 300 pesos semanales y algo de comida (carne, vianda, hortalizas) trabajan todos los días en los surcos.
“Se ocupan de todo- asegura el propietario- atienden los animales, siembran y abonan la tierra, velan por los cultivos, tienen fuerza y capacidad para hacer diez cosas a la vez.”
“Cuando te crían en el campo- asegura José Luis Alma- y te enseñan esta vida, no puedes querer otra cosa. Yo llevo el campo en la sangre, por mis padres, mis abuelos; lo mío es la tierra, los animales, no sé hacer más ná.”
Para el observador que llega desde una urbe, le cuesta creer que existan jóvenes en pleno siglo XXI que prefieran la soledad de los montes. Una y otra vez surge la misma pregunta, ¿y no te gusta la ciudad?
A la defensiva Yasmani Duménigo consigue responder: “a mí no me gusta el gentío, ni la bulla, así que voy poco al pueblo. Hace un año terminé noveno grado y me puse a trabajar en lo que me gusta, aquí hago de todo”.
La rutina de quienes llevan estas fincas tiene más de herencia que de elección personal. Todos los jóvenes de aquí nacieron en zonas rurales.
Isnauris Ramos creció en Santiago de Cuba y dejó atrás a su familia para “salir adelante”. “Tuve suerte -me explica- porque no es fácil encontrar trabajo en un lugar donde no conoces a nadie. En el campo lo tienes todo, me quedo en la casa de unos parientes y aporto con la comida que me dan en la finca, el dinero que me gano lo ahorro para mis necesidades”.
A pesar de tener la posibilidad de matricular técnicos medios en especialidades afines a la agronomía y la veterinaria, estos muchachos prefieren ponerse a trabajar desde que terminan la secundaria. Pocos de ellos consideran estudiar una carrera universitaria.
Con sencillez y naturalidad los “guajiritos” de “La Pastora” llevan un vida de rutina, poco entienden cuando hablo de oportunidades y de nuevos horizontes.
Se divierten en pesquerías, peleas de gallo, carreras de caballo. Se reúnen a veces para tomar ron y van a las fiestas del batey más cercano. Casi todos se casan y tiene sus hijos antes de los 24 años.
Esos mismos muchachos educarán a los que siguen en los oficios del campo.
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