Yuly Rodríguez no pasa inadvertida cuando camina por las calles. Es una mujer esbelta y mantiene el andar distinguido, resultado del ejercicio físico ininterrumpido y las presentaciones en los más diversos escenarios como bailarina. Hasta cuando habla parece que baila, mueve las manos y el mismo cuerpo como si creara, junto con las palabras, una coreografía.
A veces se le entrecorta la voz, no al recordar su período como primera bailarina de Tropicana, el cabaret más famoso de Cuba, sino al describir el trabajo que más le gusta, el que le llena “espiritualmente”: su propia academia de baile, ubicada en Calle 24 entre 23 y 25 en el Vedado habanero, donde imparte clases a niños y adolescentes.
Los inicios de Paso a paso están ocho años atrás, cuando nació su segundo hijo y como hobby enseñaba a bailar a las niñas del barrio. Al principio tenía 10 alumnos, hoy tiene 350. Comparte su día entre los ensayos como bailarina y coreógrafa en la compañía Salsa, Mambo y Cha Cha chá, que dirige el famoso músico Isaac Delgado, y las horas de clases en la azotea de su casa, convertida en pista de baile cada tarde.
El proyecto quiere rescatar tradiciones danzarias de Cuba, por eso no enseña reggaeton: “A mí me encanta bailarlo, pero sí pienso que en alguna medida ese género aplasta la música popular cubana, que es tan rica. Los jóvenes que aprenden salsa aquí no se imaginaban que fuera tan divertida. Yo los enamoro de otros ritmos, el reggaeton lo tienen en las calles, en sus casas”.
Además de salsa, en Paso a paso se ofrecen clases de cha cha chá, merengue, mambo, bailes folclóricos, hip hop… Junto a Yuly, otros dos especialistas enseñan también a cantar, actuar y modelar. El asunto es mantenerlos ocupados, agrega, formar valores en ellos a través del arte: “Aquí no solo aprenden danza, se sienten como en familia”.
Esta joven que un día abandonó el ballet clásico y optó por los bailes de espectáculo donde no tenía que pintarse de blanco para subir al escenario, me cuenta que en ocasiones son las 10 de la noche y algunos muchachos no se quieren ir. “¡Es como si mi casa tuviera azúcar!” y recuerda los varios casos de hijos de padres alcohólicos o de familias disfuncionales que han encontrado allí un lugar de paz.
Como miembro de la Agencia Actuar, Yuly puede presentarse con sus alumnos en cines, teatros y centros culturales importantes del país. Sin embargo, no tiene autorización para categorizarlos como profesionales. Por eso sueña con tener algún día una compañía que le permita otorgarles un título, “algo avalado por el gobierno y que les sea reconocido en cualquier espacio”.
Para sostener Paso a paso, tanto ella como sus colegas, están amparados por la figura legal de Profesor de música y otras artes. Los alumnos pagan una mensualidad de 3 CUC, cifra menor a la que cobran academias similares en el Vedado y “dinero que se utiliza para hacer vestuarios y sufragar los gastos de la Academia”. Yuly me aclara que no vive de esto, y aunque no lo dice, tal pareciera que muchas veces sus ganancias como bailarina y coreógrafa la ayuden a sostener la iniciativa.
Al contarme sobre algunos de sus alumnos los ojos de Yuly se cristalizan; sobre todo cuando piensa en Alis, una pequeña que no hablaba ni se relacionaba con las personas al llegar allí. “Verla bailar, reír, abrirse al mundo”, es una de las tantas alegrías que le ha proporcionado este proyecto.
Quizás muy pronto deje de trabajar en Salsa, Mambo y Cha cha chá para dedicarle más tiempo a su familia y a Paso a paso. Quiere montar coreografías también con ancianos, “brindarles la posibilidad de recordar su juventud, que puedan bailar y disfrutar”. Pero para eso debe encontrar un nuevo local, a los abuelos les sería casi imposible subir la encaracolada y estrecha escalera por la cual se accede a la azotea de su casa.
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