Le tengo miedo a Trump. A Trump y a sus medidas. No a las medidas de hombro a hombro ni de circunferencia del cuello, sino a todo lo que se le puede ocurrir mientras duerme, si es que duerme.
Trump es como el Minotauro, pero en este caso no es mitad toro bravío, sino en parte hombre y en parte zanahoria malgeniosa.
Trump es el hombre del saco. En realidad, es el hombre del traje completo y de las corbatas rojas. Está muy molesto Trump. Más molesto que los pájaros encabronados del famoso juego y los dibujos animados.
Entonces, Trump toma medidas, ejecutivas, por demás; es decir, para ser ejecutadas, y de paso ejecutar los sueños y las vidas de mucha gente en muchas partes del mundo.
Dice Trump que mientras él esté en la Casa Blanca no se reconocerán en Estados Unidos otros géneros que no sean hombre y mujer ni ningún otro género de cosas raras inventadas por los radicales de izquierda.
Trump le llama radicales de izquierda a gente muy seria que serían consideradas radicales de derecha en unos cuantos países del mundo.
Pero Trump es así, le gusta poner nombretes para que después se le queden a las personas y a las cosas que él quiere estigmatizar.
A Trump le gusta recortar fondos y, en general, recortar todo lo que pueda. Parece que en preescolar era un niño aventajado con la tijera en la mano y seguramente pensó: «algún día recortaré algo más que pedacitos de papeles de colores». Lo de Trump no es la plastilina ni el rasgado ni colorear con una sola crayola los espacios en blanco. Lo de Trump es la recortadera.
A Trump no le gustan los inmigrantes. Él dice que los inmigrantes que han entrado a Estados Unidos por la frontera con México han llegado hasta a comer perros. Es raro que Trump diga eso cuando el plato nacional de Estados Unidos es el perro caliente.
A Trump no le importa parecer machista, racista, xenófobo, homófobo y tampoco que se note que les tiene odio a las personas trans. Trump está por encima de todas esas cosas. Y las últimas elecciones presidenciales le dieron más seguridad en sí mismo. Trump está acostumbrado a ganar y sigue siendo un hombre que le saca mucho partido a estar más allá del bien y del mal, literalmente.
Pero es también un hombre apurado, lo que lo hace un hombre peligroso. Quiero decir, más peligroso todavía.
Trump solo tiene cuatro años para tomar medidas de villano de película de superhéroes. Los superhéroes no existen, pero los supervillanos sí y están en el poder en un montón de países.
Dicen que a Trump se le ha ocurrido —o a una mala conciencia que le habla en el oído— usar la Base Naval de Guantánamo para retener a inmigrantes bajo investigación por el Gobierno estadounidense.
Lo único interesante que tendría esa medida es que sería la única forma que Cuba captaría inmigrantes porque no hay Dios que quiera emigrar a Cuba por voluntad propia.
A Trump hay que meterlo en lo profundo de una cazuela y revolverlo bien. No a él, sino a sus malas intenciones, ustedes me entendieron.
O hay que meterlo en lo profundo de un congelador. No a él, sino a… ya ustedes saben.
Yo no sabía que Trump era machetero, pero ha llegado a esta presidencia con la mocha cogida corta, y está chapeando demasiado pegado a la tierra. Ojalá le salgan ampollas rápido porque a este paso no va a dejar ni malas ni buenas hierbas ni nada que resembrar ni el palo para amarrar a la chiva.
Trump es el compañero que nos atiende. El de verdad. El que atiende a todo el mundo. No es un chiste. Le da lo mismo cambiarle el nombre a un golfo, que cogerse un país, que robarse un canal que une dos océanos.
Hay que hacer algo rápido, antes de que se reproduzca más esa forma de hacer política y de hacerlo todo. Por suerte, los cubanos estamos seguros. Estamos seguros de que todo se va a poner peor; de que todo lo que dicen en el noticiero es mitad mentira y mitad verdad pasada por guarapo; y de que Trump puede hacer mucho daño, pero ya nos están haciendo daño desde adentro, que es igual de injusto y más decepcionante.
ELTOQUE ES UN ESPACIO DE CREACIÓN ABIERTO A DIFERENTES PUNTOS DE VISTA. ESTE MATERIAL RESPONDE A LA OPINIÓN DE SU AUTOR, LA CUAL NO NECESARIAMENTE REFLEJA LA POSTURA EDITORIAL DEL MEDIO.
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