«Me fui de Cuba porque me enamoré de un hondureño. Dejé todo. Fue un poco una locura, pero el amor es así: uno no piensa mucho las cosas».
Liana fue mi compañera durante nuestros cinco años de universidad, en La Habana. A ambas nos apasionaba la filosofía: teníamos necesidad de aprender, de entender. Luego de graduarnos, cada una tomó caminos radicalmente distintos y, por azares de la vida, volvimos a encontrarnos a través de la literatura y la propia reflexión.
Cuando nos graduamos, yo me fui de la Isla sin haber hecho servicio social; ella se quedó. No tenía planes de irse, pero conoció al que sería su esposo y las cosas cambiaron.
«Iba a hacer el servicio social en el departamento de Teoría y Política Social de la propia universidad. Al inicio, no me asignaron clases; teníamos que pasar por un proceso de capacitación». Recuerda sentir que a los recién graduados los amenazaban respecto a la invalidación del título de graduado si no terminaban su servicio social. Tampoco les daban apoyo con el trámite necesario para legalizarlo. Supuestamente, estaba prohibido hasta terminar el período de adiestramiento, pero ella hizo las averiguaciones pertinentes y se dio cuenta de que era mentira. Sí se podía hacer. Aun así, continuó con sus responsabilidades en el departamento y no le confió a nadie sus intenciones de marcharse. «Siempre he considerado que soy una persona responsable y disciplinada, así que hasta el último momento cumplí con lo que tenía que hacer».
El día antes de irse envió un mail en el cual informaba su decisión. Ahí comenzaron los problemas.
«Al irme llamaron a mis padres para que se presentaran en el departamento. Les dijeron que yo tenía cierta cantidad de días para regresar, de lo contrario me invalidarían el título. Los agotaron sicológicamente. Al final, no regresé y me sancionaron. La sanción consistió en que nunca más podría volver a trabajar en la Universidad de La Habana (UH). Ahora no me duele tanto, pero me sigue dejando un mal sabor de boca porque esa era mi casa de estudios».
Para Liana la Universidad de La Habana significa mucho; es algo crucial y maravilloso en su vida. Fue el lugar donde dio sus primeros pasos profesionales y donde tuvo profesores importantes para su formación. Ver que algunos de ellos formaron parte de su sanción, la entristeció. Este sentimiento no ha desaparecido. Le gustaría, en algún momento, establecer algún vínculo académico con la UH, pero es difícil. «Me siento incómoda estableciendo un nexo con ellos y eso no está bien. No está bien sentir este repelo por tu lugar de origen».
***
El 1 de abril de 2014 llegó a Honduras sin muchas esperanzas de poder ejercer su carrera, pero se encontró con una situación completamente diferente. «Acá se estudia Filosofía como tronco común, por lo tanto, hay siempre demanda de profesores que impartan estas materias».
Comenzó a trabajar en la Universidad Nacional Pedagógica Francisco Morazán. Ejerció completamente pro bono durante un año, impartiendo clases de Filosofía General. No le podían pagar porque su título estaba en proceso de legalización. «Pero lo hice para ir ganando experiencia. Aprendí mucho y tuve un choque cultural grande porque, a pesar de las semejanzas que hay entre ambos países, somos muy diferentes. La manera de impartir clases, de relacionarse con los estudiantes, es diferente. Traté de imitar lo que veía en Cuba con mis profesores, pero el estudiante aquí suele tener un papel más activo y no ve al profesor como una figura de autoridad, sino como alguien cercano de quien aprende y que está abierto a aprender de los otros. Fui moldeando mi forma de hablar, de expresarme… Al inicio no comprendía la necesidad de esta autotransformación, pero luego comprendí que tenía que adaptarme para no sobresalir negativamente».
Cuando empezó a impartir clases le chocó, entre otras cosas, el nivel educacional: era diferente al de Cuba. Sentía que los alumnos estaban menos acostumbrados a reflexionar, a expresarse elocuentemente. «Es necesario ir jugando con esa situación y hay que entender que esto ocurre debido a los niveles tan altos de desigualdad social. Cuando estaba en la universidad ninguno de mis compañeros trabajaba. Acá, la mayoría debe hacerlo para poder sufragar sus gastos de vida y escolares. Eso provoca que la concentración en el estudio sea diferente».
Afortunadamente, Liana no tuvo que realizar otro tipo de trabajo que no fuese enseñar, gracias a que tenía el respaldo económico de su esposo.
Después de su año de trabajo no remunerado y con el título legalizado, encontró un espacio en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, donde consiguió finalmente un puesto fijo. También podía impartir clases propiamente en Filosofía. «En general, hay carencia de filósofos en Honduras, incluso en la especialidad, eso me ayudó mucho».
Actualmente, imparte clases de Filosofía Política y, además, de servicio en otras carreras. Una de las que más le interesa es Ética Médica, debido a la relación medicina-filosofía, a partir de la reflexión en torno al cuerpo.
Hablamos sobre lo que significa ser mujer, profesora, emigrante y madre en Honduras.
«En el departamento de Filosofía de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, cuando más, hay cuatro mujeres y de esas están activas académicamente dos. Una soy yo. La mayoría son hombres y la producción de conocimiento está dominada por ellos. Las mujeres no tienen mucho espacio. A pesar de que se solapa, sí hay discriminación de género. He tenido que ganarme mi espacio en el trabajo con esfuerzo. Hay que visibilizar más el papel de la mujer en la Filosofía. Aunque ahí vamos…».
Además, está el hecho de ser madre. «Ser mujer, madre y académica eleva esa problemática a un porcentaje bastante alto», comenta. Para Liana, «ser madre ha sido un reto mental, sicológico y físico. Yo perdí dos embarazos, luego tuve un embarazo de riesgo y tuve que hacer reposo total. Me hicieron cesárea de emergencia. Fue duro, mas yo siempre quise ser madre. Pasé bastante, pero luché y lo logré».
Ser madre académica también ha sido un reto. Ha intentado que eso no la detenga, pero siente que trabaja el cuádruple de lo que trabajaría si no fuera mamá. «De esto no se habla en las pláticas sobre maternidad. Siempre se habla de que la mujer puede con todo a la vez, pero la realidad es que no puede. Muchas veces, si destaca demasiado en algo, es porque está descuidando alguna otra cosa. Por eso se vuelve complicado lograr un equilibrio entre atender a mi hijo y dedicar espacio a mi desarrollo profesional; porque yo también soy un individuo y tengo metas, sobre todo académicas. Este tipo de trabajo, particularmente, necesita tiempo y tranquilidad para que las ideas se vayan gestando».
Liana es parte de un grupo de investigación sobre identidad hondureña y de otro sobre religión, espiritualidad y juventud en América Latina. «No sé si me especializaré en un área en particular y no sé si esta actitud sea buena. En la academia, normalmente, el estilo es la especialización. Pero no me ha llamado mucho la atención. Yo voy saltando entre tópicos; mis intereses cambian constantemente y eso me agrada».
Hablamos también sobre la situación en torno a la legalización del aborto. Honduras tiene una de las leyes más rígidas de América Latina: es ilegal cualquier tipo de aborto. Incluso, métodos como la píldora del día después están prohibidos. A raíz de la reciente legalización del aborto en Argentina y todo el movimiento feminista, Honduras estableció un candado constitucional que impide cualquier posibilidad de legalizar el aborto. «Hubo un retroceso social. Es inexistente la educación sexual».
Respecto a la pregunta habitual que les hago a mis entrevistadas, de si volverían a vivir en Cuba, Liana me respondió que no. «Siempre el vínculo con el país de origen es fuerte, sobre todo aquellos afectivos. En mi caso, ese vínculo está situado en mi familia, amigos, olores, sabores: todas esas cosas han construido lo que soy. Extraño mucho, sobre todo a mi familia, y trato de ir lo más que puedo a la Isla. Pero, ahora mismo, en este momento de mi vida, no volvería a vivir a La Habana porque no me siento a gusto viviendo allá ni identificada con sus dinámicas».
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