Si Lila hablara, tendría historias para contar a los humanos y a las aves migrantes. Pocos perros de compañía cuentan con tantas millas de viaje en avión, tren, metro, bus y a velas. Ella salió de Cuba siendo apenas una cachorra. David la adoptó antes de irse a vivir con Martha a Barcelona. En la isla dejaba a su madre, Lourdes, en compañía de Max, su otro perro, el cual lleva tatuado en la parte posterior de un brazo. Le había puesto el nombre por el guitarrista brasileño Max Cavalera, integrante de la banda de rock metal Sepultura.
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Al llegar a España en 2011, Lila tuvo contratiempos para entrar al país. Debía portar un chip. En caso de no tenerlo, las normativas zoosanitarias dan poder a las autoridades para llevarla a una instalación de cuarentena, reenviarla a su país de origen o, incluso, la eutanasia. Su método de identificación era un tatuaje en la pata. Pero desde ese mismo año las normativas españolas establecen que los animales de compañía debían portar el chip electrónico y no otra marca.
David cuenta que en el aeropuerto lo miraron con mala cara e incluso querían quitarle a Lila por maltrato animal. De todos modos, logró pasarla. Él, que también llevaba tatuajes en gran parte de su cuerpo, no tenía culpa del atraso tecnológico en Cuba. Años después fue que en la isla comenzaron a utilizar los dispositivos electrónicos para identificar a las mascotas.
―Esta es una perra friki ―decía siempre que contaba sobre el tatuaje de Lila.
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David y Martha se conocieron en La Habana. Él era un fotógrafo y pintor bohemio que soñaba con irse del país como fuera. Ella, una joven turista española un poco hippie de paseo por la isla. David es de esas personas que no paran de querer, pero su espíritu libre y aventurero siempre ha tenido mayor peso en su vida. Poco después de conocerse, se casaron y se fueron a vivir a España. Después de eso la pareja duró un tiempo. Cuando el matrimonio acabó, él no tenía dinero para regresar a Cuba, aunque en ocasiones le pasó por la mente.
«Un día que no sabía qué hacer entré en una estación de Policía cabreado, me cagué en el rey y pregunté con qué poli tenía que fajarme para que me deportaran para Cuba», recuerda. Fue en vano, los musculosos oficiales hicieron un círculo a su alrededor y durante un rato lo fastidiaron a ver con cuál se iba a fajar con sus 1.60 metros de altura. Después le dieron una merienda, entre todos hicieron una colecta de dinero y le dijeron «que saliera a luchar y se levantara que en su país las cosas están peores y con menos oportunidades».
David, que toda la vida ha sido antisistema, se llenó de fuerzas tras la ayuda de quienes menos la esperaba. Salió a buscarse la vida como pudiera junto a Lila, que también comenzaba a entender los códigos de esas calles, la migración y las comunidades anarquistas. Juntos han ocupado pisos, han dormido en parques, comisarías y han visitado casi los mismos rincones del viejo continente. Ella siente cuando él está triste o alegre y puede cambiar las circunstancias con ladridos y movimientos de su colita blanca.
En una ocasión regresaban a casa en el metro, a David se le habían acabado los porros. Miraba a su perrita con cara de niño sin golosinas. De un momento a otro se mandó a correr. En otro vagón viajaba un pasajero que se asustó cuando sintió a Lila ladrando a su lado. No lo atacaba, solo ladraba y movía la cola. Cuando David se acercó para que Lila se calmara, sintió el olor a marihuana y se echó a reír.
―Mi perra te está ladrando porque siente olor a yerba. A mí se me han acabado los porros y me está avisando que tú tienes. Ambos rieron y el muchacho, fuera del susto, compartió su María.
Con la libertad que se mueve David por el mundo ha criado a su perrita a la que nunca le ha puesto collar, ni siquiera cuando la ley lo ha exigido. Eso le ha traído problemas, pero él alega que «Lila es una perra libre y hay humanos con más necesidad de un collar que ella». En ese punto tiene razón. Lila no muerde, apenas ladra en la calle, a no ser que sienta un peligro alrededor.
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Después de cuatro años fuera de Cuba, a finales de 2015, David pudo regresar a la isla. Su madre había muerto unos meses antes. Max tampoco se encontraba entre nosotros. En ese viaje Lila se quedó en España al cuidado de Aurora, su novia de aquel momento. Cuando nos reunimos las amistades cercanas, él contaba que estaba remodelando un velero con el que regresaría a Cuba junto a la perra. Le seguíamos la corriente, a veces le decíamos que le diera suave a los porros y al alcohol. Él, sin embargo, lo estuvo prometiendo hasta el día que regresó a Barcelona.
El Internet de la isla era bastante restringido. Las noticias de amigos y familiares en el exterior eran más esporádicas. Unos meses después de aquel encuentro en La Habana, David comenzó a poner en redes las fotos del proceso final del Lourdes, nombre que escogió para la embarcación en honor a su madre. Fue entonces que cambió el nombre de su perfil de Facebook de David Amorcubano por David Lilaelcajondelvelero. El cajón era su cámara minutera, hecha de un cajón flamenco con un lente de fuelle Carl Zeiz. Con el artefacto, más que fotos, captaba el alma de las personas. Él tiene ese don cuando dispara el obturador de cualquier objeto fotográfico.
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Mucho antes de izar por primera vez las velas de un barco, David tenía una estrecha relación con el mar. Lo ha plasmado en cuadros, grafitis y en su piel. Quizá, porque entre las olas no está la sociedad juzgando lo que está bien o mal. En 2016, echó el velero de 30 pies al agua. Sus primeras travesías fueron por la costa del Mediterráneo entre Barcelona, Mallorca y Menorca. La embarcación siempre contaba con Lila como tripulante. Ella fue testigo de cómo él aprendía a subir las velas, a poner bómper en babor y estribor, a atar y desatar los cabos.
«Si Lila estaba tranquila, aunque hubiese mal tiempo, yo no me preocupaba; pero si se ponía a ladrar como loca, entonces tomaba más precaución de todo», recuerda David. En uno de esos viajes de Mallorca a Menorca, notó que la perra no se encontraba a bordo. Cambió el rumbo en dirección contraria. La encontró a pocas millas. Cuando la vio se lanzó a rescatarla en el agua helada y ella a punto de hipotermia.
Durante dos años estuvieron recorriendo esos mares. Él perfeccionaba sus maniobras marítimas y poco a poco se fue convirtiendo en capitán sin pasar por la academia naval. Se acercaba el momento de cumplir la promesa de regresar a Cuba impulsado por las velas. Algo insólito para los cubanos. A mediados de 2018, la tripulación quedó conformada por Lara, su novia (esta era su primera experiencia en una travesía de ese tipo), un monje budista y la perrita que volvería por primera vez a la isla después de su salida.
El recorrido se hizo por tramos. Primero llegaron a las Islas Canarias, exactamente a la isla La Graciosa donde les cogió un temporal que les hizo pasar un susto. En Las Palmas estuvieron unos días en casa de un amigo especialista en electrónica que los acogió. Él les arregló los paneles solares y el sistema eléctrico del velero que había llegado con desperfectos.
De ahí la tripulación cruzó a Cabo Verde. Una vez en ese punto, les quedaba regresar a la península o cruzar el océano Atlántico. Se lanzaron al reto hasta llegar a Puerto Rico y por último a Cuba. Según David, durante el cruce del océano el monje se cambió de traje. Esto no le daba buen presagio, pero al ver a la perra tranquila en medio del mal tiempo, la incertidumbre y la angustia por lo que pudiera pasar disminuyó.
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Era mediados de abril de 2019. En la madrugada me llama el Yimi y le pasa el teléfono a alguien. Segundos después siento la voz inconfundible de David. Hace meses no sabía de él, solo que andaba de aventuras por el mar. Venía a reencontrarse con su familia y amigos. Había arribado a la isla sobre la media noche en medio de un temporal. En los puertos anteriores a Cuba había recibido un trato amable y respetuoso. Todos se asombraban de la travesía que estaba haciendo y más cuando decía que era cubano. Los inconvenientes comenzaron antes de llegar a la Marina Hemingway.
«Cuando me comuniqué con la base por radio no me querían dejar entrar pese a la marejada. Yo entré, porque era eso o quién sabe qué. Además, llevábamos mucho tiempo en el mar, se nos acababa la comida y el agua. Teníamos que parar entre otras cosas para hacer reparaciones», cuenta este capitán con el dolor de que en su propio país no lo reconocieran.
Cuando amarraron las sogas del barco al muelle los recibió la guardia marítima, sorprendidos. Probablemente nunca habían visto a un cubano regresar en su propio barco al archipiélago. Al bajarse estaba barbudo, el pelo enredado con los dreadlocks y la piel quemada. Los guardias le requisaron la embarcación, le pidieron los pasaportes a todos los tripulantes y el registro del barco, el cual tenía bandera holandesa y sus papeles en regla. Entonces le leyeron la cartilla: «No podía subir ninguna amistad ni familiar a la embarcación, menos podía navegar por las costas cubanas, tampoco podía llevar regalos a sus allegados». En fin, solo podía bajarse a ver a su gente e irse con la misma y pagar altos precios por la estancia.
Algunos días los pasó junto a Lara en mi casa. En ese tiempo yo era más escrupuloso con los animales. Les cedí mi cama a ellos, pero les decía que no me subieran a la perra. Fue en vano, la perra igualmente durmió en ella. En la isla le fue inevitable sentirse ahogado por todas las restricciones a las cuales ya no estaba acostumbrado. Uno de sus sueños era poder llevar en el viaje a otra amistad.
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De Cuba izaron velas rumbo a la Florida, otro sitio donde se encontraba parte de la familia y amistades de David. A su llegada los recibió la prensa interesada por la insólita travesía. El Gobierno estadounidense les dio visas de seis meses a los tripulantes de la embarcación sin muchas trabas. Lo único que no podían hacer era trabajar legalmente.
Por su parte, él estaba contento encontrándose con muchas personas que no veía hacía muchos años. En 2020, en medio de la pandemia de COVID-19 David fue detenido por la policía marítima de Miami. Su visa había caducado y le faltaban pocos meses para cumplir el año de estancia en los Estados Unidos, que le permitiría aplicar a la Ley de Ajuste Cubano y obtener la residencia.
Los oficiales solicitaron sus documentos y al notar que no los tenía, lo mandaron para un centro de reclusión del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE). Lara accedió a irse por sus propios medios para España para evitar ser deportada y sancionada con no poder volver a entrar a los Estados Unidos por un tiempo largo. Lila quedó al cuidado de familiares. Muchos amigos de todas partes se movilizaron para hacer campañas en las redes por él y recolectar dinero para un abogado. En ese intervalo estuvo unos meses preso hasta cumplir el año y un día dentro del reclusorio.
Cuando por fin David salió de la cárcel, convaleciente de COVID 19, su barco se había deteriorado mucho y su perrita se había quedado ciega, quizá por la tristeza de no tenerlo cerca y presentir que no la estaba pasando bien. Con el paso del tiempo y el amor que se brindan, ella fue recuperando la visión de ambos ojos sin necesidad de tratamiento médico. Solo le quedó una pequeña catarata.
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Lila tiene alrededor de doce años. Ha sobrevivido a todas las peripecias de David e incluso a las suyas propias. Vale contar que una de sus patas está medio partida por perseguir un gato que fue más ágil y al llegar a una ventana supo parar, pero ella salió disparada desde un segundo piso. Le costó una visita al veterinario que David pagó después de ingeniársela para sacar el dinero de abajo de la tierra. Después de eso se ha llevado mejor con los felinos e incluso convive con uno.
La última vez que la vi fue unos días antes de irme de Miami en febrero de 2023. La recuerdo corriendo por el barco de una punta a otra cada vez que su humano llegaba en el bote de motor. No importa qué o quiénes estuvieran en el medio, si ella lo sentía llegar, se mandaba a correr para recibirlo pasando por encima de todo. También ladraba cuando discutíamos en el barco y sentía que se rompía la armonía. Sin articular palabras, ella entiende a las personas y se hace entender.
Hace poco más de un mes David lanzó un crowdfunding en sus redes. Algo inusual porque no suele usar mucho las tecnologías ni pedir dinero, ni siquiera para arreglar su barco que necesita un motor y otras reparaciones. La causa de la colecta es Lila. Le habían diagnosticado cáncer en una mama. Los veterinarios aseguraron que era extirpable, pero su tratamiento era costoso. En la campaña, que aún sigue abierta, se recolectaron hasta el momento 1 360 dólares de los 3 000 que se necesitan para todo el tratamiento. Con el dinero que David tenía reunido cubrió la extirpación del tumor.
Cuando salieron del salón David estaba pálido y vomitando por la impresión que le dio ver a su perrita intervenida quirúrgicamente. Pero al rato de pasar la anestesia, Lila estaba caminando y moviendo la cola. Él parecía más traumatizado que ella. Ahora solo falta que pase la recuperación de tres meses para realizarle otra intervención y extirpar sus ovarios; así se puede prevenir que vuelvan otros tumores y Lila, con el favor de Dios, seguirá por algunos años más en sus peripecias marinas.
Historias al oído trae los mejores textos de elTOQUE narrados en la voz del locutor cubano Luis Miguel Cruz "El Lucho". Dirigido especialmente a nuestra comunidad de usuarios con discapacidad visual y a todas las personas que disfrutan de la narración.
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