El 3 de enero de 2023, el hijo de Sandra* decidió embarcarse junto a otras 24 personas rumbo a Estados Unidos. El punto de partida fue Hoyo Colorado, una pequeña localidad en el municipio Martí, en Matanzas. Su destino era incierto, pero todos compartían la esperanza de encontrar un lugar mejor.
Sandra tiene el rostro marcado por las arrugas de la preocupación. Apenas puede hablar sin que se le quiebre la voz. «Yo sabía que él estaba desesperado, pero nunca pensé que se arriesgaría de esta manera. Ni siquiera me lo dijo. Solo se fue, y desde entonces, no he sabido nada de él». La noche antes de partir, no dijo una palabra sobre sus planes. «Pensé que estaba cansado, que tenía preocupaciones como cualquier joven aquí. Pero nunca me pasó por la cabeza que esa era la última noche que lo vería».
Su hijo no fue el único que se lanzó al mar en esa balsa improvisada, hecha con lo que pudieron encontrar. Ninguno de ellos volvió. Ninguno de ellos ha dado señales de vida.
Desde ese día, la vida de Sandra se convirtió en una larga espera. «No sé si está vivo o muerto. No sé si está perdido en alguna parte. No sé nada», repite una y otra vez, como un mantra. «Cada día es un tormento, una sucesión de horas en las que no hay noticias, ni buenas ni malas, solo un vacío imposible de llenar».
El especial de elToque, Migrar: Una decisión de vida y muerte define: «Una persona migrante se considera desaparecida cuando no se tienen noticias de su llegada, pero tampoco existe un cuerpo que pueda confirmar la muerte. En el mejor de los casos, solo están retenidos por las autoridades e, incluso, pueden estar bajo custodia durante meses sin que se sepa nada de ellos».
Desde inicios de 2024, al menos 291 migrantes han desaparecido o han perdido la vida en las peligrosas rutas marítimas del Caribe, de acuerdo con el Programa de Migrantes Desaparecidos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Los datos indican un incremento del 18 % en comparación con los 247 casos documentados durante 2023, lo que muestra el creciente riesgo de estas travesías. La ruta más letal es la que une a Cuba con Estados Unidos, la cual ha reportado 142 muertes confirmadas en lo que va del año.
A lo largo de la historia, la vía marítima ha sido la más utilizada para los movimientos migratorios irregulares entre Cuba y Estados Unidos. Desde el 28 de septiembre hasta el 15 de noviembre de 1965, unos 2 979 cubanos se hicieron a la mar desde Camarioca en el primero de varios grandes éxodos a través del Estrecho de la Florida. En 1980, durante el éxodo del Mariel, se calcula que aproximadamente 125 000 cubanos dejaron la Isla. Catorce años después, en 1994, más de 30 000 cubanos participaron en la conocida «crisis de los balseros».
El impacto emocional en las familias es abrumador: al dolor de la pérdida, se añade la incertidumbre permanente de no saber qué sucedió y la impotencia de no contar con un espacio oficial al que acudir en busca de información. Además, el temor a denunciar ante las autoridades paraliza, creando una angustia constante.
Lo mejor sería que me dijeran que se acabó, que no lo espere más
(…) ¿No me encontraron? / No. No me encontraron. / Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba / y que el mar recordó ¡de pronto! / los nombres de todos sus ahogados.
Federico García Lorca
Cuando las desapariciones se dan en estas condiciones de salida ilegal del país, las posibilidades de recibir ayuda para búsquedas se limitan mucho. Así lo demuestra el caso de Sandra: «No puedo ir a la policía, ni a la guardia costera, ni a ninguna parte. Nos dicen que ellos se lo buscaron, que sabían los riesgos. Pero, ¿qué otra opción tenía?».
El derecho internacional humanitario consagra a las familias el derecho de conocer el destino de sus seres queridos desaparecidos, un derecho que debe ser respetado y protegido. Los Estados son los principales responsables de prevenir las desapariciones y de proporcionar información a las familias, haciendo todo lo posible para esclarecer lo ocurrido.
«Nosotras no existimos para el Gobierno, ni nuestros hijos tampoco. No les importa. Lo que les importa es que no haya problemas, que no haya escándalos». Los medios estatales cubanos rara vez informan sobre los casos de migrantes desaparecidos, lo que dificulta a las familias obtener información sobre sus seres queridos.
En el contexto cubano, se recomienda seguir de cerca los reportes emitidos por la Guardia Costera y la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos, así como por medios independientes. Debido a los desvíos en las rutas que siguen las embarcaciones de balseros, muchas de ellas acaban en países como las Bahamas o México. En estas situaciones, la Real Fuerza de Defensa de Bahamas y el Instituto Nacional de Migración en México suelen ofrecer información sobre operativos que involucran a migrantes cubanos, por lo que es recomendable prestar atención a sus publicaciones. El especial de elToque, Migrar: Una decisión de vida y muerte, mantiene una base de datos actualizada de migrantes que han desaparecido o fallecidos durante la travesía.
Las familias que buscan información sobre desaparecidos en el mar pueden utilizar, según el diario oficialista Juventud Rebelde, la línea de emergencia 107, establecida por el Ministerio del Interior (MININT) en 2014 para atender este tipo de casos. Las llamadas a este número son gratuitas tanto desde teléfonos fijos como móviles, y es un servicio disponible para reportar emergencias marítimas, como desapariciones o naufragios. Las llamadas son atendidas por el Centro Coordinador Marítimo de Búsqueda y Salvamento, perteneciente a la Jefatura de las Tropas Guardafronteras, lo que facilita verificar si las autoridades locales han participado en operativos de búsqueda o rescate.
En su modesta casa, donde el tiempo parece haberse detenido desde la partida de su hijo, Sandra guarda los pocos recuerdos que le quedan de él. «Su cuarto sigue igual, no he tocado nada». Confiesa que a veces espera su regreso, aunque sabe que es inútil. Cada objeto le recuerda lo que ha perdido y lo que se resiste a olvidar. «Siempre fue un buen hijo», dice mirando una foto. «Trabajador, cariñoso. No se merecía esto».
Sandra se aferra a los recuerdos como a un salvavidas, porque son lo único que le queda. «A veces pienso que lo mejor sería que me dijeran que se acabó, que no lo espere más. Pero, ¿cómo dejar de esperar a un hijo? No se puede».
Los perdemos al mar, y luego los perdemos al silencio
El silencio del mar / brama un juicio infinito / más concentrado que el de un cántaro /
más implacable que dos gotas // ya acerque el horizonte o nos entregue /
la muerte azul de las medusas / nuestras sospechas no lo dejan // el mar escucha como un sordo /
es insensible como un dios / y sobrevive a los sobrevivientes (…)
Mario Benedetti
La realidad de Sandra es la de no pocas madres en Cuba que han visto a sus hijos partir en busca de una vida mejor. «Los perdemos al mar, y luego los perdemos al silencio». La falta de información, el hecho de que su desaparición no figure en ningún registro oficial, aumenta el sufrimiento de las familias. «Si al menos supiera que está muerto, podría hacer el duelo. Pero esto es como morir un poco cada día, sin saber nada, sin tener a quién preguntarle, sin una tumba donde llorarlo».
El Missing Persons Project afirma que, sin un lugar físico para recordar a la persona, como un panteón o monumento, los familiares también enfrentan el riesgo de que la memoria de la persona desaparecida se desvanezca con el tiempo. La falta de certeza sobre el paradero de la persona desaparecida genera un vacío en la identidad social de los familiares. A diferencia de quienes han perdido a un ser querido cuya muerte está confirmada y pueden adoptar una identidad de duelo, los familiares de desaparecidos quedan en un limbo social.
Sandra no puede renunciar a la esperanza, aunque con el tiempo se le haga más difícil sostenerla. «Cada vez que alguien me dice que vio una noticia de un grupo de cubanos que llegaron a algún lugar, mi corazón da un salto». La ilusión de que su hijo esté entre los sobrevivientes la impulsa, aunque el desengaño siempre la alcance. «Y aunque luego me entero de que no es él, sigo esperando». La espera, prolongada y cargada de incertidumbre, se ha convertido en su compañera constante.
La incertidumbre es, quizás, lo más devastador de su situación. No sabe si su hijo está vivo, si fue detenido, si naufragó, o si logró alcanzar alguna costa lejana. «Aquí no tenemos recursos, no hay abogados, no hay organizaciones que nos apoyen. Estamos solas».
Aunque la fe nunca fue un pilar en su vida, ahora se aferra a cualquier cosa que le dé consuelo. «Le pido a Dios que me lo devuelva, aunque sea en un sueño, para saber que está bien, o al menos en paz». La fe ocupando el espacio que debería ocupar la responsabilidad de los Estados.
El mar, que tanto ha dado a Cuba, también ha tomado demasiado. Se ha convertido en una tumba sin nombre para cubanos que han arriesgado todo por una nueva vida. El mar, silencioso y cruel, guarda los secretos de aquellos que se atrevieron a desafiarlo. Sandra sigue esperando conocer el destino de su hijo. «Solo quiero saber qué le pasó, no es mucho pedir», pero cada día se enfrenta a lo mismo: el silencio.
*Los nombres de los entrevistados han sido cambiados a petición de estos.
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