Y a veces nosotras estamos solas… Las cubanas sabemos de eso. Según estudios, al menos el 70 por ciento de nuestros niños son hijos de madres y padres divorciados…
***
Una sabe, incluso en ese momento tremendo del niño estrenando los brazos, el seno caliente y rebosado, que en algún momento corremos el riesgo de que seamos exclusivamente ese ser de carne y llantos y nosotras, las que somos una sola — alguien dice que gracias a Dios.
Y a veces lo estamos. Desde el principio, o luego, cuando pasan los años y la incompatibilidad de caracteres, las terceras personas, los ellas y ellos destruyen el nosotros, o al menos lo transforman.
Las cubanas sabemos de eso. Según estudios, al menos el 70 por ciento de nuestros niños son hijos de madres y padres divorciados. La estadística es dura, incluso sin incluir las uniones informales, el «yo te quiero tú me quieres» sin papeles ni firmas que se acaba con menos trámites.
Pero la realidad es todavía más pesada que el número. Ser madre es una bendición, una suerte, un milagro…, pero un hijo es también trabajo, desvelos, el mismo pecho que una vez le dio de comer, sufriendo cuando es muy pequeño o muy grande, con los problemas en sus dimensiones respectivas.
Un pecho que a veces late solo. Sufre solo.
Ser madre no es más fácil cuando se está acompañada. Pero definitivamente, se complica cuando solo mamá sostiene la crianza de un niño, o de dos, o de tres.
Hay mucho viento en contra. No importa qué digan en los noticieros ni los paneles donde se habla de la necesidad de incentivar la natalidad ante el avance del envejecimiento demográfico que es presente inmediato y horizonte.
La sociedad, en general, no está estructurada para lidiar con una madre soltera. Simplemente, se les reconoce, pero no se les diferencia en lo concreto. Ni en nuestras instituciones, ni en nuestras leyes, ni en nuestras políticas públicas.
Una madre es una madre y ya. No importa si integra un hogar nuclear, entiéndase mamá+papá+bebé, una casada pero por su cuenta en la práctica, una mujer sola con apoyo del padre, una sola sin apoyo masculino pero con una red familiar fuerte, o una sola completamente sola.
Incluso en las últimas políticas que benefician a las madres, concretamente los beneficios tributarios que empezaron a regir este año y la reducción de los pagos en círculos infantiles y seminternados, la diferencia está en la cantidad de hijos y no en las especificidades de la familia.
Aunque, como mujeres cubanas, compartimos las mismas garantías del resto de los cubanos, escuela y salud gratis, una licencia de maternidad extensa…, sobreentendidas, pero imprescindibles.
Tenemos, asimismo, los mismos salarios que los hombres y otras mujeres. Pero solo en nómina, solo en el derecho de ganarlo. En la práctica, una madre soltera casi siempre percibe mucho menos a final de mes, porque las fiebres matutinas, los turnos médicos, las citas con el dentista, las conversaciones con los maestros, los primeros días del curso, las graduaciones, los cambios de atributos, el acto de Ya sé leer…
Nos asiste además el derecho de que los padres contribuyan con la manutención de sus hijos, pero con disposiciones tan nobles, tan a merced de las buenas voluntades, que es perfectamente posible que aporte solo cincuenta pesos al mes para la crianza de sus vástagos y, con ello, cumpla al dedillo con lo dispuesto en el Código de Familia firmado por el doctor Osvaldo Dorticós cuando era el Presidente de la República, hace más de cuarenta años.
Solas como estamos, se nos hace difícil también acceder a mejores puestos laborales, sobre todo en los sectores mejor remunerados, ascender a un cargo de dirección, superarnos incluso.
Porque criar un hijo es una de las experiencias más hermosas del mundo. Pero también una responsabilidad ineludible, una prioridad desde el primer día de sus vidas hasta — si la naturaleza sigue su curso sin otros accidentes — el último de los nuestros.
En medio de todo, una madre soltera hace lo que puede. Hay todoterrenos que alcanzan para todo, modelos. Pero la mayoría, algo olvida, algo posterga, algo pierde…, y vive con el miedo de olvidar, postergar y perder.
Hay mucho de sufrimiento y de escarnio en el camino de una madre sola. Nos persiguen las críticas, las miradas de los padres presentes a medias o distantes y sus familias, las opiniones de cercanos y lejanos. Gente que se siente con derecho a opinar, a juzgar.
Crítica, además, por todo. Porque pones al niño a dormir bocarriba o bocabajo. Porque dejaste la lactancia exclusiva demasiado pronto o demasiado tarde. Porque lo regañas mucho o eres permisiva. Así de difícil es estar a la altura del mejor modo de criar, según los otros.
Una reflexión anónima que circula en las redes sociales propone una solución drástica. «El mejor modo de criar es el que tú escogiste. El que te haga feliz a ti, porque si tú eres feliz, tu hijo es feliz».
Sería así de sencillo, si una madre sola no necesitara tanto de los otros, sobre todo de las abuelas, que muchas veces quieren imponer sus estilos de crianza amparadas en el derecho que creen tener porque ayudan, como si con su apoyo compraran, sin posibilidad de reembolsos ni devoluciones, opinión.
Ser una madre sola es, muchas veces, serlo para siempre o por lo menos hasta que crezcan los niños, hasta que terminen la escuela, hasta que se vayan de casa a formar sus propias familias, si es que las condiciones económicas lo permiten.
Porque somos observadas, cuestionadas también si un buen día decidimos sumar a alguien a la ecuación de nuestras vidas, a lo que se une nuestros propios miedos, un miedo atroz a equivocarnos, a ser demasiado egoístas, a desvirtuarnos del «propósito primero» de ser buenas madres por nuestras necesidades como mujeres, seres sexuales… Así nos vemos, implacables. Así nos ven.
A la mente nos vienen entonces los buenos ejemplos de padrastros amantísimos y consagrados, papás del corazón sin sangre de por medio; pero también los malos, los que abandonaron al primer percance, los que dieron más problemas que soluciones, los «guatemalas» que se convirtieron en «guatepeor».
Y muchas veces gana el miedo. Y nos quedamos quietas, solas. Seguimos con nuestras vidas en función de ese pequeño que va creciendo a nuestra sombra, hasta que un día no lo es más, y sigue su propio rumbo.
Nadie dijo que sería fácil ser una madre soltera, soltera desde siempre, soltera por decisión propia de crianza independiente, o por esas vueltas violentas que da la vida… pero aquí estamos. Plantadas. Replanteadas. Dispuestas a todo. Sencillamente, madres.
Este texto fue publicado originalmente en Revista Alma Mater y su autora es Lilibeth Alfonso Martínez.
comentarios
En este sitio moderamos los comentarios. Si quiere conocer más detalles, lea nuestra Política de Privacidad.
Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *
JOVENTODAY
Mamá donde está papá ??
Mamá quién es mi papá ??
Mamá acaso el amor significa sexo??
https://linktr.ee/joventoday
Pedro
Emmelia Billington-Wall
Emmelia Billington-Wall
Ore.cu
El Guasón
Ore.cu
Emmelia Billington-Wall
Yoa
Es difícil pero no imposible ser una excelente madre soltera.
Ni madre es un ejemplo de eso, mi padre se fue a EEUU siendo yo muy pequeña y mi madre toda una guerrera.. de la que siento gran orgullo nos supo criar a mi hermano y a mi .
Un gran abrazo a todas las madres, especialmente a esas que sin temor han sido madre y padre 💖
Psiquis
Yuliet Martinez Garcia