Carmen Amanda Izquierdo Martínez, trompetista cubana. Foto: Cortesía de la entrevistada
Sin influencias, ¿vale el talento?
15 / agosto / 2017
Ella estaba inmóvil frente a la lista de aprobados. Devoraba con la vista cada columna buscando su nombre: Carmen Amanda Izquierdo Martínez. Leyó varias veces, pero no lo encontró. No concebía estar fuera de los seleccionados. Ahí comenzó su viacrucis.
“Desde cuarto grado comencé a estudiar en la Escuela Vocacional de Arte de Pinar del Río. Me esforcé mucho durante cinco años hasta completar el Nivel Elemental de Música. Mi sueño siempre fue entrar a la Escuela Nacional de Arte (ENA).”
El camino no fue nada fácil. Tuvo que enfrentar muchos obstáculos para llegar al pase de nivel en noveno grado.
“Me inicié en trompeta, pero al cabo de dos años y medio los profesores me sugirieron cambiar a trombón. Esto supuso un reto para mí y un sacrificio para mi familia.”
En seis meses tuvo que aprender todo el contenido atrasado. En las noches, mientras los demás niños dormían, Amanda estudiaba. Sus padres le compraron un trombón porque la escuela no provee instrumentos. También contrataron varios profesores privados y músicos acompañantes para que la niña ensayara.
“Y la primera de nuestras decepciones llegó el día que publicaron la relación de alumnos que podían presentarse al pase de nivel. Yo no estaba entre ellos, así que solicité examen de reconsideración. Un tribunal me evaluó en solfeo y piano y concluyó que sí estaba apta.”
Mirtha Bárbara, su madre, que nos escucha, se suma a la conversación:
“En teoría todo estudiante tiene derecho a examinarse, pero la opinión del profesor es decisiva, por eso algunos padres se aseguran de que sus hijos vayan directo a esa prueba.” –y mientras nos cuenta, la expresión de sus ojos revela que hay mucho más por decir.
“Los regalos del Día del Maestro, e incluso los halagos cotidianos, eran exorbitantes. Es algo que sucede ante la vista de todos, una regla no escrita. Pero yo no quería enseñar a mi hija ese camino, además, Amanda tenía condiciones artísticas y buenos resultados académicos.”
—¿Y qué sucedió en el pase de nivel?
— La prueba me resultó sencilla —cuenta Amanda—, pero ese año los resultados tardaron más de lo habitual y cuando los publicaron… ¡Sorpresa! No estaba entre los aprobados. No pude reclamar porque los dieron a conocer en agosto, pocos días antes de comenzar el curso.”
“Mi papá pidió revisión, pero le dijeron que los exámenes estaban en Oriente. ¿Cómo se explica esto si yo era una estudiante de Pinar del Río y me examiné en La Habana? Tampoco nos especificaron provincia o escuela.”
Amanda es más comedida, pero Mirtha asegura que hay mucho polvo bajo el tapete respecto a los exámenes de acceso a la ENA, especialmente influencias y sobornos.
“Nuestro caso no es único. Otros compañeros de mi hija con muchísimas aptitudes también fallaron el examen y nunca recibieron una respuesta. Varios padres queríamos reclamar y llegar a fondo, pero nos encontrábamos en un limbo legal sin saber qué hacer.”
Mirtha reconoce que después de unos meses, algunos estudiantes desaprobados pudieron ingresar a la ENA. Habilitaron una modalidad para que el alumno pueda comenzar en la institución y durante el curso repita las asignaturas suspensas.
Según Mirtha, ellos se enteraron por “terceras personas”, nunca por un canal oficial. A su hija nunca le llegó esa información.
Sin embargo, la pasión por la música no murió ahí. Amanda echó a andar un plan B, ahora como estudiante de un Politécnico de Informática.
“Todos los días, al terminar las clases a las cinco de la tarde, me iba a la casa de mi profesor particular, pues para este pase de nivel el rigor era mayor.”
Esa fue otra etapa dura, porque no podía descuidar el rendimiento en la nueva escuela, pero tenía que preparar un ejercicio impecable con el trombón.
Esta vez, tampoco la seleccionaron.
“No insistí. No reclamé. Decidí graduarme de Informática.”
Tras terminar el politécnico Amanda hizo su servicio social en la Empresa de Comercio y Gastronomía de San Juan y Martínez, Pinar del Río. Además, se graduó como abogada por el Curso para Trabajadores (CPT) pero nunca dejó de tocar.
“Tuve que aprender a hilvanar mi tiempo para estudiar, tener un empleo y hacer lo que me gusta. El no entrar a la ENA fue frustrante, hasta que me di cuenta de que podía convertir esa derrota en muchas victorias.”
“Toqué con Ritmo 76, un grupo de música tradicional. Trabajé con el DJ Seycel y ahora estoy vinculada al proyecto comunitario El Vuelo del Sinsonte, que organiza comparsas en el verano. También colaboro con la compañía infantil Bosque de Sueños, que dirige mi mamá.”
Mientras Amanda me muestra algunos videos caseros, veo a la otra mujer que la habita cuando toca el trombón. La contramarcha de sus dedos sobre el instrumento, el diálogo vertiginoso con la partitura y sus gestos faciales dejan al descubierto una gran pasión contenida.
“Aunque el plan no resultó como yo esperaba, a mis 24 años me siento realizada porque cumplí en anhelo de la infancia y cada día me despierto con la convicción que estoy haciendo lo que me gusta.”
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