TERF comienza a ser una palabra familiar en el activismo cubano. Se emplea mayormente para denunciar el esencialismo biológico al que algunas activistas recurren para establecer una frontera entre «feministas verdaderas/puras», aquellas nacidas con vagina, y «feministas falsas». También apunta a quienes se refieren a las mujeres trans como «hombres invadiendo el feminismo».
El primer uso de este acrónimo derivado de feminismo radical trans-excluyente se atribuye a Viv Smythe, quien en 2008 lo empleó para referirse a las feministas que defienden argumentos transfóbicos.
Estas devotas del biologicismo no solo establecen una equivalencia arbitraria entre genitales y género, sino que —posicionadas en el rol de «dueñas y propietarias de la empresa feminista»— delimitan un Salón VIP en el que apenas algunas podrían entrar; dejando fuera de su «proyecto feminista» a un conjunto de subalternizadas, entre ellas mujeres trans y travestis.
¿Existe el feminismo trans excluyente en Cuba? ¿Qué se considera feminismo trans-excluyente? De confirmarse su existencia, ¿cuáles serían sus consecuencias para la agenda feminista cubana?
Historias y disputas feministas
Una de las principales tensiones que ha marcado la historia de los feminismos es precisamente ¿quién puede ser considerada feminista y quién puede tener un lugar dentro del movimiento?
La disputa está íntimamente conectada con el tema que anima las reflexiones de este texto. Y abre otras preguntas: ¿Las mujeres trans pueden ser consideradas sujetos legítimos del movimiento feminista? ¿De dónde viene la tentativa de exclusión de travestis y mujeres trans del campo feminista?
Primero, es preciso distinguir a las TERF, una articulación contemporánea, de la vertiente del feminismo radical que se constituyó en la década de los setenta en Estados Unidos. El feminismo radical tuvo entre sus principales representantes a la teórica y activista estadounidense Kate Millet y su trabajo sobre política sexual. Esta vertiente feminista radical debe su nombre al hecho de centrar sus análisis en la identificación de la raíz de las opresiones de género. Dentro de esta perspectiva, el calificativo radical significaba ir a la raíz de la subordinación de las mujeres, entendiéndose que el patriarcado constituía la opresión estructural responsable por la dominación social de que eran objeto las mujeres.
Es bastante contradictorio situar a las TERF como continuidad de esta vertiente feminista radical (aun cuando algunas así lo entienden). Justamente, el feminismo radical cuestionó el carácter universalizante de la categoría mujer y la pretensión androcéntrica de someterla a los designios de un «destino biológico» que no era más que una retórica biologicista para expulsar a las mujeres de la vida política y social, así como pretenden las TERF expulsar a las mujeres trans de la agenda política feminista.
Las TERF reivindican un retorno a la biología que fue la disputa central del feminismo radical. Vale puntualizar que si bien la designación de esta articulación TERF es relativamente reciente, no lo es la transfobia que ellas promueven. Basta recordar el posicionamiento transfóbico de Janice G. Raymond, una feminista radical lesbiana que en la propia década de los setenta del siglo XX publicaba el El imperio transexual, un texto explícitamente condenatorio de las personas trans.
La emergencia de un activismo feminista trans-excluyente ha tomado la escena, en primer plano, en España y Brasil. También se ha localizado en otros países de América Latina y el Caribe. Es dentro de este escenario que es preciso debatir los matices del asunto en el contexto cubano.
¿Señales de una agenda trans-excluyente en los feminismos cubanos?
Para situar de forma pertinente la cuestión de un feminismo trans-excluyente en Cuba, es útil analizar la siguiente cuestión. Hay quien afirma que no existe un movimiento feminista cubano, quizá por ese vicio de medirlo todo con los lentes de Occidente. De modo que, si no se aprecian formas de articulación semejantes a las de Europa, Estados Unidos e inclusive algunos países de la región latinoamericana, pueden asegurar que no hay movimientos sociales en Cuba, mucho menos feministas.
Otras personas, como la autora de este artículo, discrepan con fuerza de esa aseveración. Para ello es importante la concepción de Sonia Álvarez, feminista de origen cubano y profesora de Estudios y políticas latinoamericanas, sobre campos feministas. Entender los feminismos como campos discursivos y como campos de acción (tal y como propone Álvarez) implica reconocer que estos se constituyen como una red, un enmarañado político que puede suponer agrupamientos formalizados (con la designación de movimiento, oenegés) e informales.
Tales redes contienen tanto a actores individuales como colectivos e implican diversas formas de lucha: ciberactivismo, marchas, paros laborales, performances públicas, reclamo de leyes y políticas públicas. No existe, por tanto, el «abc de un movimiento feminista», lo que existen son tentativas de pensar los feminismos a partir de un manual universal que procura capturar y estandarizar la multiplicidad y riqueza con que pueden constituirse los campos feministas.
Eso significa que los feminismos, como cualquier otro tipo de articulación social, no tienen que necesariamente constituirse de una forma «organizada» y previsible. Esa es una percepción bastante limitada que funciona por una lógica de «orden y progreso». Al final, ¿qué es un movimiento «organizado»? y ¿quién dicta los parámetros de esa supuesta «organización»? El campo feminista se distingue por su carácter plural, por su condición de proceso en construcción, abierto a múltiples alianzas y que por tanto contempla lo imprevisible, inestable e híbrido. Con toda seguridad existen feminismos cubanos diversos y divergentes.
Sin embargo, si por sí solo es difícil sustentar la legitimidad de una agenda feminista plural en Cuba, la irrupción de discursos trans-excluyentes (feministas o no) implica más obstáculos para que el campo feminista se extienda y reverbere en muchas más esferas sociales.
Tensiones en Cuba alrededor del Día Internacional de las Mujeres
El 8 de marzo de 2022, el podcast La Potajera, de la revista Tremenda Nota, abordó el tema: « ¿Puede el feminismo ser excluyente? Transfeminismo y decolonialidad». Las personas invitadas al programa comentaron que la agenda trans-excluyente se presenta en Cuba sobre todo en las redes sociales y se intensifica en fechas señaladas como el Día Internacional de las Mujeres.
Una de las retóricas fundamentales que distingue a la agenda trans-excluyente cubana es la negación de derechos y de la condición de mujer a mujeres trans, y un pánico moral alrededor de las infancias trans. Según la activista y periodista Mel Herrera, la fiscalización acerca de quién es mujer y quién es el sujeto político del feminismo implica un retorno de la agenda colonial, y de un feminismo eurocéntrico, en la que apenas algunas tendrían autorización para decir «cuál es la zona en donde puede vivir cada cual».
De acuerdo con la idea trans-excluyente, las mujeres trans no son mujeres y, por tanto, no pueden ser abrazadas dentro del movimiento feminista. Las invitadas al programa se refirieron a un festival feminista que tuvo lugar en La Habana, con motivo de este 8 de marzo, y que, entre otros ejemplos, empleó símbolos como la menstruación y el útero como parte central de su comunicación. Consecuentemente, mujeres que no menstrúan, como es el caso de las mujeres trans, estarían fuera de la agenda propuesta. Por otra parte, en el mismo festival el debate transfeminista quedó fuera de la programación oficial y a la activista transfeminista que invitaron le propusieron un espacio informal para realizar su charla, propuesta que ella no aceptó.
Todo lo anterior y otros hechos como el posicionamiento de activistas de derechos humanos contra la comunidad trans cubana, apelando a una retórica biologicista, muestran que la agenda trans-excluyente ya irrumpió en el contexto cubano. No quiere decir, sin embargo, que la transfobia comienza con las TERF, sino que encuentra eco en estas portavoces de un feminismo de «mujeres biológicas».
La trampa de este discurso biologicista es que, de acuerdo con esa premisa según la cual la mujer se define por símbolos corporales como vagina, útero y menstruación, una mujer cis (persona que se identifica con el género asignado al nacer) con una histerectomía total también quedaría fuera de ese Salón VIP por no poseer todos los signos corporales que, supuestamente, las califican como «mujeres de verdad».
Consecuencias de la agenda trans-excluyente en el contexto cubano
Los feminismos han impulsado proyectos de emancipación, protagonizando innumerables luchas por sociedades más inclusivas y democráticas. En la medida en que una articulación trans-excluyente gane terreno, puede crear —queriendo o no— alianzas sólidas con discursos y prácticas conservadoras que se empeñan en negar derechos ciudadanos a la comunidad LGBTIQA+ cubana.
Un feminismo trans-excluyente no es una mera cuestión retórica acerca de quién puede reivindicar o autodesignarse mujer. Junto con esa delimitación se niegan derechos tales como el reconocimiento social y jurídico de las identidades trans, el acceso a servicios y políticas públicas de salud que atiendan sus demandas, el derecho a procesos de escolarización y empleo que no promuevan la expulsión de personas con base en la transfobia.
Diversos medios independientes cubanos han dado cobertura y seguimiento al caso de Brenda Díaz, mujer trans, sancionada a 14 años de privación de libertad por su participación en las protestas masivas del 11 de julio de 2021.
Como expresión de transfobia, Brenda fue asignada a una sección de hombres y, a su ingreso al centro penitenciario, le raparon su cabello. Toda esta violencia se ejerce al amparo del no reconocimiento de su identidad de género, del no reconocimiento como «una mujer de verdad».
Ahora pensemos en un paralelo con una mujer cis para entender los efectos de ese tipo de violencia que opera por la lógica de una esencia femenina asociada a algún atributo corporal o de otra índole. Pensemos en una mujer cis heterosexual, a quien se le impide acceder a un servicio de reproducción asistida porque no tiene una pareja que asuma ese proyecto con ella o porque simplemente desea asumir este proyecto por sí sola ¿No sería esta una forma de esterilización simbólica y política de la mujer cis? O sea, quitarle la posibilidad de acceder a una política pública como lo es la reproducción asistida por no cumplir con un mandato de género hegemónico: «tener un marido para procrear un hijo». Se le negaría esa posibilidad por ejercer la autonomía de procrearlo por sí sola con el auxilio de las tecnologías que el Estado facilita.
Pensemos en todas las formas de aniquilación simbólica y política que se ejercen cuando se niega que el género de todas las personas debe ser entendido a partir de premisas de autodeterminación. Que seamos autodeterminadas y libres para que, como mujeres cis, tengamos derecho al apoyo estatal para llevar adelante proyectos reproductivos. Que como sociedad, aceptemos también la autodeterminación de género de personas trans. Que seamos autodeterminadas y libres para construir el género desobedeciendo el decreto de un genital o cualquier otro decreto que intente poner límites a la autonomía, a la salud, a la protección jurídica y penal.
¿Cuántas Brenda más necesitaremos «matar en vida» para abrir las puertas del Salón VIP de un feminismo sectario que apenas da credenciales a quien nació con vagina? La exclusión de la esfera política de las mujeres cis, trans, travestis, no binarias y de otros sujetos subalternizados por el sistema de género es un asunto que compete a los feminismos.
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