Karla junto a Jana y la mascota de la pareja. Foto: Cortesía de la entrevistada.
Una cubana en Polonia: «Esta guerra me toca de cerca»
17 / marzo / 2022
«Nos llamaron a la una de la mañana para saber si podíamos acoger a una familia ucraniana. Dijimos que sí, por supuesto».
Karla Puente, cubana, 27 años, recibió en su casa en Varsovia a una señora mayor, su hija y su nieta de cuatro años. «Se les veía el pánico en la cara. Llevaban días sin comer. La niña solo repetía “mamá, vámonos para la casa”».
Karla vive en Polonia desde hace tres años, cuando llegó con el sueño de estudiar cine. El destino le deparaba descubrir lo que es una guerra.
«Me toca muy de cerca; mi novia es ucraniana y su hermano está en el frente. Él es muy joven, solo tiene 20 años. El clima en casa es de estrés todo el tiempo. Sin querer, estamos esperando que suene el teléfono y nos digan que algo malo le ocurrió. Hace días no sabemos de él, pero confiamos en que esté bien. Las malas noticias llegan rápido».
Karla está a varios kilómetros de Ucrania, pero asegura que el terror de la guerra se siente en todas partes. Junto a un grupo de latinos y polacos, Karla ha creado una pequeña red de ayuda. «Todo es muy modesto. Un día a una muchacha se le ocurrió que comenzáramos a recolectar comida, mantas, medicamentos, lo que fuera, para enviar a Ucrania o para donar a los refugiados. Y en eso estamos».
Lo primero fue crear un grupo en Facebook para organizarse. Uno de los miembros hizo una base de datos de los medicamentos que tienen disponibles y los que se necesitan. Son una comunidad solidaria multinacional: «Él los identificó en inglés, polaco y ucraniano para que todos los miembros podamos entender».
El punto de recogida de la ayuda material es el bar en el que Karla trabaja, Macondo Bar Latino. «Quienes pasan siempre dejan algo, incluso comida para mascotas. Aquí hay mucha conciencia sobre el cuidado y la protección de los animales. Cuando la cantidad de mercancía es bastante, la enviamos a la frontera».
«Trato de organizar y gestionar los envíos; además, sirvo de intermediaria entre las personas que nos escriben para ofrecer ayuda o para que las ayudemos». Hace unos días, Karla recibió el mensaje de un mexicano que también vive en Polonia, cerca de Leópolis (Lviv), una de las más importantes ciudades fronterizas de Ucrania. Él está dispuesto a recoger refugiados en la frontera. Karla intentará encontrar un lugar donde puedan quedarse y luego los pondrá en contacto con la Embajada para que reciban asesoría legal.
«Mi novia y yo estamos inscritas en una base de datos en la que cada uno declara a cuántas personas puede acoger y si acepta mascotas o no. En nuestro caso sí las permitimos. A partir de esos datos, los organizadores de esta iniciativa te localizan. Hay muchas personas entrando por la frontera, y necesitan un techo».
El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (UNHCR, por su sigla en inglés) estima que desde el pasado 24 de febrero, cuando inició la invasión rusa a Ucrania, más de dos millones de ucranianos han huido de la guerra. De este monto, un aproximado de 1.4 millones de refugiados han sido acogidos en Polonia, que encabeza la lista de países receptores. La frontera está al borde del colapso.
Karla nota que la situación empeora: «están llegando demasiados refugiados. No hay dónde acogerlos a todos; hay muchas personas durmiendo en la Estación Central de Varsovia. Es un horror. La intención de ayudar siempre está ahí; pero llegará el momento en que esa ayuda masiva se detenga. Es muy triste».
Era de madrugada cuando llevaron a la familia ucraniana a su apartamento, «que no es muy grande, pero nos logramos acomodar. Al día siguiente les encontramos otro sitio fuera de la ciudad. Mi pareja sirvió de traductora. El idioma no lo entiendo mucho, pero no hacía falta conversar para percatarse de que tenían los corazones rotos. ¡Cuánta gente, cuántas cosas habrán dejado atrás!».
La inmensa mayoría de refugiados, sea en Polonia u otro territorio, son mujeres, niños y personas mayores. Los ucranianos varones con edades entre 18 y 60 años tienen prohibido abandonar el país.
«Tengo amigos que no quieren pelear, que no quieren estar allá, y eso es legítimo. Aquí sentimos el desespero de ellos al querer salir y que no los dejen. En estos casos no podemos hacer nada», dice con pesadumbre.
«Si bien tratamos de ayudar a todo el que lo necesite, estamos centrados en la comunidad latina que viene desde Ucrania. Tenemos una red de ayuda legal en español, porque hay muchos ecuatorianos, colombianos… Solo me he topado con una familia cubana, Era una mujer llamada Beatriz, su madre y su hija. Se quedaron en casa de una amiga, pero fui a verlas y conversar con ellas porque no hablan inglés ni polaco, solo algo de ucraniano. Las puse en contacto con un abogado para que logren regularizar su estancia».
El grupo de ayuda en el que participa Karla también ha localizado a algunas personas y las ha puesto en contacto con sus familias en el extranjero. «Hace poco me escribió una mujer desde Colombia, preocupada por su sobrino. Dimos con él, está en la frontera. Estamos esperando reunir un grupo de al menos tres o cuatro para recogerlos a todos juntos».
«La cooperación no solo se nota en lo físico, sino también en lo virtual. En las redes sociales se habla muchísimo de Ucrania. Todos los grupos a los que pertenezco en Facebook y que no tienen nada que ver con el tema se han enfocado en crear alianzas de apoyo. Las personas ofrecen sus casas, sus autos y sus víveres. Ha sido muy espontáneo; no ha salido solo de la gestión de organizaciones y espacios gubernamentales», explica.
Karla cuenta que dentro de su círculo de amistades más estrechas y otras personas que conoce no hay nadie que defienda el ataque. «Al contrario, están en contra de la guerra; la llaman invasión. Lo mismo ocurre con los refugiados con los que he podido platicar; piensan que esto es una masacre, un abuso».
Dice que la ha afectado la posición del Gobierno de Cuba; pero a la vez siente que, quizá, no represente lo que apoya gran parte del pueblo cubano.
«Por lo que he visto, está naciendo un sentimiento antirruso que hará mucho daño a los ciudadanos de ese país, que nada tienen que ver con las decisiones de Putin. Muchas personas están dejando de consumir productos rusos y no quieren cercanía con ese mercado. Siempre es así: los grandes hacen la guerra y los pequeños son los que pagan», se lamenta.
«La solidaridad de Polonia ha sido inmensa; es una nación volcada en ayudar a otra. Además, también se siente la incertidumbre y el temor en el aire: ¿Y si mañana nos toca a nosotros? ¿Y si nos invaden?
«Yo quisiera hacer más por ayudar —confiesa. Mientras uno se mantiene en su zona de confort, tranquilo, en su casa, con comida caliente, protegido y con la persona que quiere, hay mucha gente temblando de miedo en un refugio o en un búnker; o llegando a Polonia a empezar de cero, sin nada y con un idioma diferente. Hay otros que ni tan siquiera están…».
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