Jovann Silva junto a sus estudiantes. Foto: cortesía del entrevistado.
La Edad de Oro en Boston. Una entrevista a Jovann Silva
6 / diciembre / 2022
Jovann Silva fue de los últimos estudiantes a quien pude impartirle docencia en el curso regular diurno de la carrera de Derecho en la Universidad de La Habana. Se graduó de la licenciatura en 2012 y en ese año emigró hacia los Estados Unidos de América. De 2012 a 2018 trabajó en varios bancos, hasta que comenzó a laborar como profesor de lengua española en nivel preuniversitario en Boston.
Él es uno de los cientos de miles de cubanos que han tenido que hacer giros bruscos en la vida para reinventarse en la nueva tierra de la emigración. Jovann, sin embargo, parece contento con su nueva carrera. Ha estudiado maestrías en Educación e Idioma Español en Estados Unidos y España, y habla con pasión de su trabajo.
Hace unos días conocí a un grupo de alumnos y alumnas de Jovann. Hicimos un recorrido por el Museo de Arte de Harvard y los vi en su afán de responder, en español, un folio de preguntas sobre estilos pictóricos, movimientos artísticos y grandes maestros de todas las épocas.
Al final del paseo tuvimos un conversatorio. Me preguntaron, siempre en un más que correcto español, sobre mi vida, mi estancia en la Universidad de Harvard, mi experiencia en Cuba…
Una pregunta de un muchacho me llamó poderosamente la atención. ¿Por qué en Cuba hay dinero si dicen que es un país comunista?, soltó el adolescente. Mi respuesta no es de interés de esta entrevista pero la profundidad de la interrogante, sí, porque demuestra un interés por Cuba que presumí alimentado por el maestro Jovann.
Jovann trata a los estudiantes como un profesor cubano, con el desparpajo de Cuba; entiéndase como confianza, matizado por algún que otro señor, o señorita, delante de los nombres de los alumnos.
Pero el momento más bello que viví en el museo fue cuando los muchachos y las muchachas de una escuela de las afueras de Boston, con edades entre los 15 y los 17 años, empezaron a nombrar relatos de La Edad de Oro, de José Martí. ¿Qué está pasando aquí?, pensé. Sobre esa emoción es este diálogo con Jovann Silva. Que él nos cuente.
Jovann, ¿por qué y cómo te hiciste maestro en los Estados Unidos? ¿Te dolió dejar el Derecho o no lo has dejado del todo? ¿Lo usas en tus clases de español?
La repuesta va a sorprender, pero al dejar el Derecho no hice sino rectificar el camino y cumplir mi sueño de ser maestro. Una vocación que tuve desde niño y que por culpa de la presión social en Cuba no hice realidad. Eran demasiadas las voces que me decían que el magisterio no era una buena idea para un estudiante inteligente que sacaba las mejores notas y que podía «aspirar a más». Mi inmadurez y mi falta de formación vocacional hicieron que escuchara a aquellos que me aconsejaban estudiar algo diferente. La triste realidad de las condiciones de vida de los maestros en Cuba también me convenció de que Derecho o cualquier otra carrera eran mejores opciones.
Sin embargo, como en los cinco años de estudio de las ciencias jurídicas me fue tan bien, aprendí a amar la carrera y no la he abandonado del todo. Aún soy el asesor jurídico de familiares y amigos en temas de legislación estadounidense, cubana y española. Sobre todo, asisto a personas que llegan a mí a través de conocidos en busca de asistencia en asuntos migratorios y frecuentemente los ayudo a presentar solicitudes de beneficios migratorios ante el Servicio de Ciudadanía e Inmigración de EE. UU. (USCIS, por sus siglas en inglés). Para poder hacer todo eso, obtuve la comisión de notario del Estado de Massachusetts; lo cual, aunque no signifique que esté investido de igual fe notarial y poderes que un notario latino, me permite certificar la validez de documentos legales y sus traducciones.
Además, en la escuela en la que trabajo, Pembroke High School, soy profesor consejero del club Simulacro de Juicio (Mock Trial Club, en inglés). Se trata de un programa auspiciado por la Massachusetts Bar Association para que los estudiantes de preuniversitario aprendan y se familiaricen con las leyes, los procesos judiciales y el sistema legal del estado. Los estudiantes en el club preparan un juicio sobre un caso hipotético y después prueban sus habilidades como abogados y testigos en una competencia simulada en un Tribunal. El proceso de preparación de los estudiantes para la competencia me lleva a tener que explicarles elementos esenciales del procedimiento judicial de casos civiles y penales. Este ejercicio también mantiene viva mi pasión por la profesión y mis conocimientos de Derecho comparado.
¿Cuáles son las diferencias entre los grados escolares y las edades de los alumnos en Cuba y en los Estados Unidos?
La respuesta corta es: no hay muchas diferencias. En Estados Unidos, la primaria se llama Elementary School y va de preescolar a sexto grado en mi distrito escolar (en otros distritos llega solo hasta quinto grado). La secundaria se llama Middle School y abarca séptimo y octavo grados en mi «municipio de educación» (en otros distritos la secundaria puede ir de sexto a octavo). El preuniversitario, que se llama High School, abarca cuatro años en casi todos los distritos escolares del país, es decir, de noveno a duodécimo grado.
Las edades de los alumnos en los Estados Unidos coinciden con las de los alumnos en Cuba que cursan igual año escolar. Por ejemplo, un estudiante que comienza noveno grado en septiembre tendrá 14 años y cumplirá 15 años en el siguiente año calendario. Los estudiantes terminan el preuniversitario con 17-18 años de edad.
¿Qué diferencias has observado, en estos años de experiencia, entre la educación secundaria y preuniversitaria, de Cuba y Estados Unidos?
La primera gran diferencia es el inmenso poder que tiene el Distrito Escolar para tomar las decisiones que afectan a las escuelas que se encuentran en su demarcación territorial. El Distrito Escolar sería lo que en Cuba llamamos Municipio de Educación. Pero un Distrito Escolar es un Municipio de Educación dopado con una gran cantidad de esteroides.
El Distrito Escolar solo debe respetar las normativas generales en materia educativa que emanan del Departamento de Educación de Estados Unidos a nivel federal y del Departamento de Educación Primaria y Secundaria de Massachusetts a nivel estadual, siendo la actuación de los distritos amplísima en muchos campos. Es por eso que, en su afán descentralizador, estos entes superiores dejan un enorme margen de maniobra a los Distritos Escolares para administrar, por ejemplo, los fondos que se recaudan en su demarcación a través de impuestos a las propiedades inmobiliarias y el dinero que llega a través de subvenciones federales y estaduales para gastos educativos.
Además, la descentralización en la toma de decisiones hace que el distrito moldee el plan de estudio y las asignaturas que se imparten en sus escuelas. Muchas veces en un distrito se ofrecen clases a los estudiantes que en otros no están disponibles. Por ejemplo, en mi escuela los estudiantes pueden escoger estudiar a la misma vez hasta cuatro idiomas extranjeros. En mi preuniversitario están disponibles programas de español, francés, latín y árabe. Sin embargo, en el preuniversitario del pueblo más cercano solo se ofrecen clases de español y francés.
Durante la pandemia me sorprendió mucho que la decisión de volver a las aulas de manera presencial o mantener la enseñanza virtual correspondió al Distrito Escolar; que está formado por vecinos electos por otros vecinos del barrio en el que se encuentran las escuelas.
Otra gran diferencia es el trato que se les brinda a los niños con necesidades educativas especiales. En Cuba esos niños son segregados del resto y enviados a escuelas «especiales» en guaguas amarillas que todos identifican como las escuelas y guaguas de los retrasados. En Estados Unidos, los niños con necesidades especiales están integrados en las escuelas a las que va el resto de los niños. Aunque sí se les brinda ayuda y atención especializada, comparten los espacios de recreo, educación física, artística y almuerzo con el resto de la comunidad educativa.
Hasta cierto punto son universalmente conocidas las limitaciones que tienen los estadounidenses en el campo de la geografía. Yo, que he vivido el problema desde dentro del sistema de educación de los Estados Unidos, pienso que la causa principal es que los programas de estudio no incluyen la asignatura a nivel secundario o preuniversitario. Los niños solo aprenden pinceladas de la división política-administrativa del mundo en la primaria. Sin embargo, tengo estudiantes que de forma autodidacta tienen muchos más conocimientos de geografía que los que yo tenía cuando estaba en la secundaria, gracias al acceso ilimitado a Internet. Yo nunca tuve profesor de Geografía durante los tres años por la escasez crónica de profesionales del sector en Cuba.
Podría hablar de otras diferencias que dejan muy mal parada la educación cubana de los años noventa y dos mil (los años en los que me formé en Cuba). Pero quiero solo añadir que los estudiantes de Estados Unidos terminan el preuniversitario mucho mejor preparados para la vida que los cubanos. El nivel de educación financiera, el entendimiento de elementos esenciales sobre negocios, las habilidades con las nuevas tecnologías, la capacidad para hablar otros idiomas, los conocimientos prácticos en todas las ciencias y las destrezas artísticas del estudiante promedio de Estados Unidos supera por mucho los conocimientos y destrezas de los estudiantes cubanos. Quizá la educación de este país no es una educación que profundice en las materias como lo hacíamos en una clase de alto rendimiento de la Lenin, pero de lo que sí estoy seguro es que los estudiantes aquí aprenden en sus clases de matemáticas, para poner un ejemplo, a visualizar y prever la utilidad práctica de la aritmética, geometría o álgebra en su futuro.
En Cuba, el Gobierno ha tachado como traidores a miles de personas que se han ido del país. Al menos eso hizo durante mucho tiempo. Parecía, desde ese estigma, que era imposible ser patriota cubano después de abandonar el archipiélago de la mayor de las Antillas. Sin embargo yo he sido testigo de cómo celebras fechas importantes de la historia de Cuba, con tus alumnos, un patriotismo que no aparece en los medios de prensa oficiales cubanos ¿Cómo tus estudiantes saben sobre La Edad de Oro? ¿Qué haces en clases para recordar Cuba, para festejar su cultura y sus costumbres?
Algunas de las cosas que más me satisfacen desde el punto de vista profesional son que mis estudiantes aprendan español con acento cubano y que en las clases se escuche de Cuba y de su gente. Desde mi primer año en la escuela comencé a utilizar canciones infantiles cubanas como «Barquito de papel», «Un día de paseo» o «La calabacita» para estimular a mis estudiantes a aprender español. Carteles de los cuadros del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana decoran mi aula. Desde el primer día colgué una bandera cubana en la pared y hace poco, en los cristales de la puerta de entrada, coloqué las fotos de Celia Cruz, Ana de Armas y Andy García.
Pero si soy sincero, enseñar sobre Martí y acercar a mis estudiantes a los cuentos de La Edad de Oro no estaba en mis planes en un inicio. Es decir, no fue algo premeditado ni calculado. Al principio no veía cómo incorporarlo al currículo. Martí apareció de manera espontánea en mis clases por mi negativa a celebrar el 5 de mayo. Ese día, en Estados Unidos se celebran desfiles, concursos de belleza y fiestas como parte de lo que han llamado Día del Orgullo Latino. El incremento de su popularidad se debe a exitosas campañas publicitarias de las compañías cerveceras Corona y Modelo para potenciar las celebraciones que los inmigrantes mexicanos hacían ese día desde las décadas de los cuarenta y cincuenta para conmemorar la victoria de México frente a Francia en la batalla de Puebla.
El tratamiento que le brindan los estadounidenses a ese día de celebraciones está plagado de estereotipos y falsas creencias. Muchos piensan que el 5 de mayo se celebra la independencia de México y utilizan las fiestas como pretexto para disfrazarse de mexicanos con sombreros mariachis, falsos bigotes negros y tomar grandes cantidades de cerveza. Nunca he logrado conectar con la celebración.
Sin embargo, lo que ocurre es que los estudiantes de Español en los Estados Unidos están adaptados a que los profesores hagamos algo especial para conmemorar el 5 de mayo. Lo que hice el primer 5 de mayo que pasé en un aula fue explicar por qué no se celebra en América Latina, ni siquiera en México. La reacción de uno de mis estudiantes más astuto, casualmente quien le hizo a usted la pregunta sobre la existencia de dinero en un país comunista, fue decirme que lo que yo no quería era hacer el esfuerzo para preparar la fiesta. En pocas palabras me dijo vago. Entonces, respondí que sí celebraríamos, pero lo haríamos el 20 de mayo para conmemorar el día de la independencia de Cuba. Ese día les compré dulces, armé una piñata, adorné el aula con banderas cubanas y globos de los colores patrios. Les expliqué que la celebración es una de las muchas cosas que nos ha sido negado a los cubanos por mucho tiempo.
El primer año la fiesta quedó en eso: adornos y piñata, porque solo tuve 15 días para prepararla. Al siguiente, desde temprano, se me ocurrió incluir una fiesta de disfraces. Es decir, que los estudiantes vinieran el 20 de mayo disfrazados de los personajes de los cuentos de Martí, copiando la idea de los desfiles martianos que los niños hacen en Cuba. Para eso comencé desde el inicio del curso a leer los cuentos de La Edad de Oro en clase. Creo que comencé con «El camarón encantado». Tan grande fue el éxito de Loppi, y sobre todo de Masicas, que pude estimular a los estudiantes para, incluso, orientarles como tarea la lectura de otros cuentos.
El resultado fue buenísimo y el 20 de mayo de mi segundo año como profesor tuve a Meñique con su hacha, a su hermano Pedro, a Pilar con sus zapaticos de rosa, a Nené Traviesa rompiendo un libro, a una mora con un collar de perlas, a Loppi, al camarón encantado y a varias Piedad con su muñeca negra en la fiesta. Lo que hizo a los estudiantes animarse con el proyecto fue entender la moraleja de cada cuento e identificar los valores que Martí quería que los niños de América tuvieran. A partir de entonces, he repetido el proyecto todos los cursos escolares. Cada año se lee La Edad de Oro y se hace fiesta el 20 de mayo. Aunque en la isla el Gobierno se niegue a que los cubanos recordemos parte de nuestra historia, un cubano en Massachusetts disfruta como pocos ese día con sus niños y niñas de esta América.
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