Sonidista, fotógrafa y directora de «¿Cómo educar un niño?»
«La equipa» detrás de un documental sin raza
27 / marzo / 2021
La idea de que el socialismo consiguió resolver el problema racial en Cuba es apenas un espejismo: «No se destruye fácilmente una mentalidad cocinada por siglos de esclavitud y colonialismo», sentencia la realizadora Gretel Marín, licenciada en Dirección de Medios Audiovisuales en el Instituto Superior de Arte (ISA).
Venida de una familia «mixta», Gretel descubrió la cara del racismo desde la escuela primaria, cuando vio cómo un niño no le dio la mano a una compañera de aula porque era negra. También tuvo parejas que dejaron de ir a visitarla cuando supieron que su padre era «de piel oscura”, y conoció a mujeres negras que perseguían el ideal de belleza caucásico para ser menos discriminadas. Y aunque no está en el grupo que más lo ha sufrido porque «en Cuba lxs mestizxs sufren menos racismo que las personas negras», es un tema que cuestiona con urgencia.
A veces disfrazada de chiste, casi olvidada en los escenarios oficiales y poco tratada por el audiovisual cubano, la discriminación racial en Cuba es «un mal de raíces profundas, invisibilizado, ligero, tropical, no segregacionista, que limita el desenvolvimiento de lxs negrxs individual y socialmente. Uno ve cómo los mitos de “la raza negra” en el pasado sobreviven e influyen lamentablemente en sus condiciones actuales de vida», dice la guionista.
Gretel, Máster en Cine Documental en la Universidad París Diderot, afirma que es obvio que las oportunidades sociales dependen del color de la piel. Supone que el racismo ha sido naturalizado, normalizado, tolerado e incorporado incluso por personas negras que tratan de sobrevivir. «Hay que tener una familia muy orgullosa de su negritud para salir adelante sin sentirse menospreciado en una sociedad que discrimina».
Con el documental ¿Cómo educar a un niño?, aún en rodaje, Gretel se involucra en lo que considera un diálogo imprescindible para alcanzar «una justicia social real y la reconciliación y la fraternidad entre lxs cubanxs». Visto que criticar el sistema significa «posicionarse en su contra y morir socialmente», los años de «silencio e imposibilidad de debate» han dejado al racismo «como algo de origen apenas cultural, como si esto bastara para justificarlo».
Tan temprano como en 1962, Fidel Castro dio por superada la discriminación racial en Cuba, pero cuarenta años después admitió que existía un racismo subyacente asociado a la pobreza y al monopolio de los conocimientos. Reconoció, además, que se tardó en comprender que la marginalidad y la discriminación racial no se suprimen con una ley.
Expertos en el tema coinciden en que el problema ni siquiera se resuelve dándole a cada individuo el mismo acceso a los espacios de la vida pública porque existe un racismo cultural oculto, soterrado, como dormido, asumido en las dinámicas económicas, institucionales y políticas cubanas. La igualdad de derechos, alegan, no se traduce en igualdad de oportunidades.
Con este documental, Gretel obtuvo en 2019 el Premio PM: Fondo INSTAR para Audiovisuales Cubanos que otorga el Instituto Internacional de Artivismo Hannah Arendt a proyectos independientes y el pasado año el apoyo del Fondo GoCuba que otorga el World Cinema Amsterdam. El mismo aborda el proceso de aprendizaje de Olorun, un niño negro en Cuba, cuya madre afro-feminista Afibola lo enseña a hacerle frente al racismo cotidiano.
Gretel menciona que el investigador Roberto Zurbano le recuerda que la cuestión no es solo dónde está presente la gente negra en la sociedad, sino dónde no está, más cuando «la propiedad privada comienza a ganar espacio y color de piel» en Cuba. A lo que ella agrega que es preciso atender al segmento blanco-mestizo que inconscientemente alimenta actitudes discriminatorias mientras se justifica con expresiones del tipo «¡Ay, pero si yo tengo unx amigx negrx!».
Según el censo de 2012, solo el 9,3 por ciento de los 11,2 millones de habitantes de la isla decía ser negro y un 26,6 por ciento, mestizo. En 2019 una investigación del Instituto Alemán de Estudios Globales y Regionales (GIGA) reveló que en Cuba las personas blancas son quienes más tienen una cuenta bancaria, reciben remesas, viajan al extranjero y manejan negocios privados. Otros análisis han referido que en cárceles y cuarterías o «viviendas improvisadas» son mayoría las personas negras; minoría en las universidades.
«Lo primero para nuestra equipa ha sido asumir que nuestra mirada puede equivocarse, que crecimos reproduciendo actitudes racistas y que nunca es tarde para aprender a respetar y a incluir», asegura la directora del documental que ha puesto en el mismo tiempo y lugar a algunas de las más descollantes representantes de la realización audiovisual joven, todas mujeres.
Interesada en la crianza de quienes salen a la calle «y notan que todo sería más fácil si su piel fuera clara», Gretel resalta que «en el proceso de investigación y preparación del rodaje hemos estado principalmente atentas a la participación de Afibola, antes de determinar ciertas cuestiones estéticas y discursivas».
¿Crecer en Cuba sin sentirse discriminado?
Gretel afirma que «en lo que respecta a la experiencia de Olorun, ser un niñx negrx en Cuba significa que eres y serás discriminadx. Olorun tiene suerte de tener una madre como Afibola, consciente de su negritud, que busca constantemente reproducir esa apreciación en su hijo. Ha sido interesante asistir al intercambio entre lxs dos. Lo que Olorun aprende en la escuela, en la calle, incluso con su familia, tendrá que ser en algún punto desaprendido, reestructurado, a través del empeño que su madre pone en ello. Supongo que cada madre preocupada por este conflicto tenga su propia manera de reeducar a sus hijxs de piel negra. Me quito el sombrero ante todas esas mujeres que, con su dedicación particular y persistente, buscan valorizar en sus hijxs lo que la sociedad desestima».
Ella considera que la comisión antirracista estatal creada bajo la presidencia de Miguel Díaz-Canel, «solo le pone un parche más a un debate largamente pospuesto». Las mujeres negras cubanas no solo padecen el racismo, sino también el machismo estructural. En otras palabras: son doblemente discriminadas y «si deciden tener una familia fuera de lo normalizado socialmente, tienen que ser muy valientes».
Por suerte, afirma, hay mucha gente combatiendo el racismo «como el Club del Espendrú, Nosotrxs, Afrodiversx, el blog de Sandra Álvarez Negra cubana tenía que ser, emprendimientos como Barbara’s Power y Beyond Roots, y activistas como las Krudxs Cubensi».
Graduada de Dirección en el ISA y encargada de la producción de ¿Cómo educar a un niño?, Carla Valdés se unió a la historia pensada por Gretel para ser una contraparte creativa y operativa. «Aunque este documental llegó a mí con un camino ya recorrido, ha crecido y ha cambiado, para mejor, con el trabajo de equipa que hemos hecho».
Carla quedó atrapada pronto por Afibola y Olorun, por «lo que leí sobre elles y lo que conocí luego». Además, la atrajeron la sensibilidad de la mirada de Gretel, las relaciones que buscaba crear, la disciplina y la sororidad. Así asumió la producción de este cortometraje de 20 minutos.
«Hemos hecho una equipa tipo red, muy sorora, muy amplia, y eso es algo lindo. En este tiempo diluido apareció una casa de tremenda y poderosa energía donde hemos filmado imágenes muy potentes y hemos tenido tiempo de pensar de principio a fin en la película que queremos hacer», destaca Carla, quien ha dirigido reconocidos documentales como Días de Diciembre (2016), Dos Patrias (2019) y Los Puros (2020).
Para ella, una joven mujer de piel blanca, feminista y criada en el Vedado en el seno de una familia de intelectuales, este documental ha sido un parteaguas que la ha hecho ver la realidad de otra manera. Siempre ha pensado que una debe ser consciente de sus privilegios «para no pecar de indolencia y soberbia». Intenta partir de ese lugar «para poder llegar a elles, para entrar donde nos permiten, para reconocer que el racismo estructural en la Cuba que vivimos es transversal al proyecto de país que queremos, así como lo son el feminismo o la justicia social».
Carla ve en Afibola y Olorun esperanza y resistencia, la posibilidad de una educación libre y de construir «relaciones diferentes, cariños diferentes, representaciones diferentes para todes. Nuestra manera resistir es estar ahí para enfrentar crisis de todo tipo: machismo, discriminación, homofobia; hacer este cine militante, hermoso, empático, sereno de alma y radical».
A tenor con ella, lo más difícil de empezar a filmar durante la pandemia ha sido la incertidumbre de los tiempos, «planificar un flujo de trabajo de inicio a fin. Lo que hemos hecho ha sido pasito a pasito. Estamos en medio de una crisis económica y un reordenamiento monetario que ha cambiado los presupuestos, los costos, las formas de asumir la producción. Pero así armamos una equipa de mujeres talentosísimas».
En la lista de mentes relevantes del audiovisual joven que han participado hasta ahora en la realización aparece la directora de fotografía Claudia Remedios, quien reafirma que la pandemia ha vuelto todo más complejo. «Por ejemplo, hay escenas que queremos filmar cuando el sol se está poniendo y que no hemos podido hacer porque los horarios de toque de queda y la reorganización del transporte limitan mucho el trabajo».
De acuerdo con esta egresada del ISA, interesada en «los infinitos recursos expresivos que guarda el cine y su potencial comunicativo y sentimental», quieren evitar reproducir «estereotipos, actitudes, situaciones que existen en la producción audiovisual y que han legitimado la mirada racista, sexista y homofóbica sobre las personas». Ella misma no está exenta de tales influencias, pero desde sus primeros años universitarios emprendió el camino de desaprender esas prácticas.
Con más experiencia en la ficción («donde hay un mayor control sobre la obra»), Claudia considera el documental como un reto, quizás porque sus dinámicas de trabajo son «muy diferentes» de las que conoce y los personajes «no son actores profesionales acostumbrados a tener un equipo de rodaje alrededor moviendo trípodes, poniendo luces sobre ellos y cámaras delante o memorizando lo que tienen que decir en cada escena: son personas que muchas veces no han tenido ninguna relación con los medios y que entregan delante de un equipo de filmación parte de su intimidad para hacerla pública».
En casos como este, desde la óptica de esta fotógrafa hay que desplegar la maquinaria necesaria para llevar a cabo un rodaje tratando de ser invisible. «Esa es la forma de propiciar esos instantes donde estas personas olvidarán o ignorarán el andamiaje que las rodea y expresarán su ser como entiendan”, apunta. «El equipo tiene que estar preparado para cuando eso suceda. Ha sido un proceso de aprendizaje lindo, de entender cómo usar el lenguaje cinematográfico a nuestro favor y llevarlo a su esencia, de búsqueda de lo indispensable para construir y narrar una historia tan significativa para nuestra generación».
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