Alimentarse en Cuba es problema y zozobra. Garantizar las comidas diarias requiere un notable esfuerzo e inversión de tiempo e imaginación. Tiempo para hacer largas colas; y tiempo para desandar la ciudad en busca de un sitio en el que la oferta sea asequible y óptima —binomio que casi nunca se cumple—. Imaginación para cocinar con lo que se consiga y para administrar esa comida y que no se termine demasiado pronto.
Cuba importa cerca del 70 % de los alimentos que necesita, con un costo de más de 2 000 millones de dólares al año, a razón de 35 millones semanales. Esto es cada vez más difícil por la crisis económica sistémica que atraviesa el país.
El siguiente audiovisual narra tres historias diferentes sobre el drama de la comida en Cuba. Se trata de tres realidades y tres formas de enfrentar la crisis alimentaria en el archipiélago, la cual, como otras, siempre afecta en mayor medida a los sectores sociales empobrecidos.
La primera historia es la de Dulce María. Dulce es la responsable de cocinar para tres hijos y su padre. Le atormenta la escasez y la odisea que significa enfrentarse a una cola. «Estamos viviendo como animalitos de Dios», dice; a la vez que, a través de su narración, es posible vivir y sufrir su desespero diario.
Darenis es la protagonista de la segunda historia; es vegana, pero no está exenta de la dificultad para conseguir su comida. Intenta sobreponerse a las dificultades, a las colas, a la mala energía de las colas y apuesta por encontrar una paz cada día más escasa.
La realidad de Yarina y Adrianny, por último, representa a quienes viven con ciertos privilegios en Cuba; a quienes no sufren en igual medida las carencias.
Se trata de un mapa mínimo, pero con una fuerza tremenda que invita a reflexionar y tener una visión crítica sobre una de las vertientes del sufrimiento en Cuba: la comida.
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