Dile a tu hija que fui el primero en marcar en el Teatro Martí, que jalé por mi libreta y me apresté a anotar a cuanta gente llegara detrás de mí para que estuviera claro que quien organizaba la cola era yo, que los cincuenta primeros turnos eran míos, más bien de ella, para que pudiera llevar a toda la claque de su empresa y yo poderme echar en el bolsillo un dinerito para empezar el año, pero a la media hora el que se apareció fue un policía (de la Unidad de Zulueta, que está allí mismo) y me dijo que olvidara el asunto y me informara bien, que los conciertos de la tal Norah Jones había que pagarlos con dinero y no con la mierda esa con que nos retribuyen a nosotros (y claro que esto último lo estoy afirmando yo).
Que tenga que aceptarlo en pleno siglo XXI y con casi siete décadas en las costillas es muy duro. Son más de treinta años haciendo colas, no esas con broncas y piñaceras que hoy abundan por cualquier cosa que sacan, sino aquellas otras, civilizadas y civilizatorias, que fundé yo con pase de lista a las seis de la mañana y número de carnet de identidad por medio. Gracias a eso tú no te perdiste a ninguno de los tantos artistas españoles que pasaron por el Carlos Marx y que llevan tanto tiempo perdidos del Carlos Marx. El propio Alberto Cortez, de tantas veces que vino, ya nos reconocía entre la gente que llenaba la platea y que estaban allí gracias a los turnos que repartía yo.
Qué tiempos aquellos. Dos pesos los balcones y cinco la platea, a lo máximo diez. Pero con lo quedaba vivíamos unos cuantos meses cuando la libra de jamón valía seis y un peso el litro de leche. Con lo que hoy cuesta la entrada a un centro cultural no puedes comprarte ni un muslo de pollo, pero con los conciertos de febrero de esa mujer en la capital cubana pretenden asegurar el arroz de marzo para los núcleos de Centro Habana, ahora que dicen que la tonelada está casi a mil dólares en el mercado internacional.
Tres mil dólares. ¿Esa Norah no sabe que un cubano no reúne tres mil dólares ni en diez años de trabajo, y que si lo hace tiene que soltarlo o se lo hacen soltar los precios de las tiendas en moneda libremente convertible? Parece que leyó el eslogan de la Feria: que Cuba es el «país de las oportunidades», y alguien de acá le dijo que esta era la suya.
Oportunidades ni oportunidades. Es cierto que al cubano tú le das la oportunidad de irse, o lo que es igual, de quedarse a donde quiera que vaya, y la aprovecha, mira el primo ese que tenemos en Papúa, Nueva Guinea, que por cierto, es la segunda mayor isla del mundo, siete veces más grande que nosotros y con un montón de encantos naturales. Pero es a Cuba a la que acaban de elegir «la isla más deseada del mundo», con Premio de Oro y todo. Lo ha hecho la revista Wanderlust, del Reino Unido, sin preguntarse por qué la pasión de viajar de los británicos no los trae más a menudo por acá, o por qué la pasión de viajar de los cubanos lleva a cientos de miles cada año a viajar hacia ese y otros destinos, y no de turismo, sino huyéndole a su indeseada y maltrecha isla.
«Construir el socialismo que hoy podemos, sin renunciar al que aspiramos», ha sentenciado Canel. Dile a tu hija que esta vez no pudimos, que si quiere ver en vivo a Norah Jones tiene que aspirar al socialismo en que ya viven los que pueden.
¿Sabes que dice el afiche de la presentación en Cuba de la multipremiada artista, ilustrado con un almendrón parecido al que tuve que pagar yo para el regreso con el dinero que suponíamos costaría la entrada?: «Norah Jones vive en La Habana». ¡Qué sabrá esa pobre mujer lo que es vivir en La Habana!
Las ilustraciones de Matraca de este número se inspiraron en el concierto que Norah Jones hará en La Habana y declaraciones de Mariela Castro y Aleida Guevara sobre su apoyo a Palestina.
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Carlos Manuel
Kirenia Oramas