No es caballero templario, ni quiere recuperar la “Tierra Santa”. Tampoco porta una espada o lleva una enorme cruz roja en su pecho. Este “siervo de Dios” ha jurado pertenencia a una organización desde la que siente que puede hacer mucho bien a su país.
“Iniciar esta carrera fue un momento difícil: ‘¿Cura? ¡Cura no! ¡Goza la vida muchacho!’, me decían en la casa. Se lo dije a mi madre un mes antes de que llegara mi aprobación desde el seminario de Santiago de Cuba, pues sabía lo escabroso que sería. Tuvo que ir a la diócesis para convencerse de mi decisión. Ya la respeta, no obstante, todavía alberga la esperanza de cargar un nieto”, confiesa el joven.
“Esa actitud de ella tiene una base social,” me sigue diciendo. “En Cuba hubo una etapa donde prácticamente se perdió la cultura del cristianismo”.
“Hoy las relaciones con el Vaticano gozan de buena salud. Nos han visitado tres Papas, continúa. Pero en un país laico como este choca que uno estudie el sacerdocio. No todos entienden nuestra labor. Estamos logrando atraer a las personas a la Iglesia para que conozcan. Es un trabajo arduo. No se dan cuenta que nosotros también somos parte importante de la sociedad. Resta mucho camino, pero seguimos nuestra misión: más cercanos a la gente, más útiles,” explica el muchacho, natural de Placetas, un pueblo al norte de Villa Clara.
Oscar estudia en el Seminario San Basilio Magno de Santiago de Cuba. Allí, junto a 16 seminaristas de todo el país, se ilustra para ingresar a “La Familia Salesiana”, institución eclesiástica que está presente en más de 120 naciones con sus propios colegios, centros de atención a “los niños de la calle” y trabajo en parroquias.
Por convicción, los salesianos atienden a las juventudes más necesitadas de cualquier lugar. El colegio de San Basilio Magno radica en Trocha y Gazón, “un barrio marginal dentro de Santiago”, según describe el propio Oscar.
El Seminario abre su patio una hora y media de martes a viernes. “Ofrecemos el patio donde juegan fútbol, baloncesto y voleibol. Les prestamos implementos deportivos a cambio de que nos regalen diez minutos de su atención a nuestro oratorio. Tampoco pueden violar nuestras reglas mientras se encuentren en el centro. Por ejemplo: no decir malas palabras, andar sin pulóver, ni fajarse en ese espacio. En ese breve tiempo otorgamos protagonismo a los que andan sin rumbo. Otros desean leer la oración y le damos la oportunidad,” afirma el joven salesiano.
Estos muchachos marginales “presentan niveles culturales muy bajos. Quieren romper reglas todo el tiempo y la Iglesia te forma en todo lo contrario.
Es un pulso constante que no cedemos. Muchos de los participantes del oratorio han hecho su primera comunión y de a poco los hemos insertado en la vida social. Recuerdo a un chico bien loco que convencimos para que matriculara en la universidad. Hoy es profesor de Historia de Cuba”, asegura el seminarista.
Oscar conoce las palabras justas para hacerse querer por los jóvenes más toscos y desconfiados. Allí, en contacto con el pueblo humilde de Santiago, ha encontrado un modo de reafirmarse en sus creencias: “Bajo mi cuidado hay 90 muchachos laicos. Me siento útil, pues es una experiencia muy gratificante saber que uno puede salvar a un joven del mal camino.”
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roberto yacsel