Jesús se aferró a su Biblia durante la tormenta
Otro uso de la Biblia en tiempos de huracán
13 / septiembre / 2017
Cuando llegué a su casa, Jesús estaba sentado en los escombros registrando una Biblia. Abría cada una de las páginas (pegadas, húmedas), las separaba y las ponía a secar.
Llegué la mañana después de Irma.
Jesús se veía desde muy lejos, por el agujero de la pared.
-Yo creo que me parece que hay muy poco qué decir. El ciclón este acabó con uno –me dijo.
– ¿Vives tú solo aquí?
– No, con mi mamá, que tiene 82 años.
– ¿Y cómo pasaron la noche? Cuéntame.
– No, yo la pasé en casa del vecino de al lado. Aquí al lado, al lado.
– ¿En una casa de placa?
– Sí. Porque aquí no hay quién lo pase, aquí.
– ¿Cómo pasaron la noche?
– Na’, bien, ahí, sentado. Nadie podía dormir. Yo iba durmiendo más o menos ahí, en un sillón, y me despertaba, y me asomaba, y miraba pa’ acá, y así pasé la noche entera. Sin pegar un ojo.
“Esto ha sido el desastre más grande de mi vida. Y las ventanas aquellas aflojándose, y la puerta clavándola, y… Era una casa de mampostería, pero las puertas aquellas temblaban”.
– ¿Cuánta gente había allá adentro?
– Habíamos (sic) tres mayores y tres muchachos. Tres niños. Y el agua entró por debajo de la puerta. El agua del mar. Entró bastante, sí. Y nada, ahí sentados, esperando. El agua entraba por alante y salía por atrás. Si el nivel del agua del mar está parejo, no tienes que sacar agua ninguna.
– ¿Y a qué hora viniste pa’ acá?
– Vine ahorita, cuando se calmó todo.
– ¿Y cómo viste la cosa?
– ¿Esto? Feo aquí. Feo. Si aquí todas las matas esas volaban, y las casas por allá atrás volaban… Esto no, esto lo vi yo por la mañana cuando vine, que miré desde allá y vi el portal entero y dije: no, aquí lo más malo es el portal. Pero bueno, cuando vi la puerta de la calle así rota dije: oh, acabó.
– Mira, Jesús, dile que, sin embargo, el techo no se lo llevó –dijo un hombre con gorra y con las mangas de la camisa dobladas hasta el codo, parado en el mismísimo agujero de la pared, escuchándonos…
-Sí, sí se lo llevó –dijo Jesús-, porque faltan como tres tejas ahí.
– Sí, pero bueno… -dijo el de la camisa remangada.
– Bueno nada, que las tejas se las llevó; las divisiones que tenía esta casa se las llevó… Esto aquí, las divisiones aquí. ¿O tú no te acuerdas? Aquí había dos cuartos. Una división aquí y dos cuartos. Uno aquí y uno por allá atrás. Aquello allá atrás lo hizo leña. Y mira aquella puerta por allí…
– ¿La división de madera también? –pregunté.
– Sí… Y eso ahí era otro cuarto. Y la cocina del lado de allá. Y todo quedó hecho un desastre ahí, lleno de trastes, y de mesas, y la pared tumbá…
“Pero yo na’, normal. Aquí lo que no se puede perder es la vida. Lo más fundamental, mira, es la vida. Porque lo demás viene, ¿tú me entiendes? Poco a poco, viene”.
– ¿Y la familia cómo está?
-Na’, mi mamá pa’ allá pa’ casa de mi hermana. Y yo me quedé aquí pa’ vigilar, porque yo tengo puercos allá atrás. Yo tengo una puerca ahí, y una que me llevé pa’ allá arriba pa’ casa de una amistad mía. Porque esa está parida. Esa tiene nueve puercos.
“Y la otra está ahí, en el corral. Amaneció en una zanja por aquí. Se quedó en el corral, que no la pude sacar porque los vecinos míos estaban borrachos todos y me dijeron: no, no, no, ya está bueno. Cuando yo llevé la puerca pa’ allá arriba, me dijeron que no y tuve que dejarla ahí.
“Pero na, gracias a Dios está viva. Y ahora cuando pongan la corriente y se estabilice, cuchillo con ella”.
– ¿Hoy mismo? –dijo aquel.
-No, chico, cuando se estabilice la corriente. Yo no hago na’ con matar esa puerca hoy. ¿Después dónde la meto? ¿Con qué la voy a enfriar? Ahora no hay frío; ahora está to’ tumbado.
Jesús hablaba sin levantar la vista; enfrascado en la Biblia.
-Lo que sí pude salvar fue el frío, el televisor, esas cosas, sí, los colchones. Me las llevé pa’ casa del vecino. Las camas sí se quedaron aquí. La única cama que se salvó fue esta, que es de hierro. Pero la de madera hay una barra por allá, que la paré yo ahorita; el bastidor míralo aquí… Y la ropa mírala ahí en el saco metida, to’ sucia. Alguna ropa la pude sacar. Pero la otra la dejé yo aquí, porque yo pensaba que el mar no iba a subir tan alto, ni que iba a hacer esto.
– ¿El mar llegó aquí adentro?
-Aquí adentro completo.
-Hasta aquí adentro –reafirmó aquel.
-Mira, to’ esa escombrera que está ahí fueron matas que se cayeron. Y to’ eso que está ahí, la mayoría de las cosas las arrastró el mar pa’ arriba, ¿me entiendes? Las matas no. Las matas las tumbó el aire y se quedaron ahí mismo. Pero mira, to’ eso es sargazo. Del mar. Eso es del mar, ¿ves?
– Sí, claro… ¿Desde cuándo vivían ustedes aquí?
– Bueno, yo nací aquí, y tengo 54 años. En esta misma casa.
“Esta casa era dos veces más alta que ahora. Pero el techo era de fibrocemento. Y cuando no me acuerdo cuál ciclón se llevó el techo, mi hermano la bajó, y le dieron las planchas esas de zinc”.
– ¿Los vientos cómo fueron? Los de anoche…
– Oh, rachas de 200 kilómetros por lo menos. O 300.
– Yo tengo ya 74 años, pero como este ciclón yo no he visto ninguno –dijo el de la camisa remangada.
– No, yo en mi vida nunca los he visto. Yo he pasado ciclones aquí, en La Habana, en Caibarién. Donde quiera. Pero como este, ninguno.
– ¿Y ahora qué vas a hacer? –pregunto.
– Na’, ¿qué vamos a hacer? Reparar un poco esto aquí y meternos aquí. Mientras tanto pa’ casa de mi hermana, allá en las casitas nuevas…
Levantó la cabeza. Estuvo un rato mirando alrededor.
– Mira, el sillón aquel que está allá, estaba aquí. Mira dónde fue a dar. Y la cómoda perdió el cartón ese, pero la luna se salvó completa. No le pasó nada a la luna.
“El carnet fue lo único que recuperé. Menos mal que tenía la cartera y tenía el carnet adentro. Está ripiao, pero bueno, por lo menos la foto se ve que soy yo”.
El carnet era una mancha azul de tinta.
– ¿Cómo es tu nombre? –dije-. ¿Jesús Bárbaro…?
-López Morell.
El otro hombre dijo que se iba y se fue.
-Menos mal –dijo Jesús.
-Ja, ja, ja –respondí-. Ven acá, ¿cómo cuánto te cuesta ahora reparar esto?
-Bah –dijo, y sacó un mazo de billetes de entre la Biblia-. Aquí está todo –dijo. Y puso los billetes a secar.
Jesús se aferró a su Biblia durante y después de la tormenta
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