—Papi, la maestra de Historia dejó de tarea que cada cual resumiera en dos páginas las características de algún pueblo que se asemeje en algo al nuestro.
—Si de pueblos originarios parecidos al nuestro se habla hay que mencionar los que encontró Colón cuando decidió invertir en Cuba: los guanahatabeyes, los siboneyes y los taínos. Su mansedumbre era tal que si les quintuplicaban el precio del combustible se hubieran limitado a remar del Caribe al Amazonas en busca de mejores opciones.
—Pero Hatuey se les rebeló a los españoles.
—Para que algún pillo que estaba cerca de la hoguera escribiera el cuento y otro cabrón se hiciera rico a costa de una marca de cerveza. Cuando visité el monumento que recuerda el lugar del suplicio, pensé que la Historia ha sido tan injusta con él que cuando los libros hablan de «Grito de Yara» se refieren a cualquier cosa menos a los alaridos del pobrecito mientras lo estaban quemando.
—Yo creo que la profe lo que busca es que investiguemos sobre grupos humanos que provengan de la península española o del continente africano, pues habló de la sangre que nos corre mayoritariamente por las venas.
—Los cubanos tenemos sangre en las venas, sí. Yo creo que si antes de montar en los buques negreros se hubiera aparecido alguien a soltarle a los esclavos: «No habrá milagros: trabajando y creando las riquezas necesarias es como Cuba saldrá adelante», el cimarronaje hubiera surgido mucho antes.
—Pensé hablar de eso: de la deuda de gratitud que tenemos con los pueblos de África.
—Tan grande, que son miles los cubanos que se han ido a trabajar a Angola. Mejor escribe sobre civilizaciones que tengan que ver con la península ibérica, tus bisabuelos vinieron de allá y estoy más al tanto. Así adelantas el conocimiento para cuando nos llegue la ciudadanía y volemos a ampliar la investigación.
—¿Se te ocurre alguna civilización en específico?
—Los visigodos. Pertenecieron a los pueblos germánicos orientales, llamados pueblos bárbaros, y vivieron dentro del imperio romano durante la antigüedad tardía. En lo de creerse bárbaros y vivir en la antigüedad se nos parecen.
—¿Y cómo llegaron a España?
—Los poderes no solo se extienden en el tiempo, sino también en el espacio. En internet leo que los visigodos «crearon un reino con capital en Tolosa, cuya autoridad se extendió a Hispania aprovechando el vacío de poder que había dejado la caída del imperio romano de Occidente, a expensas de los suevos y vándalos».
—¡Qué casualidad!: aquí vivimos a expensas de los huevos, de si un vándalo nos vende un cartón.
—Exacto. Y si vamos a hablar de casualidades, dentro del sector ganadero, especialmente relevante en áreas como la Lusitania, la Tarraconensis y la Meseta Castellana, destacó la cría del caballo, «especialmente vinculada, además de a la agricultura, a las actividades militares de la elite».
—Me suena.
—En época visigoda, en lo que se refiere al comercio, junto a los mercachifles locales y regionales tuvieron continuidad las grandes rutas internacionales, que aprovisionaban de trigo a la península y que decayeron a partir del siglo VII.
—Debido al bloqueo romano.
—Por suerte, «prácticas como la economía de subsistencia tenían una amplia presencia en la sociedad visigoda».
—Pero el Estado se hacía el de la vista «goda». Con esas coincidencias mi maestra va a quedar atónita.
—Te falta la principal: nos encontramos, «en su conjunto, ante una sociedad muy jerárquica», con «una minoría privilegiada, que controlaba los resortes políticos y económicos (maiores personae), y una masa popular sometida (minores personae)».
—Esa minoría privilegiada fueron los ascendientes de quienes hoy se ven rebosantes y no paran de hacer visitas a los territorios de su reino.
—A esos pudiéramos llamarlos «visigordos».
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