Regreso a clases en Estados Unidos: lo que cambia para las familias cubanas emigrantes

Foto: Rachel Pereda
En Cuba, septiembre siempre fue el mes de los inicios. El regreso a clases marcaba el fin del verano y el comienzo de una rutina que se repetía año tras año: mochilas listas, uniformes planchados, zapatos limpios y el reencuentro con los amigos después de más de dos meses de vacaciones.
En Estados Unidos, el calendario escolar cambia por completo esa costumbre. Aquí, la mayoría de las escuelas comienzan en agosto, y en algunos estados incluso a finales de julio. El verano se interrumpe cuando está en su punto más alto y las playas siguen llenas.
La fecha exacta de inicio depende del distrito escolar, algo que también sorprende a quienes vienen de sistemas centralizados como el cubano. Cada distrito establece su propio calendario, y eso provoca diferencias notables entre regiones. En estados del sur, como Florida, Georgia o Texas, el curso suele arrancar a principios de agosto.
En el noreste, como en Nueva York o Massachusetts, las clases empiezan más tarde, a finales de agosto o principios de septiembre. En zonas con climas extremos, las autoridades adaptan el calendario para evitar los días más calurosos o las tormentas de nieve.
Pero más allá de la fecha, uno de los mayores retos para las familias migrantes es enfrentarse a la lista de materiales escolares. En Cuba, los útiles básicos se limitaban a libretas, lápices, uniforme y algún que otro libro, aunque actualmente hasta lo básico es difícil de adquirir.
En Estados Unidos, la lista es mucho más extensa y específica, y muchas veces incluye términos que no todos entienden a la primera. Aparecen palabras como binder (carpeta de anillas), composition notebook (una libreta cosida con tapa dura moteada); dry erase markers (marcadores borrables para pizarras blancas), o glue sticks (barras de pegamento sólido). También pueden solicitar pañuelos desechables, toallitas desinfectantes y bolsas plásticas tipo ziplock, elementos impensables en las listas cubanas.
Aquí, el momento de dejar a los niños en la escuela también es diferente. No hay un gran acto de entrada colectiva; cada familia acompaña a su hijo hasta la puerta, y allí las maestras los reciben y los llevan adentro. Es un proceso breve, pero cargado de emociones. Para los más pequeños —y para sus padres—, ese momento de separarse y ver cómo cruzan solos el umbral puede ser difícil. Uno se queda en la acera, mirando cómo desaparecen entre otros niños y sabiendo que, desde ahí, el día ya no nos pertenece del todo.
En Cuba, el uniforme era obligatorio y único para todo el país. Aquí, cada escuela tiene su propio código: algunos días llevan uniforme, otros ropa libre. Esa elección se suma a la rutina de las mañanas, junto con preparar la merienda y revisar la mochila.
Adaptarse a este nuevo ritmo es parte del camino. Para quienes crecieron con el inicio de septiembre como señal de que la escuela comenzaba, el regreso en agosto siempre tendrá un sabor extraño. Es la sensación de que el verano se despide antes de lo esperado, de que el calendario ha cambiado, pero el objetivo sigue siendo el mismo: abrir las puertas a un nuevo año de aprendizaje y experiencias.
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