Réquiem por la cuna del fútbol cubano

 Foto: Facebook de Fútbol x dentro

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Zulueta, esa pequeña localidad villaclareña que un día fue rebautizada como «la catedral del fútbol cubano», hoy parece más bien un mausoleo del desdén institucional.

El terreno del estadio «Camilo Cienfuegos», otrora símbolo del arraigo futbolero en Cuba, no está en condiciones de recibir un partido decisivo de la Liga Nacional entre el Expreso del Centro (Villa Clara) y Artemisa.

Repetimos: no está en condiciones y las imágenes dan vergüenza. No porque haya caído un meteorito, sino porque simplemente —y aquí viene la parte más triste y predecible— no se ha hecho lo que se debía hacer. Ni antes, ni ahora.

Ese partido de vuelta del playoff del Torneo clausura del fútbol nacional se trasladó a la EIDE «Héctor Ruíz Pérez» en Santa Clara, con una cancha igual de deprimente, pero al menos más presentable que la zulueteña en la actualidad.

Sí, una cancha donde la pasión por el fútbol probablemente no alcanza ni la mitad de los decibelios que produce un grito de gol en Zulueta.

Pero no se puede pedir milagros. Jugar en un potrero es romántico en el cine, no en una semifinal nacional. Y el «Camilo Cienfuegos», aunque parezca increíble, no logró ni el mínimo para aspirar a esa categoría. Y lo escribo desde el dolor.

Lo irónico es que, según el programa televisivo «Fútbol por dentro», desde el 14 de junio se sabía que Villa Clara jugaría el pase al Torneo Clausura en casa. 

Casa, claro, si entendemos por tal una instalación que lleva años atrapada entre promesas de remodelación, proyectos fantasmas y asignaciones presupuestarias que desaparecen más rápido que un balón en una cancha de cañaverales.

¡Cómo olvidar aquel anuncio rimbombante en 2013! Iba a ser una obra de referencia, con camerinos decentes, túneles de salida, salón recibidor, cisterna, cocina-comedor... solo faltaba el VAR y un palco presidencial para pensar que habíamos llegado al siglo XXI.

A la prensa oficial nos pintaron (por aquel entonces yo cubría el fútbol nacional en el periódico Vanguardia) un estadio con estándares para partidos internacionales.

«La selección nacional podría entrenar allí», decían con orgullo institucional. ¡Qué bien! Pero en la actualidad, ni siquiera se puede jugar un partido del campeonato doméstico.

¿Habrá sido culpa de las lluvias, del bloqueo, de los astros? No. Fue culpa de esa combinación letal de abandono y chapucería que parece marca registrada en muchas obras deportivas cubanas.

Y eso que el proyecto no empezó mal. Tenía la bendición del INDER, el aval de la AFC (Asociación de Fútbol de Cuba), el guiño político regional y hasta un trasfondo turístico para venderlo como valor añadido de la Cayería Norte de Villa Clara.

Todo apuntaba a una feliz historia de redención futbolera. Pero pasó el tiempo… y pasó. Lo único que se amplió fue el escepticismo de la afición.

¿Dónde están los tres camerinos prometidos? ¿Dónde está el túnel de salida al terreno? ¿La cisterna? ¿La cocina-comedor? Tal parece que se construyó todo… en el papel.

El terreno, mientras tanto, habla por sí solo. Y lo que dice no es bonito. Las imágenes que han circulado en redes sociales son elocuentes: yerba casi a las rodillas, zonas de tierra pelada, charcos estratégicamente ubicados y una estructura que más que remodelada parece rendida.

Es el retrato exacto del fútbol cubano: entusiasmo popular, entrega de los jugadores, y una infraestructura que no acompaña ni respeta ese fervor.

Y aún así, Zulueta sigue respirando fútbol. Porque en sus calles se sigue hablando de tácticas, de goles pasados, de hazañas improbables.

Es casi milagroso que una comunidad tan pequeña mantenga viva la llama cuando todo alrededor conspira para apagarla. Pero hasta la fe necesita un terreno donde plantarse. Y en Zulueta ya ni eso queda.

Esto no es solo un problema de logística o de pintura sin terminar. Es un golpe simbólico. Porque si ni siquiera la cuna del fútbol en Cuba merece respeto, ¿qué podemos esperar para el resto del país? ¿Cuánto más se puede exigir a la afición cuando la organización ni siquiera logra sostener su historia?

Así que sí, este es un réquiem. Un réquiem con sabor amargo, porque duele y a la vez indigna ver cómo se desperdicia una plaza sagrada por pura desidia.

No se puede construir un futuro futbolístico sobre ruinas simbólicas. Ni con discursos huecos, ni con presupuestos invisibles.

Zulueta merece algo mejor que el olvido, la excusa y la improvisación. Merece volver a ser lo que un día fue. Pero para eso hay que hacer algo más que colocar una tarja o escribir una nota en la prensa.

Hay que invertir, trabajar… y cumplir. Porque el fútbol no se juega y desarrolla con promesas, sino en la cancha. Aunque claro, para eso primero necesitamos una cancha.

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