Sheena Allende, la hija que se volvió la madre de su padre

A los siete días del arresto de su padre, luego de dormir por primera vez de noche, Sheena repasa el impacto que está teniendo todo esto en su familia. Foto: Mónica Baró.
Al séptimo día del arresto de su padre, Sheena Allende por fin consiguió dormir. Dice que ya no llora tanto como al inicio, a no ser en las noches, y que ahora mismo siente más rabia que tristeza. No entiende por qué ni cómo ha sucedido lo que ha sucedido. (La verdad es que sí lo entiende, pero preferiría no tener que entenderlo.) Su tiempo ha dejado de ser suyo; también, un poco su vida.
Desde su casa en Palm Bay, Florida, a dos horas en carro desde el centro de Miami, Sheena ajusta sus horarios en función de los horarios para llamadas de su padre desde Alligator Alcatraz —el centro de detención que el presidente Donald Trump y el gobernador estatal Ron DeSantis inauguraron el primero de julio de 2025 en la reserva natural de los Everglades—. La primera llamada ocurre a las seis, antes de que su padre desayune, pero el temor a quedarse dormida despierta a Sheena desde las cinco sin necesidad de una alarma. Se pone entonces a vigilar el teléfono hasta que su padre llama.
Sheena no suelta su celular ni un instante. No quiere perder ninguna llamada de su padre. Días atrás, entró una en medio de una cita con su terapeuta y puso el altavoz. «Voy a necesitar mucha terapia después de todo esto», dijo su padre, y le pidió que continuara, porque no quería interrumpirla, pero ella no quiso colgar. Sheena hubiera preferido perder su sesión antes que perder la oportunidad de escuchar a su padre por unos minutos. «Porque no sé cuándo volveré a hablar con él o si volveré a hablar con él, y esa es la parte más aterradora», dijo.
Ha visto noticias de inmigrantes en detención que han sido reportados como desaparecidos por familiares, abogados y organizaciones defensoras de derechos humanos. Ha visto a familiares en noticieros, periódicos y redes sociales denunciando que han perdido la comunicación por varias horas o días con sus seres queridos. En la primera semana, tras el arresto, Sheena ha querido saber todo lo que hay que saber sobre las detenciones de inmigrantes en Estados Unidos.
Alligator Alcatraz ha sido uno de esos centros problemáticos. A mediados de septiembre, generó titulares alarmantes en medios internacionales, luego de que cientos de inmigrantes allí detenidos desaparecieran de la base de datos en línea del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés).

Sheena no suelta su celular ni un instante. No quiere perder ninguna llamada de su padre. Foto: Mónica Baró.
El padre de Sheena tardó cuatro días en aparecer en dicho sistema. Su hija supo que se lo llevaban porque él alcanzó a hacerle una llamada de 13 segundos a las 9:11 a. m. del viernes 26 de septiembre de 2025. Después de eso, su familia pasó 25 horas sin conocer su paradero, hasta que él llamó desde Fort Lauderdale. Sheena cuenta que no contactó entonces a ninguna institución para intentar localizar a su padre porque, el mismo día de su arresto, en la tarde, vio las noticias sobre la operación One Way Ticket en el centro de Florida: una serie de redadas que habían capturado a 354 inmigrantes en cuatro días, en un esfuerzo mancomunado entre fuerzas locales, estatales y federales. Su padre había sido uno de los 150 capturados en Brevard, el condado al cual Palm Bay pertenece.
«Si vienen a nuestro país sin permiso, si vienen a nuestro país ilegalmente, ustedes violaron la ley, y nosotros somos una nación de ley y orden», dijo Wayne Ivey, sheriff de Brevard, en una conferencia de prensa que transmitió en sus redes sociales cerca de las 11:00 a. m. del 26 de septiembre, y en la cual participaron distintos funcionarios públicos. El vicegobernador Jay Collins, por ejemplo, fue uno de los presentes. Allí dijo que Florida, con más de 1 millón de «extranjeros criminales», se mantiene y se mantendrá como modelo para el país, y que no tolerará el caos ni la anarquía. «Seguiremos desplegando todos los recursos disponibles para identificar, detener y eliminar a quienes intentan explotar nuestro estado y poner en peligro a nuestra gente», aseguró Collins.
Desde mediados de abril de 2025, Florida ha arrestado a más de 6 000 inmigrantes y respaldado la deportación voluntaria de otros 700; según aseguró Jeffrey Dinise, jefe del sector Miami de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos, también en la conferencia. Y hay planes de seguir adelante y construir nuevos centros de detención si es necesario.
El Centro de Investigación Pew, en un informe publicado en agosto de 2025, precisó que, después de Texas y California, Florida es el estado con mayor número de inmigrantes no autorizados —una categoría que incluye a personas que entraron legalmente, pero mantienen un estatus temporal o precario—. En el país son alrededor de 14 millones. La cifra aumentó de forma considerable entre 2021 y 2023, en unos 3.5 millones, y en Florida aumentó más que en ninguna otra parte; gracias, en gran medida, a los programas de protección contra la deportación implementados por el expresidente Joe Biden. Venezuela y Cuba fueron dos de los países desde donde más personas llegaron en ese período.
Ni Sheena ni su padre vieron venir el arresto del 26 de septiembre. Lo peor que podía pasar, pensaba Sheena, era que detuvieran a su padre solo por unas horas porque él encaja a la perfección en el perfil étnico y social que usualmente es blanco de redadas: piel morena, tatuajes, trabajador de la construcción. Tan pronto las autoridades supieran que él había entrado de manera legal a Estados Unidos, en 1969, con menos de 2 años, lo soltarían.
Sheena no estaba al tanto de que su padre tenía una orden de deportación desde 2016. Sabía que él había estado preso durante 364 días cuando ella era niña, pero no que tenía una orden de deportación. Tampoco su padre creyó que eso fuera algo tan importante como para hacérselo saber. Una jueza le había dicho en 2016 que a Cuba no podían deportarlo, que mientras compareciera una vez al año ante ICE, se mantuviera fuera de problemas y pagara sus taxes, estaría a salvo.

Fotos: Mónica Baró.
A menudo, Sheena le decía que tuviera mucho cuidado porque estaba trabajando en obras de construcción, en casas millonarias, llenas de obreros, y eso lo volvía un blanco fácil. Y su padre respondía: «Oh, don't worry, I'm good. I'm Cuban. I'm protected (Oh, no te preocupes, estoy bien. Soy cubano. Estoy protegido)».
A los siete días del arresto de su padre, luego de dormir por primera vez de noche, Sheena repasa el impacto que está teniendo todo esto en su familia: «No le he preparado la cena a mis hijos. No he ido a ninguno de sus entrenamientos esta semana. No he estado despierta cuando se preparaban para la escuela. Dos de ellos perdieron el autobús y ni siquiera me enteré. Es decir, no he sido madre en siete días porque he sido hija; de hecho, he sido madre de mi padre».
En busca de la libertad
José Manuel Allende nació en Matanzas, en 1967. Su hija no conoce las razones específicas por las cuales sus abuelos paternos abandonaron Cuba con sus hijos, entre ellos su padre, pero sí que estaban en contra de la Revolución que se puso en marcha tras el derrocamiento militar de Fulgencio Batista, en 1959, y que lograron salir de allá gracias a la mayor operación aérea de traslado de refugiados en la historia de Estados Unidos: los Freedom Flights o Vuelos de la Libertad. Cerca de 300 000 cubanos se exiliaron a través de dicho programa, entre 1965 y 1973, como resultado de un acuerdo entre el comandante Fidel Castro y el presidente demócrata Lyndon B. Johnson.
Los padres de José Manuel arribaron a Miami con poco encima. El Gobierno revolucionario prohibía que quienes dejaban el país en esos años se llevaran consigo bienes o dinero, excepto unas cuantas mudas de ropa, un anillo de compromiso, un reloj en la muñeca y, si acaso, pendientes; siempre que estas prendas, en su conjunto, no fueran tasadas en más de 200 USD. Sus viviendas, con todo lo que hubiera en su interior, eran expropiadas. A veces se veían forzados a abandonarlas incluso antes de su fecha de partida. Además, los hombres de las familias debían realizar trabajo forzoso en la agricultura a cambio del permiso de salida que otorgaba el Ministerio del Interior. Dice Sheena que su abuelo pasó varios meses en un central azucarero.
Una vez en Estados Unidos, el matrimonio enseguida comenzó a trabajar en lo que pudo y rechazó las ayudas económicas y legales destinadas a los refugiados. No quería deber nada al Estado. Temía que las ayudas de Johnson acabaran siendo como las de Castro. Al menos eso es lo que Sheena ha escuchado. No conoce con detalles la historia de su familia paterna, porque sus abuelos nunca aprendieron a hablar inglés, y ella no habla casi nada de español. Aunque dice que su abuela sí entiende el inglés, que se mantuvo muchos años sin decirlo para poder enterarse de qué se hablaba a su alrededor, hasta que un día intervino en una conversación entre sus nietos. Hoy ya anda cerca de los 90 años, vive en Miami, y todavía trabaja en lo mismo, aunque menos que antes: limpiando casas.
Le pregunto a Sheena si su abuela está al tanto del arresto del hijo —su abuelo ya falleció— y dice que de lo indispensable. Por su edad, su nieta prefiere que quede un poco al margen. Sheena es la única persona en su familia hablando ahora mismo con la prensa. Su padre, más que darle luz verde, le pidió que no guardara silencio. Cree que no tiene por qué sentir miedo de compartir su historia, porque ella es ciudadana por nacimiento, y su madre, ya fallecida, también, pero de todas formas se pregunta si será posible que le quiten su ciudadanía. «Nunca he estado en ningún otro lugar. ¿Adónde iría? ¿Me pasaría eso?». Dijo.
José Manuel nunca se hizo residente. Aunque la Ley de Ajuste Cubano existía desde 1966 y posibilitaba a cada ciudadano cubano que entrara de manera legal al país regularizar su estatus al cumplir un año y un día en territorio estadounidense, José Manuel se hizo adulto sin otro documento que el número de seguro social que recibió a su llegada con el programa de refugiados. Luego, obtuvo una licencia de conducción, y después cometió delitos que obstaculizaron obtener la green card.
Sheena cuenta que sus abuelos lo intentaron, que pagaron abogados con sus ahorros de obreros, y no sirvió de nada, hasta que ya no lo intentaron más. Que vivían de paycheck to paycheck: al día, de sueldo a sueldo, ingresando por un lado y pagando cuentas por otro. Que su abuela se vino a hacer ciudadana hace apenas diez años. Que también su padre, mucho tiempo después de saldar su deuda con la justicia, gastó alrededor de 15 000 USD en un abogado para resolver su situación y tampoco sirvió de nada. Ya luego José Manuel se confió y creyó que bastaría con mantenerse fuera de problemas.
De acuerdo con Sheena, su padre pasó 364 días en privación de libertad debido a unos altercados en los que estuvo involucrado en 1999. No obstante, los seis casos en los que constan cargos contra José Manuel Allende en los registros públicos de los Tribunales de Miami Dade —disponibles en su portal de búsqueda de casos criminales— no muestran una sentencia de cárcel. Habría que solicitar su historial a Correcciones y Rehabilitación del condado, si ello fuera relevante para este trabajo.
José Manuel quebró la ley y pagó por ello. No debe nada, enmendó su vida. A pesar de no tener más que octavo grado, José Manuel fundó su negocio, compró una casa y un carro, se casó por segunda vez y volvió a tener hijos: se volvió un testimonio del sueño americano. Cuando Sheena se mudó de Miami a Palm Bay, en 2005, se fue con ella.
En Palm Bay —una ciudad con una población de alrededor de 140 000 personas— trabajaba en obras de construcción, casi siempre pintando, en un barrio de millonarios. El día de su arresto, cuando los oficiales tocaron la puerta de su casa, José Manuel había acabado de dejar a su hija en la escuela, se había tomado un café y se disponía a salir a trabajar; es decir, no era una amenaza para su comunidad. Su encarcelamiento, en cambio, sí ha vuelto vulnerable a su familia, que deberá seguir pagando sus facturas, como si nada hubiera pasado, y asumir gastos inesperados de representación legal.
¿Qué pueden esperar los cubanos con orden de deportación?
Al menos hasta marzo de 2022, según una nota de Miami Herald, en Estados Unidos había 40 450 ciudadanos cubanos con una orden final de deportación por haber cometido delitos o violaciones migratorias. La mayoría de ellos había llegado de Cuba en el siglo pasado, durante los Vuelos de la Libertad, El Mariel (1980), o la crisis de 1994, y permanecieron a salvo, hasta cierto punto, porque Cuba se negaba a aceptarlos de vuelta.
Pero en 2017, poco antes de dejar la Casa Blanca, Barack Obama firmó con su contraparte en la isla un acuerdo migratorio que, además de eliminar la política «pies secos, pies mojados», comprometió a Cuba a aceptar la repatriación de cubanos, tras analizar caso a caso. Si bien en los vuelos de deportación que se han realizado bajo dicho acuerdo han predominado quienes entraron a Estados Unidos después de enero de 2017, también han incluido a quienes llevaban gran parte de su vida en EE. UU. y estaban con orden de deportación desde los noventa o comienzos de los 2000.
La abogada Liudmila Armas, especializada en casos migratorios en Estados Unidos, explica que, en su experiencia, los clientes cubanos que ha tenido en estas circunstancias solían atravesar sin grandes complicaciones los chequeos anuales con ICE —que constituyen un requisito para la renovación de los permisos de trabajo—, pero que ahora la situación ha cambiado. Considera que existe un mayor riesgo de que la orden de deportación sea ejecutada.
«Mi última experiencia con un cliente en esta situación fue preocupante porque le dieron el reporte para dentro de cinco meses y no un año. Eso quiere decir que están aumentando el control sobre estos casos. Otra situación preocupante es el tiempo que demoran en renovar sus permisos de trabajo, que son por un año solamente —no por cinco, como las personas en proceso de asilo o que esperan su residencia—, y entonces se les dificulta seguir empleados y renovar la licencia de conducción», dijo.
No presentarse a la cita con ICE, advierte Armas, no es una opción. Ello podría conllevar a un arresto, sea en la última localización facilitada o al azar, en la vía pública, si la persona es detenida mientras conduce. Lo recomendable es asistir al chequeo regular con el Formulario I-246 (Application for a Stay of Deportation or Removal), que puede evitar un arresto o agilizar el proceso de solicitud de paro de la deportación por razones humanitarias, médicas o familiares.
«La mayoría de estas personas tiene una edad en la que se presentan serios problemas de salud, o un cónyuge residente o ciudadano con serios problemas de salud, o incluso hijos ciudadanos menores de edad o con necesidades especiales que dependen económicamente de ellos»; precisa Armas.
Y el estatus de refugiado no ofrece una protección extraordinaria a quienes poseen una orden de deportación. Incluso, si Cuba no los acepta, podrían ser enviados a un tercer país. Luego, en este escenario, el regreso a Estados Unidos es difícil, aunque no imposible. «Toma años, además de la aprobación de perdones, que dependen del tipo de crimen por el que estas personas fueron sancionadas y de tener una aplicación pendiente que ampare la solicitud del perdón», explica.

José Manuel Allende / Fotos: redes sociales.
«Si alguien ha sido rehabilitado, puedes decir que soy yo»
En Alligator Alcatraz, Juosé Manuel pidió una biblia y le dieron un libro en español sobre la vida tras salir de prisión. Contó a su hija que las luces nunca las apagaban y que había perdido la noción del tiempo. Solo por el tipo de comida que recibía calculaba el momento del día en que se encontraba.
Pero tampoco podía comer adecuadamente. En algún momento, en lo que esperaba a ser trasladado a Alligator Alcatraz, perdió su dentadura. Se la quitó probablemente para dormir, supone Sheena, y alguien la botó. Eso ha dificultado su comunicación con el abogado, porque le cuesta darse a entender sin dientes.
Al mediodía del séptimo día de su arresto, José Manuel llamó a Sheena. Ella le hizo saber que había una periodista en su casa, escuchando la conversación, y él contó más o menos lo mismo que ya su hija había contado. Se quejó específicamente de la comida, que era poca y mala, menos que la que reciben los niños en las escuelas, y de que los guardias tratan a los detenidos como criminales.
«No se supone que nos traten así. Se supone que tengamos derechos. Por eso fui a la cárcel y cumplí mi condena: para recuperar mis derechos. ¿Y ahora van a sacarme de la calle y quitarme mis derechos otra vez? ¿No hay rehabilitación? Si alguien ha sido rehabilitado, puedes decir que soy yo», dijo José Manuel.
Cuatro días después de esa llamada, el 8 de octubre, José Manuel fue transferido a una prisión federal en el centro de Miami. Su hija dice que ahí lo tratan mejor que en Alligator Alcatraz, aunque se comunican menos. Su padre tiene derecho a 500 minutos de teléfono al mes, por los cuales su familia paga, y realiza dos llamadas al día. Una a Sheena y otra a su esposa y a sus hijos menores.
Todavía sigue sin dientes. Sheena dice que ya debe esperar a salir para hacerse una nueva dentadura, porque sus encías se dañaron con la comida que ha recibido, y su último molde no serviría. Ahora, compra ramen en la prisión con dinero que le mandan: 14 raciones cada dos semanas. Y otro recluso comparte con él su recipiente y cuchara.
Afuera, en Palm Bay, Sheena recauda fondos en su comunidad para cubrir gastos legales y promociona ofertas en su negocio de fotografía. Dice que, en Palm Bay, casi nadie sabía sobre sus raíces cubanas, o que su padre había nacido en Cuba; no porque fuera un secreto, sino porque han vivido como cualquier otra familia americana. En distintos momentos, Sheena insiste en eso, en que su padre es americano, aunque no tenga residencia o ciudadanía, y que este país es todo lo que ha conocido.
Al mismo tiempo, Sheena reivindica su identidad y realiza publicaciones en sus redes sociales con banderitas cubanas. Hace unos días, en una de esas, en la que agregó corazones rotos, escribió: «Ahora estoy en un mundo donde tengo que esconder mi corazón y mis creencias. Pero de alguna manera le mostraré al mundo lo que hay dentro de mi corazón y seré amada por quien soy».











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