Siro del Castillo: «hace mucho tiempo que perdoné a mis victimarios»

Foto: captura de pantalla / Cuba y su Historia / YouTube.
Siro del Castillo falleció en Miami el 26 de julio de 2025. Tenía 82 años. Había nacido en La Habana, en 1943. Hace dos años conversé con él. Tres llamadas de poco más de dos horas no bastaron para hablar todo lo que hubiera querido. Hablamos sobre su oposición en Cuba, sobre familia, política, migración y hablamos sobre sentimientos.
A mí me interesaba contar la historia de Siro en clave emocional. ¿Cuánto había sufrido por ser opositor en Cuba? ¿El sufrimiento había sido consecuencia inevitable de la «navegación emocional» o había contribuido a apuntalar un régimen restrictivo?
«Navegación emocional», según el historiador William Reddy, «incluye la posibilidad de cambiar radicalmente de rumbo, así como la de hacer correcciones constantes para mantener el rumbo elegido». La navegación —un término metafóricamente hermoso— está muy ligada, en la teoría de Reddy, con la libertad emocional, el esfuerzo y el sufrimiento.
Me interesa contar la historia de Siro en clave emocional porque abre otro camino para hablar del régimen cubano, para demostrar que su dominación durante décadas no dejó de lado a los sentimientos. Las emociones se convirtieron en herramientas que a su vez posibilitaron otras para apuntalar la autocracia. Para instaurar el miedo. Para premiar el amor al Gobierno y sus líderes. A fin de cuentas, como afirma José Ramón Torregrosa: el sentir, el afecto o la sensibilidad no son cuestiones que las sociedades dejan a la espontaneidad.
¿Cuánto y cómo había castigado el Estado cubano a Siro? ¿A qué metas había tenido que renunciar? ¿Qué esfuerzos había tenido que hacer? ¿Cómo había gestionado sus emociones frente a los conflictos? ¿Había llorado? ¿Sentido miedo? ¿Se había decepcionado? ¿Se había arrepentido?
Siro del Castillo no pudo regresar a Cuba después de que se exilió. Quiso hacerlo. La última vez que averiguó, le dijeron que alguien importante lo había puesto hacía mucho tiempo en una lista para impedirle su ingreso a la isla y que nadie se atrevía a quitar su nombre de allí. Lo más cerca que estuvo fue en la Base Naval de Guantánamo. Fue estar muy, muy cerca y muy, muy lejos, me dijo.
Si tuviera que quedarme con una idea de las que me dijo Siro sería esta: «hace mucho tiempo que perdoné a mis victimarios (…) y le pedí perdón a las víctimas que yo pude causar producto de mi acción».
El testimonio de Siro puede ser importante para la Cuba futura. No sé si esta fue una de las últimas entrevistas que dio. Si así fuese, estoy agradecida y en deuda.
Dejo acá una curaduría de sus palabras.

Foto: Faceboook.
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Desde el punto de vista ideológico me defino como socialcristiano; esos principios y valores han guiado mi vida desde muchacho, tanto en lo personal como en lo político. Esos principios y valores fueron los que chocaron inicialmente con el proceso que se empezó a desarrollar en Cuba.
Por otro lado, yo pinto y he trabajado muchas veces como artista. Pero la vida y las circunstancias y la garantía de tener un salario seguro me hicieron cambiar. Pudiéramos decir que soy un artista frustrado, en el sentido de no haber podido desarrollarme en lo que más me gustaba.
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Mi primer choque [con «la Revolución»] fue a través de mi hermana. Ella estudiaba en una universidad privada y una de las primeras normativas que estableció el Gobierno fue la número 11. Esa norma decía que las personas que se graduaran de una escuela privada tenían que esperar dos años para ejercer sus profesiones. El objetivo era igualarlos con los estudiantes de la universidad pública que estuvo mucho tiempo cerrada cuando se hizo más intensa la lucha contra Batista.
Por supuesto que hubo oposición a esa ley y mi hermana estuvo envuelta. Nosotros vivíamos a dos cuadras de la universidad donde ella había estudiado y yo iba a ayudarla a hacer pancartas, proclamas, declaraciones…
Mi segundo choque fue cuando empezó la oposición abierta. Comenzaron a eliminarse las organizaciones de la sociedad civil, intervinieron los colegios profesionales, los sindicatos; se inició la política en contra de la Iglesia católica… Yo estudiaba la secundaria en un colegio católico y lo que sucedía se convirtió para mí en un enfrentamiento ideológico.
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Mi aspiración en aquella época desde el punto de vista educacional era terminar el bachillerato y comenzar mis estudios en la universidad. Eso se interrumpió cuando decidí unirme a la oposición.
La lucha contra el Gobierno comenzó a ser violenta. Mientras más violencia había por parte de la oposición, más violencia había por parte del régimen. Todo lo que no coincidiera con la política del Gobierno, automáticamente, se definía de contrarrevolucionario. Dentro de ese cuadro, yo estaba envuelto.
De ser un miembro de una organización estudiantil, pasé a convertirme en un miembro de una organización de lucha violenta: el Directorio Revolucionario Estudiantil. Hacíamos lo que en aquel tiempo era común hacer.
Uno sabía que estaba en riesgo, pero quizá esa inocencia juvenil, eso de que a mí no me va a pasar, a mí no me van a coger… hacía que no lo pensara mucho.
Al caer preso y, después, al salir de prisión, la posibilidad de seguir el camino que yo tenía ambicionado —graduarme de bachillerato, ir para la universidad— se vio frustrado porque en aquel tiempo si tú habías estado en la cárcel no podías acceder a la universidad. Yo deseaba estudiar arquitectura, igual que mi padre y mis hermanos, pero no lo pude hacer. Ahí se terminó mi carrera estudiantil.
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A mí me apresaron dos o tres días antes de la invasión de Playa Girón. Luego del bombardeo en La Habana y en Santiago, el Gobierno empezó una recogida masiva de toda la gente que se sabía que discrepaban. Se calcula que hubo más de 50 000 personas detenidas y que esa recogida continuó después de la invasión. Hubo lugares que estuvieron una semana sirviendo como cárcel.
Muchos, como yo, caímos presos en esa redada. El Gobierno fue a detener a un gran amigo mío, pero no lo encontraron en su casa. Nosotros nos enteramos, logramos localizarlo y decirle que se escondiera. El chivato le dijo entonces a los de la Seguridad: «mira, él tiene un amigo que se llama Siro del Castillo, y si este está metido en algo y es parte de un grupo, el señor Siro del Castillo también».
Con la misma, fueron y me cogieron preso. Yo tenía 17 años. Lo simpático y triste es que cuando me llevan para lo que era el G2 —unas casas que había en Quinta avenida y 14, en Miramar—, durante todo el tiempo que me interrogaron, yo no tuve que mentir. Lo que me preguntaban eran cosas en las que estaba metido el amigo mío. Por lo tanto, cuando yo les decía que no sabía nada de eso, era verdad. De ahí, me llevaron para La Cabaña y luego vinieron los juicios.
Me metieron en una causa con otra gente que yo no conocía y me juzgaron. En la causa había siete personas, cuatro adultos y tres menores de edad, entre los que estaba yo. En el juicio, al principio, yo aparecía como adulto, pero el abogado que me defendió logró que me trataran como menor de edad. A los adultos le pedían 20 años; a los menores le pedían hasta la mayoría de edad (21 años).

Foto: captura de pantalla / Cuba y su Historia / YouTube.
Básicamente, a mí me inventaron un encauzamiento porque yo no estaba envuelto en nada de lo de la otra gente de esa causa. Se juzgaba y se condenaba por convicción. O sea: «yo sé que fulano está metido en algo, no sé en qué, pero yo lo voy a condenar de todas maneras».
Uno de los menores juzgados era hijo de un personaje importante, su padre tenía una buena relación con un alto dirigente del Gobierno. A ese menor, pese a que en el juicio lo condenaron, igual que nos condenaron a todos, no lo llevaron preso. El padre de ese muchacho y algunos de mi familia hicieron gestiones para que nos soltaran. Primero me soltaron a mí y después soltaron al otro menor, por lo que no cumplí la condena completa en prisión.
Sin embargo, los tres terminamos sentenciados y debimos estar bajo custodia familiar. Nos sacaron de prisión con esa condición. A mi padre le dijeron que yo no podía estar en La Habana y entonces me fui a trabajar con él para Pinar del Río.
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En aquel tiempo, pensar distinto era un pecado. No obstante, yo nunca pensé en lo que me podía pasar a mí, sí pensé en el daño que le podía ocasionar a otras personas. No teníamos la experiencia de lo que nos podía pasar porque no habíamos estado activos en la lucha contra Batista. Quizá eso nos creaba un falso sentido de seguridad, de decir: «no, a mí no me van a coger».
Cuando empecé a pensar más seriamente en las consecuencias fue cuando caí preso, sobre todo cuando me llevaron para La Cabaña.
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Déjame contarte un cuento absurdo. Cuando salí de prisión y trabajaba junto con mi padre, decorábamos restaurantes, hoteles…, lo que se construyera en aquel tiempo.
Un día, una de las decoradoras del departamento me dice: «mira, Siro, nos han dado un encargo (era un proyecto en la Terminal de Ómnibus Interprovincial de La Habana). Hay una pared y queremos que pintes un mural ahí, algo que entretenga a la gente, que tenga mucho colorido». Yo hice un boceto, se lo di a ella, lo aprobaron y empecé a pintarlo junto con un amigo.
Una de esas noches en las que estábamos trabajando, vino un señor vestido de miliciano y le dijo al amigo mío: «oye, ven acá, la verdad que el mural está muy bonito, pero yo no veo ahí pintado los avances de la Revolución en el transporte, el trabajo voluntario; yo no veo ahí nada de eso».
Pasado aquel incidente, nosotros seguimos pintando dos o tres días más. El mural estaba casi terminado y una mañana temprano, cuando fui a recoger materiales, me encontré con mi padre que me dijo: «ni subas, mandaron a tumbar el mural tuyo porque dicen que es contrarrevolucionario».
Decidimos entonces ir a ver al director del organismo en el que trabajábamos. Él llamó a Faure Chomón, quien era el ministro de Transporte, y cuando terminó la conversación se viró para mí y para mi padre y nos dijo: «aquí no hay problema ninguno, es todo un absurdo, Siro, no tienes por qué preocuparte. Lo que pasó fue que tú pintaste unas mariposas grandísimas y las mariposas son la reencarnación de los gusanos».
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Mi familia directa sí sufrió. Mi prisión trajo consecuencias para mis padres y mis hermanos. Mi madre tenía que irme a visitar a La Cabaña. Lo que les hacían a las mujeres que visitaban a los presos era increíble, los maltratos, la forma en que las trataban…
Mi padre también debe haberlo sentido, aunque no sufrió como mi mamá, pero debe haber sufrido que un hijo esté preso y que no se sepa qué va a pasar con él. Pero nunca dejaron de apoyarme.
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Cuando cumplí mi condena, tenía 21 años y estaba vigente la ley del Servicio Militar Obligatorio, la cual regulaba que ningún joven de entre 15 y 27 años podía salir de Cuba. Tenía que esperar lo más tranquilo posible seis años para poder irme.
En realidad, yo estaba exento del Servicio Militar porque sufrí un accidente cuando tenía 13 años y perdí la vista del ojo derecho. En cualquier parte del mundo eso era razón para la excepción del Servicio. Menos en Cuba.
Cuando cumplí 27 años, el primer paso del procedimiento para presentar los papeles de salida era renunciar al centro de trabajo y así lo hice. Con la carta de renuncia, empecé la gestión para obtener el pasaporte. Me dieron el pasaporte.
En el ínterin, en mayo de 1972, el Gobierno cubano decidió suspender las presentaciones para irse del país. A mí me cogió esa decisión en el aire porque todavía no tenía todo listo para presentar mis papeles.
Por otro lado, yo había renunciado a mi trabajo y en el país estaba vigente la ley contra la vagancia. Toda persona que tuviera entre 15 y 65 años tenía que estar incorporada al sistema nacional de enseñanza o a la fuerza de trabajo del país. Quienes no estuvieran en ese estatus, como yo, se encontraban en estado predelictivo, por lo que tenían que ir automáticamente seis meses para una granja. Me tuve que presentar en la estación de Policía del vecindario mío para que me ubicaran.
Pasaron alrededor de tres semanas y el oficial me dijo: «Mire, hemos encontrado una granja que está aquí cerca de La Habana y que es donde están yendo las personas con capacidad disminuida».
Fue complejo adaptarme a ese tipo de trabajo en el campo. Eran granjas de floricultura. El trabajo era muy duro porque no solo era la guataca, sino cargar los sacos de abono y regar el abono, el regadío, mover las tuberías…
Cuando estaba en la granja, mi hermana hizo gestiones para volver a incluirme en los Vuelos de la Libertad. Un día, mi padre me fue a buscar: «te llegó anoche el telegrama de salida», recuerdo que me dijo.
El telegrama me citaba para que me presentara en Inmigración. Me dieron de baja en la granja. Al día siguiente, me presenté en inmigración que estaba en una zona conocida como El Laguito.
Me senté con la persona de inmigración que me tocó y entregué los papeles y con la misma me dice: «¿Dónde está la liberación? Si usted no tiene la liberación, no puede irse».

Foto: captura de pantalla / Cuba y su Historia / YouTube.
Me planchó. Imagínate, yo salí de allí muy desesperanzado. Intenté obtener la famosa liberación, pero no pude. Luego, mi tía me consiguió una entrevista con otro funcionario de inmigración. El señor, con mucha calma, me volvió a decir: «Mire, mientras usted no tenga la liberación, no se puede ir del país. La liberación es una investigación que le estamos haciendo a todas las personas que fueron de las Fuerzas Armadas o de la Policía en tiempo de Batista, y de las Fuerzas Armadas o de la Policía ahora con la Revolución, y a los expresos políticos. Puede durar seis meses, un año, dos años, todo depende».
Como no sabía cuándo estaría mi liberación, tuve que volver a trabajar en la granja. Ahí estuve hasta un buen día en el que nuevamente se apareció mi padre con otro telegrama de salida. Me volvieron a dar de baja y al día siguiente me presenté en inmigración.
No me pasó nada, todo fue bien y me dieron el papel para que me presentara esa noche en el aeropuerto de Varadero para salir del país. Me pasé la noche en el aeropuerto. Primero, me procesaron las autoridades cubanas.
Cuando aquello había dos Vuelos de la Libertad al día. En el primer vuelo venían oficiales de inmigración de Estados Unidos y dos médicos. Al día siguiente, por la mañana, empezaron a procesarme las autoridades estadounidenses.
Un oficial de inmigración me entrevistó, me hizo preguntas, chequeó los papeles, la correspondencia de los nombres, la reclamación. Después me pasaron con el doctor, me hizo un examen médico superficial y con la misma me tocó salir en el segundo vuelo del día y vine para Estados Unidos en 1972.
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Cuando llegué a Estados Unidos, viví un tiempo en Washington con mi familia. Mis dos hermanos me consiguieron trabajo en una oficina de ingenieros. Y ahí estuve hasta que después vine para Miami, donde hice varias cosas. Primero en la construcción, después en un taller de artes plásticas que un escultor amigo mío y yo fundamos. Hasta que vino el éxodo de Mariel en 1980.
En el momento en que empieza el Mariel, mi esposa —que era funcionaria de la administración de la municipalidad— me dijo que estaban buscando voluntarios y me llamó para que ayudara. Sin ser trabajador social ni tener vocación, me vi envuelto en ofrecer ayuda a los refugiados que llegaban.
Eso se extendió y terminé también trabajando como director de un campamento para refugiados cubanos y haitianos. Después dejé de laborar directamente en el campamento, pero traté de seguir ayudando a los refugiados, en particular al grupo de cubanos que se encontraban presos en Atlanta tras su llegada.
Luego, volví a estar con el escultor amigo mío en el taller. Y después me fui a trabajar con un señor con el que había trabajado en Cuba. Aquí he estado desde entonces.
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Hace mucho tiempo que perdoné a mis victimarios. Pero a la vez que perdoné a mis victimarios, le pedí perdón a las víctimas que yo pude causar producto de mi acción. Estoy arrepentido, de otra forma no te lo puedo decir. No te voy a decir que me sienta tranquilo, porque eso es algo que va conmigo.
Si no llegamos a entender que necesitamos un proceso de reconciliación, que tiene que empezar con la reconciliación con uno mismo, después pasar a la reconciliación con los demás, no tenemos futuro. Nosotros no podemos seguir siendo miembros de los grupos de respuesta rápida o miembros de la porra, como en el tiempo de Machado.
Yo no puedo seguir pensando en venganza y tengo la obligación de pedirle perdón a cualquiera que haya perjudicado.
Nota: Agradezco al periodista Boris González Arenas, quien me puso en contacto con Siro.
Esta entrevista forma parte de la tesis doctoral «La oposición fantasma. Sufrimiento, resistencia y libertad. Emergencia e institucionalización de un régimen político emocional en Cuba tras 1959 y su papel en la subordinación de actores» de la Universidad de Guadalajara.
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