Tótems y tabúes: lxs cubanxs y el cine para adultos (II y final)

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Tótems y tabúes: lxs cubanxs y el cine para adultos (II y final)

27 / noviembre / 2021

Viendo porno internacional heterosexual, si nos anclamos a la lógica elemental, menos hombres aprenden a hacer un buen cunnilingus en comparación con el porcentaje de mujeres que aprende (casi por un disimulado decreto) a hacer una buena felación. ¿Quién controla y regula los placeres, sus formas, sus funciones? Esas caricias básicas están diseñadas desde la mentalidad patriarcal: todos debemos aprender a mamar bien, pero las mujeres más que los hombres.

Más allá de las costumbres regionales y de los cambios de paradigma en la historia de las representaciones del sexo, los tabúes y los tótems siguen ahí, influyendo en los intercambios sexuales de todo tipo. 

Este es un mundo-selfie, un mundo donde el espejo de las fotografías y los videos replica no lo que somos sino lo que quisiéramos ser, y en esa aventura hay preguntas esenciales que tienen que ver con el sexo y sus emblemas, el sexo y sus ficciones, el sexo y lo «prohibido» (los tabúes), el sexo y la conducta totémica (los tótems, lo que se idealiza, lo que casi se convierte en talismán, en objeto de adoración o en ideal).

Entre cubanxs, y con respecto al «legendario» espacio-tiempo de la pornografía heterosexual internacional, el hombre siempre tiene que eyacular y la mujer tener al menos un orgasmo. Sin embargo, cuando algunos jóvenes se filman teniendo sexo (y, como se sabe, el acto mismo de filmar modifica el intercambio sexual porque hay un «observador» tecnológico), no siempre buscan exactamente eso, sino una testificación, un mostrarse en el momento de los placeres con independencia de los orgasmos. Y no es que el paradigma se ponga en crisis. Ocurre, simplemente, que no se toma en serio.

Hay otros tabúes y tótems. Por ejemplo, que hay que huir de una dosis «demasiado» alta de lirismo o de ternura, pues pondría en riesgo la deleitable y revolucionaria «morbosidad» del sexo. La pornografía enseña a no ser lírico. Más bien enseña a imponer (a veces con sutileza, a veces directamente y hasta con humor) el ego sexual. La pornografía induce a eliminar del sexo la zona de los afectos, lo cual ocasiona, en el plano de la cotidianidad, verdaderos desastres.

El porno internacional «hace» del ligue y el sexo de ocasión algo sencillo, como si se tratara de un ritual de apareamiento que un sujeto debe aprender a ejecutar. No es que el sexo ocasional sea malo. Lo malo es cuando esos rituales se transforman, con facilidad, en verdaderos asedios, en formas de acoso que revelan lo peor de la violencia del machismo y la cosificación de las mujeres.

Otra «suposición» funesta: que la excitación está a la orden del día pues «aparece» con rapidez, entusiasmo y está promovida por un deseo enorme. En esto la «pornografía cubana» tiene cierta «experiencia» natural: no conozco video en el que los varones no enseñen, desde los primeros segundos del metraje, erecciones consistentes y barnizadas por algunas gotas de vanidad. Las cámaras, sin embargo, casi no registran (por impericia, por desinterés, por ignorancia) la lubricación femenina, ni se regodean (como ocurre en algunos momentos del porno internacional) en las formas de la vulva, los labios menores o el clítoris. 

El porno internacional enseña a estos pornógrafos transitorios que la penetración ha de ser un frenesí de mete-y-saca que sea enérgico y que no revele signos de cansancio. Si no fuera porque es patético y redundante y aburrido, muchos de esos videos darían risa. Centran lo mejor del intercambio sexual en ese mete-y-saca invencible. Nadie filma el momento del cansancio. La pérdida de erección es un drama tabú: no existe. El mete-y-saca es lo medular. De cien videos caseros cubanos, noventa ponen el mete-y-saca en primer plano, y solo diez exhiben el rostro de alguien lamiendo/chupando un clítoris voluptuosamente. 

Es extraño ver a un jovencito, de los que se filman teniendo sexo en Cuba, cuyo pene sea de proporciones discretas o pequeño. Tener un pene pequeño es, a la larga, una maldición condicionada por el porno internacional. Sin embargo, ¿alguien recuerda la calentazón maravillosa visible en las primeras escenas de El imperio de los sentidos, la película de Nagisa Oshima, en las que el amante posee un pene discreto (breve para los míticos estándares de la cultura sexual patriarcal occidental) y ella, Sada Abe, lo acaricia con maravillosa sensualidad y honda pasión?

Otra cosa: ¿hay que expresar el deleite del orgasmo por medio de un sistema de señales explícitas, tal si fuera una micro puesta en escena (que no necesariamente implica fingir), o cada quien evidencia sus orgasmos a su modo, en completa libertad de ser quien es y de enunciar su satisfacción con sinceridad y desenvoltura? La refocilación ha de ser desenfadada, digo yo. Si quieres gritar y te complace hacerlo, grita. Pero si gimes auténticamente, no hay que seguirle la rima a los alaridos de la pornografía. Según he podido ver en los videos de cubanxs, los orgasmos se «transforman» al ser filmados. Y llama la atención que ellos apenas susurran mientras ellas manifiestan una extroversión pautada tal vez por los estereotipos.   

En el «porno cubano» por suerte no suele haber violencia física. Hay una suerte de dramatismo tropical un tanto risible. No violencia física; verbal sí. 

No he visto, digamos, a un tipo dándole nalgadas a una mujer; tampoco he visto a una mujer estimulando el ano de un jovencito audaz. Sombras, silencios, impedimentos, creencias. Ocultación y vergüenza.

Y, al llegar a este punto, escucho esta amenaza: «Mami, si te cojo por el culo con esto te mato», dice un joven a su novia mientras otro, amigo de ambos que antes solo filmaba, entra en el ruedo y participa abandonándose a una felación. ¿Sexo anal en el «porno» cubano? Casi nunca. Pero tampoco es tabú. Y, aun así, tal parece como si el sexo anal fuera tomarse un vaso de agua, de acuerdo con lo que la pornografía nos enseña. «El sexo anal y el rendimiento erótico de la sumisión», induce a pensar el esquema básico de ofrecimientos de la industria. «El sexo anal, el orgasmo y la posibilidad de que no haya un embarazo» podría ser otro titular. 

No se filma el sentimiento en la industria pornográfica, excepto en algunas «líneas de producción» en las que no hay diálogos (que evitan exponer la impericia de los actores) sino ralentizaciones con música ad hoc, generalmente electroacústica y muy cool. La música es importante concretamente allí pues queda subrayada como envés lírico del sexo, aunque lo que estemos viendo sea una atrevida penetración anal.

Lo más terrible de todo esto es que, incluso en ese rudimentario e inconsciente porno insular, las cubanas devienen puros objetos sexuales que reproducen los esquemas patriarcales del placer masculino. E independientemente del grado de emancipación que florece en el acto mismo de poder elegir qué hacer y qué no hacer en el sexo, se entregan así, con candor y goce, a una visualidad que a la larga erosiona sus libertades esenciales bajo el disfraz de una libertad espuria, fraudulenta.


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