Increíble, pero cierto: llegó la wifi a mi barrio. Al centro de Manopla, en Bayamo.
Hubo antes un fallido experimento frente al policlínico que no prosperó por las quejas de los pacientes y familiares adoloridos. Luego, la iniciativa estuvo durante meses en el horno, porque no se encontraba un lugar adecuado para trasladarla. Como acá cualquier concentración de gente se torna peligrosa para las autoridades, me imagino que se lo pensaran bastante. Hasta ahora, que decidieron ponerla en plena calle 10, en el medio de la nada. ¡Pero la pusieron!
Si lo pienso bien, la wifi llegó adelantada; antes que el gas licuado, el agua corriente o los conductos para las aguas negras. Llegó, incluso, antes que el foco de la esquina, prometido por el delegado desde hace años.
Antes, cuando solo disponíamos de la patriótica internet del Parque, había que emperifollarse para ir tan lejos (en el campo nos arreglamos mucho, hasta para comprar el pan) a conectarse para cualquier bobería; por lo que los guajiros nos poníamos un poco tímidos, y solo acudíamos a la conexión para hablar con el hijo afuera o la madre de misión.
Ahora ya no es así: en el centro de Manopla han plantado una wifi, que pende de un flamante transmisor Huawei, en el poste de la luz que ilumina el área del quiosquito de la shopping TRD.
El hecho nos ha removido el piso y solo es comparable con la llegada del circo
Viejos, jóvenes y niños revolotean como insectos atraídos por la luz alrededor del poste, y un nuevo catre para la venta de chicle y caramelos ya prospera allí. ¡Hasta genera empleo el fenómeno de la wifi!
La gente se da pequeños empujoncitos, como cuando te da vergüenza sacar a la chica linda a bailar y alguien te anima; y van desenfundando celulares, tabletas y laptops.
Emilia, la vieja que vende café por cucharadas, tiene una tableta; y el nieto, Emilito, que no es más grande que sus mocos malcriados, ya sabe manejar un celular medio viejito. La verdad es que no me imagino cómo les habrá cambiado la vida el hecho de que ahora tengan internet allí, tendré que preguntarles en un tiempito. Lo cierto es que la venta de cupones de recarga, en el mosqueado minipunto de ETECSA de la esquina, se ha disparado.
Es increíble que en este barrio pobre, donde la urbanidad va llegando tan tímidamente, y aún algunos se pasean a caballo al pelo calle arriba y calle abajo, la gente esté dispuesta a pagar los 1.50 CUC que ETECSA blande como su tarifa estrella. Es increíble que la sed de información, de verdad y de belleza los haya tocado de una manera irreversible. Es increíble, es triste por lo tarde… pero es, innegablemente, bueno. Porque “la verdad, una vez despierta, ya no vuelve a dormirse jamás.”
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