Fue en la Cuba de los ochenta. Para Mariana siempre fue igual: del trabajo a la casa, al trago y al televisor. De ahí a la cama. Desde que recuerda, su padre bebió cada día. Los fines de semana, comenzaba particularmente temprano, después de la “visita de médico” a su abuelo y a sus tías.
Parece una dinámica muy simple, y en realidad lo es. Muchas veces lo jodido no deja de ser simple. Con 55 años el Padre ya no tiene remedio. El alcoholismo, como casi todas las adicciones, no es algo que se cure, al menos no definitivamente. Ella lo aprendió en las consultas y las terapias grupales con otros enfermos, a las que asistió hace dos años para acompañarlo. Pero al Padre no le gusta conversar con extraños, de hecho, a él no le gusta conversar para nada. Un día Mariana lo escuchó confesar que se da unos tragos desde los 16 años y sintió escalofríos.
El 10 de noviembre de 1818 Elisabet Maria Hasselhuhn parió a uno de sus trece hijos, Magnus Huss. El niño nació en Dombäck, un pueblito en Suiza separado de La Habana por 17 horas y 50 minutos y cerca de 8.273 kilómetros en avión, según Google Maps. En ese país, uno de los primeros países consumidores de alcohol en el mundo, Magnus se hizo médico y con la edad de 31 escribió su ‘Alcoholismus Chronicus, or Chronic Alcohol Illness. A Contribution to the Study of Dyscrasias Basedonmy Personal Experience and the Experience of Others‘, donde utiliza por primera vez en la historia del borracho la palabra alcoholismo para agrupar las afecciones atribuibles al abuso del líquido. En síntesis, éste fue el inicio de la historia del alcoholismo como enfermedad.
Pero el Padre no es combatiente, ni militar, ni dirigente, ni nada. En ese mismo pabellón estuvo Diego Armando Maradona, le decía Mariana como consuelo en las visitas diarias. Había un gimnasio, y hasta lo convenció de que hiciera ejercicios. Pero el Padre salió de allí con algo definitivamente roto. Nadie más lo supo, pero Mariana lo conoce bien.
A partir de que el Dr. Eduardo Bernabé Ordaz asumiera la dirección de la antigua Casa de Dementes de la Isla de Cuba, el actual Hospital Psiquiátrico de la Habana se convirtió en un centro de referencia nacional. Cuentan que antes era horroroso, como una escena cualquiera de ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’, la novela de Ken Kesey, y que después los locos recuperaron su dignidad y se sintieron útiles. Pero eso, con la venia de la crisis y la sobrevivencia, de la indolencia y de los absurdos burocráticos, cambió. Así de simple y jodido.
El alcoholismo puede compensarse, pero hasta hoy la fuerza de voluntad es la principal medicina. En Cuba la prevalencia de esta enfermedad ronda el 5% en la población de 16 o más años, uno de los índices más bajos de América Latina.
Su incidencia es del 40% en los ingresos de los servicios de urgencia, y de un 20 a un 25% en las muertes por accidentes de tráfico en el país, según dice la III Encuesta Nacional de Factores de Riesgo y actividades preventivas… Aquí el 45,2% de la población mayor de 15 años consume bebidas alcohólicas.
La primera recaída del Padre ocurrió en diciembre; los síntomas eran inequívocos. Magnus Huss los había descrito desde 1849. Botellas de diferentes alcoholes fue el obsequio de fin de año de sus compañeros de trabajo. Irrespeto. El Padre había estado sin beber los primeros 45 días en el mismo pabellón donde estuvo Maradona, en un Hospital Siquiátrico que ya no es digno como cuando estaba el Dr. Ordaz. En total, hasta aquel 29 de diciembre, había resistido exactamente 11 meses y 27 días. De ahí en adelante Mariana perdió esa cuenta.
El Padre, por demás, no tiene amigos, es un hombre solo en el mundo porque así lo ha decidido. Cuando era niña, en la televisión se ponía mucho un mensaje de bien público que terminaba más o menos así: “El viejo Andrés va a morir solo…”. La idea de que el Padre muera solo le produce asfixia a Mariana, porque ya no hay vuelta atrás. Hace mucho que no hay vuelta atrás. Y eso es algo difícil de comprender, sobre todo de asumir. Es una carga ajena que pesa demasiado.
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