apagón en Cuba

Foto: Persona protegida

Crónica de un apagón anunciado

1 / mayo / 2023

Me dispongo a dormir temprano. Ha sido un día agotador, con mucho sol y varios ajetreos de colas y burocracias. Prendo el ventilador y me acomodo en la cama. Se oye un ruido eléctrico [bzz]. Ese es el ruido de los equipos, aparatos o dispositivos, cuando pierden el flujo de electricidad.

―No chive, asere.

El alarido se vuelve colectivo. Una vecina nombra efusivamente el apodo peyorativo del presidente, acompañado, cual fresas al champán, de dos o tres malas palabras. La señora del biplanta prende su generador eléctrico. El aparato irrumpe con un ruido de motor tan fuerte que enmudece a todo el vecindario. Nadie sabe de dónde saca la gasolina para tal empresa. Son las once de la noche. Ahora no tocaba, pienso mientras lanzo un suspiro de desolación. Reviso el canal en Telegram de la Empresa Eléctrica y advierto que, en efecto, no tocaba, pero hay una rotura en no sé qué sitio recóndito (Machurrucutu, Cangrejeras; en realidad, no importa). Empapado en sudor intento llegar al nirvana caribeño. Me duermo a los cinco, diez, treinta minutos, dos horas… el tiempo es irrelevante. 

Despierto con luz eléctrica, con un alivio de luto que nunca se sabe cuánto durará. Es lunes y la gente con algo de fuerza comienza la semana más activa de lo que debería. Ocho de la mañana, desayuno y me siento en la computadora a trabajar. «A las 10 se va», me dice mi tía. Me apuro y realizo varias tareas. Pocas, pero soy dinámico… [bzz].

―¡Coño, las menos cuarto! Ni siquiera a las en punto.

―¿A qué hora virará? 

―A las tres, tía. Son cinco horas con y cinco sin luz.

―¡Cómo aprieta esta gente, ñó!

Con alma de lunes, desenchufo la torre de la PC y el cableado. Monto en bicicleta y me dirijo a casa de mi padre. Vive en el otro bloque. Son solo dos bloques, el 1 y el 2. Una parte del municipio tiene luz cinco horas y la otra, no. Se rotan y, en dependencia de la rotación que te tocó, tienes catorce o diez horas de apagón. Es cierto que son menos horas últimamente, pero es una película que se ha repetido varias veces en los últimos tres años… La cosa empeorará. Si algo sé es que siempre puede ser peor.

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Las horas se apagón se alternan entre los bloques del vecindario. Foto: Persona protegida

Mi padre me ve llegar en bicicleta con la torre bajo el brazo, sudado, colorado por el sol. «Me recuerdas a mí en el 94, cuando tenía que ir hasta Marianao en bicicleta», se ríe el muy condenao.

―¿Para qué tú vienes? Aquí no hay luz. Ayer se quemó un transformador en la esquina y esta cuadra está en apagón desde las nueve de la noche. Como chinchineó un poco, no mandaron ningún carro a arreglarlo. 

―¿Y alguien llamó a la Empresa Eléctrica?

―Sí, par de vecinos. Ya sé reportó. Déjame intentarlo. 18888 es el número del diablo. Si tuviese que marcar al 666, sin dudas alguien contestaría más rápido. La probabilidad mayor es que la línea esté ocupada o que te salga la contestadora: «Nuestras operadoras están atendiendo otras llamadas, por favor, intente más tarde». 

Al duodécimo intento: «Buenas tardes, soy Niurka, ¿en qué puedo ayudarle?». Niurka no tiene la culpa. Ella también ha tenido diez o catorce horas sin corriente durante varios días. La trato bien, aunque sus respuestas no sean respuestas, aunque su diálogo sea un texto memorizado. Ella no tiene la culpa. 

Después del mediodía llega la corriente, conecto la torre al monitor de mi hermanito. Todo bien, hasta las tres de la tarde. Bzz. El caprino de dos patas desenchufa todo de nuevo y monta en su bicicleta de vuelta a su origen. Cambio de bloque. La gente protesta en los portales, se queja a regañadientes.

―Qué casualidad que esto empezó después de las elecciones, si no, nadie va. Y tú sabes que en La Habana no la quitan. Con media hora que la tumben allá, alumbran el país entero.

―Tas loca, niña, se vira aquello. Aparte, tú sabes que aquello es aquello y lo demás, áreas verdes. 

―Umjú, pero no es gracia, mija. 

Escuché todo aquello y seguí pedaleando en bicicleta con mi torre debajo del brazo. 

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Foto: Persona protegida

Me imagino qué habría pasado si yo hubiese ejercido mi título universitario como Dios manda. Con casi 30 años, ninguno de los sueños tontos de adolescente se ha cumplido. Tener una casa propia, un carrito, estar en un trabajo decente con un salario decente. Esas ideas se tornan cada día más ilusorias. Me dedico, como muchos jóvenes casi adultos, a vivir en el presente convulso, a «luchar el diario». Cuando empecé la universidad, ¿hubiese imaginado que diez años después estaría revisando en grupos de Facebook quién vende el cartón de huevos más barato?

―¿Llegaste? Corre que se va a las ocho de nuevo.

―¿De nuevo? Ñó, si llegó ahora mismo.

―Escoge arroz y ponlo a cocinar, que no hay gas y nos quedamos sin comer.

Comienza el correcorre continuo, que se alterna cada día por bloques estructurados para el déficit. Umjú, es una de las frases ahora, interrupción por déficit. O sufres para almorzar o sufres para comer. 

Un amigo me contó que en el Vedado algunos no se creen esta historia. Lo tildan incluso de mentiroso. Su suegra le dice: «Manuel, eso es mentira. No te rías de mí. ¿Cómo que ocho o diez o doce horas? Manuel, si eso es cierto la gente no puede vivir». 

Manuel trabaja en una empresa estatal en La Habana, aunque sea de Artemisa. Una vez me confesó que pocas veces apagan el aire acondicionado en su centro laboral, porque si no gastan los kilovatios asignados al mes, el mes siguiente se los restan y entonces sí que no podrían tener su aire acondicionado. 

―No me mientas, Manuel. ¿Cómo es eso que ustedes trabajan con aire acondicionado el mes entero? Me estás mintiendo, Manuel. 

Los días son azarosos. Pueden quitar la corriente o no. Es una ruleta rusa, por tanto, uno se planifica en tramos de cinco horas. Pero es difícil. Ha habido apagones de madrugada y el calor se vuelve insoportable. Obviamente, eso disminuye el rendimiento al día siguiente, en el trabajo, en la escuela, en la vida. Algunos sitios parecen ser más priorizados; en ellos las crisis vienen y se van, según lo que anuncia el Noticiero Nacional de Televisión. En otros lares, la dolencia eléctrica se acerca más a lo perenne; y en esos sitios es donde las madres cocinan de madrugada o cuando comienza el día. Donde los niños no pueden conciliar el sueño por el calor sofocante y al día siguiente son regañados por dormirse en medio de un turno de clases. Donde muchos han cocinado al carbón cuando se acaba el gas licuado y también han desempolvado viejos quinqués de luz brillante. Donde también verás en el portal de quien tiene planta eléctrica a varios vecinos cargando sus teléfonos móviles a la vez.

―Me acuesto. Mañana será otro día, mañana será mucho mejor, me parece que puede ser un gran… [bzz]. ¡No chive, asere! ¡Ñó, si ahora no tocaba!

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