Ahora que en La Habana pareciera que no falta de nada, desde que los teléfonos móviles ya finalmente tienen Internet, valdría la pena volver atrás cuatro o siete pasos, mirar alrededor con calma y preguntarse cómo, cuánto, para qué y sobre todo quién o quiénes son los dueños de esos móviles que a esta hora en Cuba pueden conectarse a la red.
Dice ETECSA, y no hay porqué desconfiar de ella, que en abril pasado se llegó a la inimaginable cifra de cinco millones de líneas telefónicas móviles en la Isla. Con una población que por más que se quiera no alcanza a los 12 millones de cubanos, esa cantidad de celulares activos alcanzaría como para poner uno en la mano de cada criollo mayor de edad.
Si se tiene en cuenta que una vez contratado el servicio, estará activo por un año aunque a usted se le haya agotado el primer crédito, entonces el número de líneas telefónicas no tiene que ser cuestionado: por caro que resulte el servicio, usted puede ser un usufructuario oneroso y no gastar en ello ni un centavo por mes, basta con no enviar ni un solo SMS y no hablar sino cuando es el otro el que paga.
Pero con la historia de Internet, ya la cosa es otra cosa. No basta con tener una línea de móvil activa, hay además que tener crédito: lo menos sería disponer de siete pesos, pero siete pesos de los de verdad, de los convertibles (unos 175.00 pesos en moneda nacional), para comprarte el poco más de medio gigabyte de datos del paquete más pequeño, que solo serán válidos durante treinta días. Y repite y pon, o vete pa’ tu casa.
Así las cosas, ya se sabe, o al menos no sería demasiado complicado adivinar, quién y quiénes son hoy los cubanos que se pasean por las redes: para empezar, los cuentapropistas a los que el negocio les funciona. Después de ellos, aquel afortunado que tenga un familiar allende los mares que quiera y pueda recargarle el saldo del móvil de cuando en vez. Luego y quizá por último estarían los hijos de esa gente, y los sobrinos, y pon tú que hasta los nietos. Algún que otro freelance… Y chirrín chirrán, pare de contar.
Tan fácil como suponer quiénes son los conectados, resultará también deducir quiénes son los que no han probado las mieles de Internet. Cuando se sabe que un maestro de escuela, de esos que todos los días de esta vida le dan clases en la secundaria a su hijo y al mío, tiene un salario medio mensual de 533.00 pesos que no le alcanzan para nada, está claro entonces que ni ese profesor ni aquella profesora gastarán ni este peso navegando en otra cosa que no sea la lanchita de Regla, si es que viven al otro lado de la bahía.
Y lo que vale para los maestros vale lo mismo para la mayoría de los trabajadores estatales, la gente que a puro empeño mantiene andando este país. Ni ellos, ni sus hijos, de momento, van a poder pagarse ni medio byte de datos para lanzarse a la red.
Eso habría que pensárselo, y ojalá que se lo estén rumiando ya por allá arriba, donde deberían resolverse estas cosas. Si la experiencia del tornado que acaba de sufrir la capital demostró que las redes sociales jugaron un rol nada despreciable en la información ciudadana y en la espontánea convocatoria a la solidaridad con los damnificados, ¿cuánto más de todo eso habríamos tenido si los móviles conectados a la red fueran otros tantos?
Sencillamente, y para los cubanos, a estas alturas del juego el acceso a la red no debería ser un problema de billete. No se trata solo de todo lo que no va a recibir en información, en oportunidades y en capacidad, el profesor, el obrero y su hijo el estudiante que no consiga conectarse. Se trata también, y sobre todo, de la otra cara de esa misma moneda: ¿cuánto nos perdemos todos los demás si muchos de los que tienen algo que hacer o que decir, no tienen cómo decirlo o cómo hacerlo?
Habituados que estamos a no dejar a nadie atrás, la Internet es otro empeño estratégico que debería democratizarse y entre nosotros avanzar parejo. El acceso a la información, al conocimiento, a los saberes que la conexión supone, no puede ser un lujo ni un privilegio ni la ventaja de los pocos que se la puedan financiar, porque para los tiempos que corren todo ello no es más que una necesidad.
No solo los individuos requieren estar informados, la sociedad, o sea: nosotros, los demás, necesitamos ciudadanos, de todos los que sean y cuantos más mejor, que participen, que aporten, que sumen, y no hay que tener dos dedos de frente para darse cuenta de que Internet es eso y es mucho más.
Este texto fue escrito por Ernesto Pérez Castillo y publicado originalmente en Progreso Semanal.
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